Amedida que se acerca el 28 de julio, aumentan las menciones de Venezuela en boca de voceros de mucho poder.

Son los presidentes suramericanos, como Lula da Silva, Gustavo Petro y el inefable Milei, quienes opinan sobre el proceso electoral venezolano.

Todos desde distintas posiciones y motivos, pero igual todos disparan al mismo blanco.

Lula da Silva, más dedicado a los negocios internacionales de los Brics, olvida los discursos sobre la unidad latinoamericana y se separa de un proceso electoral como el nuestro, que no ha sido explicado bien al pueblo y que desde Brasil se ve extraño, a pesar de que en aquel país con similares tejemanejes fue destituido el Presidente que hoy se queja por las inhabilitaciones venezolanas.

Gustavo Petro, rodeado de las fuerzas oligárquicas que gobiernan desde la independencia, no puede dejar flancos descubiertos ahora que la recesión que significa el haber pasado la gran mayoría de los negocios del narcotráfico colombiano al Ecuador le ha dado nueva vida a la reacción que encabeza el expresidente Uribe Vélez.

Así que tampoco Petro está obligado a entender que las inhabilitaciones, que se debieron hacer desde las guarimbas del 2014, se materialicen a última hora, por justas que sean.

El caso Milei es aparte: el mismo que ahora para ratificar los análisis agoreros de quienes, antes de la llegada al poder de este liberal que tras su mandato dejará al liberalismo sin seguidores, afirmaban que el ahora Presidente toda su vida había sido financiado por un personaje corrupto y vendedor internacional de armas, financista que ingresó al gabinete, compró aviones F16, con más de 40 años de haber sido puestos en servicio, para un país que carece de vecinos agresivos y donde el argentino promedio está en la miseria.

Pues bien, ese mismo personaje tiene a Venezuela de punching ball después de entregar a un juez de USA un avión nuestro, ilegalmente secuestrado, y ahora dejando que la reacción violenta de la oposición use su embajada en Caracas como comando.

Lo que enfurece al patriota medio no es lo que diga y haga el sinvergüenza Milei,sino el silencio nuestro porque no basta con que responda el canciller, son los políticos de cualquier signo quienes deben manifestar la molestia.

¿Será mucho pedir?