Recuperar los espacios comunes ciudadanos como parte integral de la estrategia nacional de seguridad es un paso en la dirección correcta para conseguir comunidades más seguras, describe la siguiente columna para CIPER. Diversos estudios se han detenido sobre el efecto que puede tener sobre la baja en delitos comunes la ocupación de las calles, la densidad urbana y la vigilancia comunitaria: «Así, cuando ocupamos espacios públicos podemos ser percibidos como un escollo para quienes pretenden cometer un delito y, de esta manera, actuar como un factor disuasivo.»


La lucha contra el crimen es uno de los principales desafíos que hoy enfrenta La Moneda, y, como en otros ámbitos de la política pública, esto requiere de un enfoque integral. En ese contexto, las declaraciones recientes del presidente Gabriel Boric sobre la importancia de recuperar los espacios públicos como parte fundamental de la estrategia para combatir el crimen merecen una reflexión detenida. En su discurso del 6 de abril, en el contexto de las celebraciones por el Día Nacional del Deporte, el Presidente señaló:

En los últimos años en Chile tenemos un desafío tremendo en un tema que yo sé que les preocupa a muchos de ustedes, que es la delincuencia. ¿Y por qué me refiero a la delincuencia hoy día? Porque estamos combatiendo firme la delincuencia en todo el país, pero el debate se centra mucho solamente en una parte del combate a la delincuencia, que tiene que ver con algo que es muy importante, que es el fortalecimiento de las policías, la persecución del delito, la desarticulación del narco, pero hay otra forma también de combatir la delincuencia en donde todos estamos involucrados: la delincuencia también se combate tomándonos y recuperando espacios públicos.

Las palabras del Presidente subrayan un aspecto crucial, pero a menudo pasado por alto en los debates sobre seguridad pública: la importancia de la participación ciudadana y la recuperación de los espacios públicos como estrategias efectivas para prevenir el crimen. Para comprender plenamente esta idea, es necesario analizar los factores que influyen en la distribución espacial del delito. Sabemos que el crimen tiende a concentrarse en áreas urbanas, siendo las ciudades más grandes las que muestran tasas de criminalidad más altas que las áreas menos densamente pobladas y las regiones rurales [GLAESER y SACERDOTE 1999]. Si bien las áreas metropolitanas ofrecen objetivos criminales más atractivos, esta no es la única dimensión que explica la distribución geográfica del crimen. La ubicación del crimen dentro de una ciudad no es puramente aleatoria [WEISBURD 2015]. En particular, la densidad y la actividad urbana desempeñan un papel crucial en la configuración de la distribución espacial del crimen al afectar las posibilidades de detección y castigo, y, por lo tanto, los beneficios percibidos para los posibles delincuentes [BECKER 1968].

Economistas y criminólogos han estudiado este tema por décadas, generando diferentes enfoques de los que nos podemos servir para comprender mejor los determinantes de la distribución espacial del delito. Una de las más conocidas es la teoría de las actividades rutinarias desarrollada por Cohen y Felson [1979]. Según este enfoque, la ocurrencia de un delito requiere la convergencia de tres elementos: (i) un delincuente motivado a cometer un delito; (ii) un objetivo criminal adecuado (por ejemplo, un objeto visible, alcanzable y que represente un valor razonable); y (iii) la ausencia de vigilantes capaces de evitar el delito. El punto (iii) refiere al control social y merece especial atención, ya que estos vigilantes pueden ser formales o informales. Es que para la teoría de las actividades rutinarias el control social es ejercido por los carabineros (vigilantes formales), pero en algunos casos también por ciudadanos (vigilantes informales) que tengan capacidad de protegerse, proteger a otra persona, o proteger una propiedad suya o de un tercero.

Así, cuando ocupamos espacios públicos podemos ser percibidos como un escollo para quienes pretenden cometer un delito y, de esta manera, actuar como un factor disuasivo.

Cohen y Felson no fueron los primeros en vincular aglomeraciones y delito. En su trabajo seminal, Jacobs [1961] resaltó el papel crucial de «los ojos en la calle» como un mecanismo central para mantener el orden público en entornos urbanos. Es decir, una calle bien utilizada tiende a ser una calle segura, mientras que una calle desierta será todo lo contrario. Esta teoría enfatiza la importancia de la actividad continua en las calles, que facilita el control social informal por parte de los transeúntes y residentes de la comunidad. Las dinámicas urbanas crean un mecanismo de disuasión autónomo en ciudades lo suficientemente densas con un uso mixto del suelo. Según Jacobs, existen contextos en los que el propio funcionamiento de la ciudad permite generar efectos disuasorios similares a los que genera la presencia policial.



