Es frecuente encontrar hoy en los medios de prensa que abordan la vida política de la sociedad norteamericana, la referencia a conspiraciones que atentan contra el gobierno y los soportes fundacionales de la nación, apelando al uso de la violencia y basadas en elaboradas argumentaciones teóricas, que aportan credibilidad a los pronunciamientos que pululan al respecto. Y aunque en no pocos casos, ello se asuma como una verdad, quizás sea la duda lo que prevalezca en la conciencia colectiva y en la memoria histórica del país.

Si bien el asunto sobresale como objeto de atención en fechas bastante recientes, asociadas principalmente al período en que Donald Trump ocupó la presidencia --al emerger victorioso de las elecciones de 2016 y convertir la existencia de una conspiración de esa naturaleza en uno de los temas favoritos en sus alocuciones, con capacidad de convocatoria y movilización, como la que condujo al asalto al Capitolio--, lo cierto es que más hacia acá, en el marco de la campaña iniciada formalmente el pasado mes de enero, se ha reavivado el discurso que lo retoma.

Ello se expresa en una dimensión inquietante, dado el alcance en amplios sectores sociales y políticos, de diversa composición clasista. Entre las bases de respaldo a la figura de Trump, se hallan facciones de origen obrero, de trabajadores de zonas rurales y suburbios, capas medias, ámbitos empresariales vinculados a la construcción, los bienes raíces, el mundo energético, financiero y militar, entre los que abunda la población blanca, adulta, cuyo nivel de escolaridad no es de los más altos, perteneciente al Partido Republicano, o al menos, simpatizante con él. Es en ese abanico sociodemográfico, que encuentra eco la retórica y acción de Trump. Diga lo que diga o haga lo que haga, cuenta con un terreno fértil en el que se arraiga una teoría de la conspiración --según se le denomina en la narrativa política, periodística, literaria y audiovisual--, que hace suya la convicción de que existe un “Estado profundo” (cual Estado dentro del Estado), que atenta contra la integridad y la tradición moral auténticamente norteamericana.


Ilustración tomada de ElConfidencial.com

Dicha teoría afirma que se trata de un movimiento que pone en peligro la seguridad y la identidad nacional, promovida por una red de pedófilos que profesa un culto satánico, liderada por una élite de orientación política liberal y vinculada al Partido Demócrata, involucrada en negocios de pornografía y tráfico sexual. Sobre esa base se estructura una concepción sumamente conservadora y de extrema derecha, que promueve una atmósfera de paranoia, sembrando temor en la población y haciendo legítimo el empleo de la violencia para enfrentar las presuntas acciones que atentan contra el patrón cultural del típico modo de vida norteamericano, basado en un sentido de puritanismo ético y religioso protestante, de defensa y respeto de la familia.

En un trabajo anterior, publicado hace poco tiempo aquí en Cubasí, se señalaba que la tendencia descrita era notoria en la actualidad, en el contexto de lo que allí se calificaba como una cultura de la intolerancia, consustancial a la historia de Estados Unidos, mencionándose el protagonismo alcanzado por un movimiento conspirativo llamado QAnon, impulsado por seguidores del ex presidente, saturado de fanatismo, evaluado como terrorista por el FBI. A través de él se propaga la imagen de Trump como la única fuerza política cuyo liderazgo podría neutralizar tal perversión, a partir de lo cual se insta a apoyar su opción como candidato del Partido Republicano en la contienda de noviembre próximo. Desde este punto de vista, la presunta conspiración sería un acto de traición a los ideales simbolizados en la Estatua de la Libertad, en los documentos inaugurales de la nación, como la Declaración de independencia y la Constitución de Filadelfia.

Ahora bien, ¿en qué consisten las teorías conspirativas, calificadas indistintamente como teorías de conspiración, conspiratorias (o, fundiendo esa palabra con la de paranoia), conspiranoias? ​ En esencia, se trata de construcciones conceptuales utilizadas para explicar un acontecimiento o una cadena de acontecimientos de importancia política, social, económica, religiosa o histórica, generados por la acción secreta, oculta, clandestina, de algún grupo. El término «conspirar», en inglés, significa «unirse en secreto acuerdo con el fin de efectuar un acto ilícito o impropio o para usar tal medio para llevar a cabo un fin ilícito». En español, «conspirar» significa «unirse contra su superior o soberano, o unirse contra un particular para hacerle daño». El primer uso registrado de la expresión «teoría conspirativa» data de 1909, aunque adquirió su mayor visibilidad a partir de la década de 1960, y se incluyó a finales de la de 1990 en el respetado Oxford English Dictionary.

La definición misma del término «teoría de conspiración» ha sido algo controvertido, y aunque está instalado en el aparato conceptual de disciplinas como la ciencia política, la sociología y la teoría de las relaciones internacionales, se le define desde diversos ángulos y con matices específicos, a los que se le puede pasar por alto. Lo fundamental, ya se decía, es que formulan hipótesis sobre ciertos eventos, fenómenos o sucesos históricos cuyo conocimiento histórico es incompleto, asumiéndose que son o han sido causados por misteriosas conspiraciones ocultas, hurtando pruebas o dejando pistas falsas por el camino.

Las teorías conspirativas no deben ser confundidas con conspiraciones reales, demostradas histórica y judicialmente, castigadas por leyes penales y sentencias de tribunales. Al hablarse de «teoría conspirativa», se pretende significar que la explicación que se brinda acerca del proceso de que se trate carece de sustento racional y probatorio. De ahí que a menudo no se tomen con seriedad, debido a que, en ocasiones, muchas de ellas, casi por definición, carecen de evidencia verificable, permaneciendo más en el terreno de la especulación mediática y del comentario popular, que en el de la investigación histórica o política.


