Son setenta y nueve los años de la victoria sobre el fascismo en Europa. Una victoria que se gestó allí, pero que se libró para toda la humanidad.

Hace unos días escuchaba en una de las brigadas del primero de mayo a un muchacho que hablaba en la misma comisión en la que yo estaba presente en el encuentro en el Palacio de las Convenciones.

Se refería, entre otras cosas, a Cristóbal Colón como el demonio que vino de Europa a perpetrar un genocidio contra los pueblos originarios americanos. Lleva razón.

Pero me hizo reflexionar en algo.

Algo que siempre tengo muy presente y que unos minutos más tarde, sutil y humildemente, dije en mi intervención.

Marx, cuyo natalicio celebramos hace unos días, dijo hace más de doscientos años que los pobres no tienen patria. Que la clase obrera, el proletariado, no tiene nada que perder salvo las cadenas. Su consigna, por la que se le conoce por los siglos de los siglos, fue que los proletarios del mundo, se unieran.

Por lo tanto, en la vieja y fría Europa, también se sufre. En la vieja y fría Europa fue en la misma en la que Marx empezó a ver las desigualdades entre oprimidos y opresores. La misma en la que Lenin contempló la dictadura del proletariado como la victoria del pueblo, como la solución a tantos siglos de opresión.

Esa victoria que sin la participación de los pueblos que han sido colonizados, no sería completa. Pues su experiencia, su historia y su fuerza, serían determinantes para la creación de un socialismo que se construyera día tras día, año tras año, siglo tras siglo.

Por eso, cuando me hablan de la “vieja Europa” y no le han visto las manos llenas de ampollas y callos como las que vi una vez a un obrero de la construcción en Londres con más de sesenta años, no han visto a campesinos italianos, portugueses y españoles llevar toda su vida trabajando en el campo, con la columna rota y sin una pensión digna por jubilación, solo me queda guardar compasión. En el mejor de los casos. En una actitud osada, recomendaría a Marx, a Lenin, a Gramsci.

Hay movimientos de izquierdas que se separan de la lucha de clases. Que se centran en nacionalismos y en cualquier matiz estúpido que a muchos les permite dar sentido a sus vidas. Y vuelven a olvidarse de la lucha de clases. Y se tiñen de colores, banderas y consignas defendiendo causas que ya están protegidas dentro del socialismo. Y la división ideológica sigue mientras el enemigo ríe de tener a la izquierda mundial fragmentada.

Cuando es tan simple: Marx. Lenin. Fidel.

Y tantos teóricos que siguieron implementando y desarrollando el germen de sus pensamientos. La concentración en lo importante. Entender que lo significativo engloba el resto de luchas. Que la lucha contra la opresión abarca cualquier tipo de abuso, de injusticia, de crimen que se cometa contra cualquier ser humano.

Si de algo podemos estar seguros es de que nuestros líderes ideológicos pasaron a la eternidad como genios, filósofos, como pensadores indiscutibles en el desarrollo de la sociedad. Leídos, consultados y estudiados por millones de personas en todo el planeta, venerados y honrados.

¿Cómo han pasado a la historia los líderes fascistas y de derecha? ¿Cómo se recuerda a Hitler, a Franco, a Mussolini y a Pinochet? Aparte de cómo asesinos y genocidas, como peones, mequetrefes, mamarrachos, repudiados por el universo entero.

A los nuestros se les recuerda con pasión, se les mantiene vivos en el pensamiento y actuar de millones de personas.

Aun después de muertos, están aquí.

El pensamiento socialista es tan fuerte que nunca ha muerto. Ha sido puesto en práctica, ha fallado. Ha resucitado; intenta sobrevivir pese a miles de intentos de asesinato.

Y somos nosotros los responsables de que la memoria de ellos no esté solo en nuestro corazón, sino de que se haga hecho.

Empezando por no tirarle piedras al que lucha por lo mismo que nosotros. Contribuyendo a una unidad que Fidel logró crear.

Si somos tan fidelistas, ¿por qué muchos actúan como Fidel jamás lo habría hecho?

Fidel se destacó por infinidad de virtudes, pero sobre todo, por su internacionalismo y su solidaridad. Y es tan fácil de imitar: haciendo el bien por ejemplo, con las personas que tenemos al lado. Siendo amables. Ser buena gente ya es un comienzo para ser socialista.

Siendo un buen funcionario público, que no se deja llevar por la desidia y el inmovilismo y ayude a que la revolución prospere y avance.

A veces, más que una parte de los enemigos que están vociferantes y venidos a menos, que cacarean en redes sociales desesperados, hace más daño a la Revolución, la actitud de los que no entienden que la inmovilidad, el estancamiento y la holgazanería perjudican procesos sociales y a personas. Desde la responsabilidad que estas personas ostentan.

Cualquier injusticia e irresponsabilidad cometida por entes individuales en esta Revolución es algo menor, porque ella misma es tan grande, que supera todo esto. Pero no por ello debemos dejar de tomar conciencia de los errores, de un mal trato que observamos a un compañero o a uno mismo; de algo que se escape del humanismo y de la máxima martiana de la plena dignidad del hombre.

Porque la victoria contra el fascismo de hace setenta y nueve años se traduce a día de hoy en una victoria diaria, que se gesta a cada instante.

Porque ser antiimperialista y soberano en este contexto histórico tiene un valor parecido e igual a la derrota de los nazis y la victoria del glorioso Ejército Rojo.

Porque la bandera soviética de la victoria ondeando sobre el Reichstag de Berlín representa lo mismo que cualquier bandera cubana que ondea cada día en una isla libre, bloqueada, asediada, pero eterna y voluntariamente socialista.

Para que esa bandera siga ondeando con dignidad, como hasta ahora, cada revolucionario debe y debemos dar, cubanos y no cubanos, lo mejor de nuestras personas. Como la sangre de esta isla derramada en Angola. Como la de Pablo de la Torriente en España, como la de los veintisiete millones de rusos que murieron para librarnos del mal.

Amén.

QOSHE - La victoria - Ana Hurtado
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La victoria

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10.05.2024

Son setenta y nueve los años de la victoria sobre el fascismo en Europa. Una victoria que se gestó allí, pero que se libró para toda la humanidad.

Hace unos días escuchaba en una de las brigadas del primero de mayo a un muchacho que hablaba en la misma comisión en la que yo estaba presente en el encuentro en el Palacio de las Convenciones.

Se refería, entre otras cosas, a Cristóbal Colón como el demonio que vino de Europa a perpetrar un genocidio contra los pueblos originarios americanos. Lleva razón.

Pero me hizo reflexionar en algo.

Algo que siempre tengo muy presente y que unos minutos más tarde, sutil y humildemente, dije en mi intervención.

Marx, cuyo natalicio celebramos hace unos días, dijo hace más de doscientos años que los pobres no tienen patria. Que la clase obrera, el proletariado, no tiene nada que perder salvo las cadenas. Su consigna, por la que se le conoce por los siglos de los siglos, fue que los proletarios del mundo, se unieran.

Por lo tanto, en la vieja y fría Europa, también se sufre. En la vieja y fría Europa fue en la misma en la que Marx empezó a ver las desigualdades entre oprimidos y opresores. La misma en la que Lenin contempló la dictadura del proletariado como la victoria del pueblo, como la solución a tantos siglos de opresión.

Esa victoria que sin la participación de los pueblos que han sido colonizados, no sería completa. Pues su experiencia, su historia y su fuerza, serían determinantes para la creación de un socialismo que se construyera........

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