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Además de diferentes teorías, existe además evidencia empírica que respalda la idea detrás de las declaraciones del Presidente Boric. Browning y Jackson [2013] han encontrado una correlación negativa entre la prevalencia de calles concurridas y la exposición a la violencia en ciudades como Chicago, respaldando la idea de que la actividad urbana puede actuar como un disuasivo para el crimen. Sin embargo, es importante tener en cuenta que este efecto disuasivo solo se materializa si los niveles de aglomeración son lo suficientemente altos como para generar un flujo continuo de actividad [JACOBS 1961]. De manera similar, Chang y Jacobson [2017] identificaron un aumento inmediato del crimen cerca de dispensarios de marihuana recreativa y restaurantes forzados a cerrar en Los Ángeles, en comparación con las tasas de criminalidad reportadas alrededor de aquellos que permanecieron abiertos y generaron tráfico peatonal en su vecindario. Carr y Doleac [2018] documentaron un aumento en los incidentes de armas de fuego en Washington D.C., debido a los toques de queda que restringen la actividad para menores de 17 años durante las horas nocturnas. Los toques de queda eliminan inadvertidamente posibles guardianes informales de los espacios públicos al confinar a los jóvenes y sus cuidadores en sus hogares. McMillen et al. [2019] encontraron una disminución en el crimen en Chicago debido a un programa que coloca guardianes civiles a lo largo de las rutas que los estudiantes toman de ida y vuelta de la escuela. Rosenthal y Urrego [2023], en tanto, ocupan datos de la ciudad de Nueva York y demuestran que la aglomeración, a través del aumento de la concentración minorista a nivel de calle, promueve la vigilancia y reduce el crimen.

No obstante, las aglomeraciones no son todas iguales. Existe evidencia que demuestra que cuando las aglomeraciones ocurren de manera repetida (por ejemplo, vecinos que concurren regularmente a la plaza del barrio o pasajeros que usan diariamente el mismo paradero del sistema de buses), las personas se comienzan a reconocer, y esto facilita el control social informal. Este fenómeno se conoce como «familiaridad entre extraños» (es decir, personas que se encuentran regularmente en actividades diarias pero no interactúan formalmente), y se espera que correlacione positivamente con la percepción de seguridad de los ciudadanos. También es un determinante clave para que los ciudadanos ejerzan eficazmente la vigilancia informal, que incluye la capacidad para detectar posibles infractores y la disposición para supervisar e intervenir [COHEN y FELSON 1979]. En su estudio sobre pasajeros de tren, Milgram [1972] demostró que los extraños familiares sienten responsabilidad mutua y, por lo tanto, muestran disposición para ayudar a otros que reconocen. En una investigación más reciente, Zahnow [2023] documenta que una mayor presencia de pasajeros regulares en estaciones de tren en Brisbane, Australia, se relaciona con menores tasas de robo y daño a la propiedad. Volviendo a las ideas del Presidente Boric, podríamos agregar que es mejor si ocupamos espacios cercanos. Ocupar espacios públicos cercanos nos permite hacerlo de manera regular, lo que facilita la autovigilancia y la disposición a intervenir o ayudar en situaciones de riesgo [NEWTON 2014; NEWTON et al. 2014].

Es importante reconocer que la ocupación de espacios públicos también genera la presencia de objetivos criminales adecuados [COHEN y FELSON 1979]. Jarrell y Howsen [1990] encuentran que a medida que aumenta el número de desconocidos en un área, también lo hace el número de delitos contra la propiedad. Este marco teórico sugiere dos posibles mecanismos que aumentarían el beneficio esperado de cometer delitos: dificultades adicionales para atrapar a los perpetradores y más objetivos potenciales (es decir, la probabilidad de detección y castigo disminuye, y se vuelve más factible encontrar botín valioso). Esta visión está directamente relacionada con la evidencia de que el crimen está altamente concentrado en unidades geográficas mínimas [WEISBURD 2015]. Otros estudios también proporcionan evidencia empírica que respalda la relación positiva entre densidad y crimen. Harries [2006] utiliza datos de Maryland, Estados Unidos, y documenta que la densidad urbana genera efectos heterogéneos según el tipo de delito. Los delitos contra la propiedad (es decir, delitos intensivos en oportunidades) están asociados positivamente con la densidad de población debido al mayor nivel de oportunidades en las aglomeraciones. Los delitos contra la persona (es decir, delitos intensivos en violencia) están correlacionados negativamente con la densidad, porque prevalecen los efectos disuasorios del aumento de la vigilancia. Según Wilcox y Eck [2011], el nivel de actividad asociado con las instalaciones de un vecindario (por ejemplo, bancos, bares, dispensarios de marihuana) explica su tasa de criminalidad más que las actividades específicas en sí mismas (por ejemplo, una iglesia con muchos fieles puede ser más problemática que un bar o un dispensario de marihuana). Utilizando datos de San Antonio, Texas, Tillyer y Walter [2019] también encontraron que las empresas con niveles de actividad más altos experimentan tasas de criminalidad más altas, incluso después de controlar el tipo de negocio y otras características. Zahnow y Corcoran [2021] estudiaron el crimen en la red de paradas de autobús en Brisbane, Australia, y determinaron que volúmenes más altos de pasajeros en las paradas están asociados con un mayor riesgo de robo.

