LA HABANA, Cuba. – Tengo una relación muy especial con el agua, tan especial es mi relación con ella que hasta le dediqué una pieza de ficción hace unos años. En una estrofa de agua fue el nombre que escogí para ese cuento que ganó el Premio Iberoamericano Julio Cortázar, ese premio que me trajo muchas satisfacciones, y hasta algún dinerito, que también es goce.

Desde hace mucho tengo esa compleja relación con el agua. Y todo comenzó con mi “independencia”, cuando me fui a vivir a aquel desaguado solar de “habanaviejero” en el que, casi tras mi llegada, se contaminó la cisterna y terminó enferma para siempre, tan rota, tan inútil, que los especialistas la desahuciaron como hacen los médicos con esos enfermos que tienen padecimientos crónicos o mortales y no aparecen los medicamentos.

Desde entonces comenzó esa controvertida relación que tengo con el agua. Desde entonces trato de mejorar esa relación tan caótica que tengo con ella desde aquellos años en La Habana Vieja y que, supuse, se haría diferente, estrecha y muy sana, en el Cerro, en ese Cerro que, como dice la canción, tiene la llave, esa llave que no es otra que la llave del agua que permite salir al agua desde ese acueducto que Albear hiciera funcionar desde el ya lejano siglo XIX.

“El Cerro tuvo desde entonces ‘la llave’”. “El Cerro tiene ‘la llave’”, así canté yo desde que me establecí acá, teniendo la certeza de que el agua y yo tendríamos una relación muy cordial y bien amable, llena de afectos y concordias, pero en este país nada es para siempre, y en los últimos días hemos pasado, el acueducto y yo, del amor al odio.

Desde hace días solo salen improperios de mi boca. Y es que una desgracia ocurrió en las redes hidráulicas que abastecen de agua al Cerro. Dijeron que las estaban restaurando y que un trabajador rompió la armonía entre esos tubos que se juntan unos a otros para dejar correr el agua a través de ellos y abonarnos toda el agua, la de beber y bañarnos, la de cocinar y baldear, la de vivir en paz. Agua, agua, agua…

Y el agua se fue, el agua no está, a pesar del empeño de quienes rompieran la tubería para hacerla venir. El agua se fue, el agua no está. El agua se fue, como mismo se fue Laura. Y yo recuerdo mis primeros días en el Cerro, esos días plenos de agua. Cuando vine al Cerro, cuando me mudé a esta casa que está en un segundo piso, subía el agua, sin problema, hasta los tanques sobre el techo.

Entonces era mucha la fuerza del agua mientras hacía el camino a las alturas, a los tanques. Entonces no había necesidad de ayudarla en su subida con un motor. Ella hacía solita su camino a las alturas, pero unos años después ya tuve que recurrir al concurso de los nada modestos esfuerzos del motor.

Desde entonces me pregunto si fueron tan grandes las sequías que hasta la Fuente de la India, esa que se levanta junto al Parque de la Fraternidad, se ha quedado seca, tan seca que los habaneros le cantan, muy dolidos: “Se muere de sed la tía, dale un vaso de agua fría”. La fuente se secó como se ha ido secando la vida cordial de los cubanos, la vida amable que precisan los habaneros, los cubanos todos.

Y es que la felicidad no dura todo el tiempo, y menos en la casa del pobre. Y durante los últimos días todo empeoró. Según aseguran las “autoridades”, desde que manos inexpertas de esa empresa a la que llaman Aguas de La Habana rompieron unas tuberías que garantizaban el abasto de agua a algunas zonas de la ciudad, entre ellas el Cerro.

Yo creí, cuando vine a vivir al Cerro, que mi relación con el agua sería cordial, que sería tremendamente amable y hasta sustanciosa, pero nada se hace permanente y bueno si los comunistas son los regentes de esas bonanzas. Los comunistas son trapaleros. Los comunistas hablan mucho y no resuelven nada.

Los comunistas andan diciendo por ahí que el gobierno estadounidense es el culpable de toditos todos los males que aquejan a los cubanos. Los comunistas culpan a Washington de que no tengamos agua porque nos boicotean el petróleo, sin que reconozcan todo cuanto gastan en acosos y persecuciones contra quienes nos oponemos.

El agua, lo dejó muy claro Tales de Mileto, es el origen que dio comienzo al universo. El agua es la palangana repleta en la que jugaba el bebé que alguna vez fui, aquel bebé que chapaleteaba sobre el agua de la palangana. El agua es mi madre y es mi abuela. El agua es lo que ahora se volvió a perder.

Miles de ingenieros hidráulicos formó el comunismo de Castro, y ahora esos ingenieros no consiguen reparar las redes hidráulicas, ahora no consiguen acabar con los salideros. Los comunistas culpan al gobierno de Estados Unidos.

Los comunistas chapaletean en esas aguas que pierden sus cursos y que han dejado seca a la Fuente de la India. Los comunistas hablan de la escasez de petróleo para echar a andar las turbinas, sin embargo, salen en sus autos esos bárbaros a perseguir a la periodista Camila Acosta cuando decide entrevistar, allá en Matanzas, a la profesora Alina Bárbara López, a quien ni siquiera le dejan tomar, tranquilamente, un vasito de agua. Y ya ni lágrimas tengo, hasta se me han secado los conductos lagrimales.

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QOSHE - Sin agua y sin lágrimas - Jorge Ángel Pérez
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Sin agua y sin lágrimas

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25.04.2024

LA HABANA, Cuba. – Tengo una relación muy especial con el agua, tan especial es mi relación con ella que hasta le dediqué una pieza de ficción hace unos años. En una estrofa de agua fue el nombre que escogí para ese cuento que ganó el Premio Iberoamericano Julio Cortázar, ese premio que me trajo muchas satisfacciones, y hasta algún dinerito, que también es goce.

Desde hace mucho tengo esa compleja relación con el agua. Y todo comenzó con mi “independencia”, cuando me fui a vivir a aquel desaguado solar de “habanaviejero” en el que, casi tras mi llegada, se contaminó la cisterna y terminó enferma para siempre, tan rota, tan inútil, que los especialistas la desahuciaron como hacen los médicos con esos enfermos que tienen padecimientos crónicos o mortales y no aparecen los medicamentos.

Desde entonces comenzó esa controvertida relación que tengo con el agua. Desde entonces trato de mejorar esa relación tan caótica que tengo con ella desde aquellos años en La Habana Vieja y que, supuse, se haría diferente, estrecha y muy sana, en el Cerro, en ese Cerro que, como dice la canción, tiene la llave, esa llave que no es otra que la llave del agua que permite salir al agua desde ese acueducto que Albear hiciera funcionar desde el ya lejano siglo XIX.

“El Cerro tuvo desde entonces ‘la llave’”. “El Cerro tiene ‘la........

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