La relación entre aglomeración y seguridad pública es compleja, cuenta con diferentes dimensiones y, por lo tanto, no existe una visión definitiva sobre este fenómeno. Si bien es cierto que las aglomeraciones urbanas pueden ofrecer beneficios en términos de control social informal, también plantean desafíos significativos en términos de oportunidades delictivas y dificultades para la aplicación de la ley. Por lo tanto, cualquier estrategia integral para combatir el crimen urbano debe reconocer esta complejidad y buscar un equilibrio entre la promoción de la actividad urbana y la prevención del delito en nuestros espacios públicos. Dicho esto, las declaraciones del Presidente Boric sobre la importancia de recuperar los espacios públicos como parte integral de la estrategia nacional de seguridad parece ser un paso en la dirección correcta si aspiramos a construir comunidades más seguras.

QOSHE - Seguridad y espacios públicos: el presidente Boric tiene razón - Carlos Díaz
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Seguridad y espacios públicos: el presidente Boric tiene razón

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09.05.2024

Recuperar los espacios comunes ciudadanos como parte integral de la estrategia nacional de seguridad es un paso en la dirección correcta para conseguir comunidades más seguras, describe la siguiente columna para CIPER. Diversos estudios se han detenido sobre el efecto que puede tener sobre la baja en delitos comunes la ocupación de las calles, la densidad urbana y la vigilancia comunitaria: «Así, cuando ocupamos espacios públicos podemos ser percibidos como un escollo para quienes pretenden cometer un delito y, de esta manera, actuar como un factor disuasivo.»


La lucha contra el crimen es uno de los principales desafíos que hoy enfrenta La Moneda, y, como en otros ámbitos de la política pública, esto requiere de un enfoque integral. En ese contexto, las declaraciones recientes del presidente Gabriel Boric sobre la importancia de recuperar los espacios públicos como parte fundamental de la estrategia para combatir el crimen merecen una reflexión detenida. En su discurso del 6 de abril, en el contexto de las celebraciones por el Día Nacional del Deporte, el Presidente señaló:

En los últimos años en Chile tenemos un desafío tremendo en un tema que yo sé que les preocupa a muchos de ustedes, que es la delincuencia. ¿Y por qué me refiero a la delincuencia hoy día? Porque estamos combatiendo firme la delincuencia en todo el país, pero el debate se centra mucho solamente en una parte del combate a la delincuencia, que tiene que ver con algo que es muy importante, que es el fortalecimiento de las policías, la persecución del delito, la desarticulación del narco, pero hay otra forma también de combatir la delincuencia en donde todos estamos involucrados: la delincuencia también se combate tomándonos y recuperando espacios públicos.

Las palabras del Presidente subrayan un aspecto crucial, pero a menudo pasado por alto en los debates sobre seguridad pública: la importancia de la participación ciudadana y la recuperación de los espacios públicos como estrategias efectivas para prevenir el crimen. Para comprender plenamente esta idea, es necesario analizar los factores que influyen en la distribución espacial del delito. Sabemos que el crimen tiende a concentrarse en áreas urbanas, siendo las ciudades más grandes las que muestran tasas de criminalidad más altas que las áreas menos densamente pobladas y las regiones rurales [GLAESER y SACERDOTE 1999]. Si bien las áreas metropolitanas ofrecen objetivos criminales más atractivos, esta no es la única dimensión que explica la distribución geográfica del crimen. La ubicación del crimen dentro de una ciudad no es puramente aleatoria [WEISBURD 2015]. En particular, la densidad y la actividad urbana desempeñan un papel crucial en la configuración de la distribución espacial del crimen al afectar las posibilidades de detección y castigo, y, por lo tanto, los beneficios percibidos para los posibles........

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