QAnon, movimiento conspirativo impulsado por seguidores del ex presidente Donald Trump.

Sin embargo, a pesar de que la resonancia de la teoría de la conspiración cobra auge ahora, adquiere presencia en los medios de prensa y en la discusión intelectual y podría decirse que hasta se populariza, en la medida que aparece en encuestas como cuestión que preocupa a la opinión pública, dista mucho de ser algo nuevo en la sociedad norteamericana. Lo que sucede es que, no se pierda de vista, Estados Unidos es un país que, a lo largo de su historia, de la lejana y la reciente, vibra bajo el impacto de episodios coyunturales, de acontecimientos, a menudo efímeros, que son manipulados y magnificados por los medios de comunicación, alimentando una cultura de la frivolidad, la banalidad, la inmediatez, escaseando la profundidad analítica e informativa responsable. De ahí que sea oportuno acudir a la memoria.

La teoría, o más exactamente, las teorías de la conspiración, tienen apariciones recurrentes en el devenir político de ese país. Afloran en determinadas circunstancias, signadas por traumatismos nacionales, con connotaciones generalmente trágicas o de gran sensibilidad para la nación, acaparan la atención, son objeto de ensayos, libros, documentales, películas y series televisivas, perduran un tiempo, luego del cual pierden importancia para las audiencias, desaparecen del lenguaje político, de los reportajes y páginas editoriales. Como en una suerte de ciclo. Una rápida mirada retrospectiva lo deja claro.

En tales casos, hoy, como ayer, la situación no la preside la certeza, sino la sombra de la duda. Tal vez el aspecto más discutible de una teoría de la conspiración haya sido y sea, el de decidir la veracidad de la misma. Las aseveraciones y acusaciones ante incidentes particulares atribuibles a acciones de conspiración varían ampliamente en su verosimilitud, apreciándose casi como una constante el hecho de que no se apoyan en evidencias que verifiquen de modo rotundo la existencia de un complot o las maquinaciones implicadas. Para ilustrar lo planteado, viene bien un recurso que siempre se agradece: el de acudir a algunas ejemplificaciones.

Retrocediendo en la historia, con una lógica que marche del presente hacia tras, lo más gráfico remite, a una primera referencia: la de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, cuando aviones comerciales, con pasajeros a bordo, de la aerolínea American Airlines, fueron secuestrados por la organización terrorista Al-Qaeda y dirigidos, en actos suicidas, contra las Torres Gemelas de Nueva York y una de las instalaciones del Pentágono o Departamento de Defensa, en Washington. Más allá de que la organización mencionada se responsabilizara con el siniestro, y de que las investigaciones gubernamentales y las revisiones realizadas por instituciones independientes hayan rechazado estas teorías, sus promotores y defensores afirmaban que había inconsistencias en la versión comúnmente aceptada, evidencias que fueron ignoradas o pasadas por alto o, incluso, que las entidades especializadas, como el FBI y otras afines, en contubernio con la presidencia, de manera intencional habían silenciado objeciones u ocultado pruebas. Entre los argumentos señalaban que hubo un conocimiento previo por parte del gobierno, basado en informaciones confiables, de los ataques entre los dirigentes del más alto nivel y funcionarios, cuya pasividad al no tomar medidas que previniesen o evitaran los atentados reflejaba que actuaron como cómplices de la conspiración, .al no hacer nada o que incluso, ayudaron deliberadamente a los terroristas.

Entre las teorías de la conspiración más destacadas entonces estaba la de que el derrumbe de las Torres Gemelas fueron el resultado de demoliciones controladas, y que no respondieron al impacto de los aviones, a las explosiones que estos provocaron unido al fuego intenso. Junto a ella, la de que el edificio del Pentágono fue alcanzado por un misil dirigido lanzado por la propia Fuerza Aérea estadounidense, y no por un avión comercial, lo cual fue una acción como de escenografía, que pretendió dejar una falsa evidencia.


La caída de las Torres Gemelas en Nueva York, objeto de teorías conspirativas.

No obstante, a pesar de la profusa presentación de análisis supuestamente rigurosos que apuntalaba esa posibilidad, la Comisión creada para investigar los hechos, integrada por personal del gobierno y de instituciones científicas y académicas privadas, que incluía ingenieros civiles y arquitectos, respaldada por la comunidad profesional especializada, aceptaron que las embestidas de los aviones a altas velocidades, en combinación con los incendios posteriores, llevaron al colapso y desplome de ambos edificios. Se ha usado el término inside job (trabajo interno) para referirse a los atentados en tipo de teorías.

Las dos expresiones aludidas comparten la hipótesis de que se trató de una auto agresión, y dejaban entrever la posible existencia de un Estado dentro del Estado, de contradicciones muy hondas en los intereses de élites gubernamentales relacionados con espacios de poder, si bien no coincidentes con las interpretaciones al estilo de Trump y de QAnon sobre lo que entienden como un “Estado profundo”.

Una segunda referencia, probablemente menos conocida o recordada, pero estremecedora, que nutrió las teorías de la conspiración entre finales del decenio de 1970 y mediados del de 1990, es decir, durante un período de más de 15 años, fue la concerniente a una serie de atentados terroristas dinamiteros, enviadas como cartas-bombas, por correo y servicios de paquetería, a universidades y oficinas de líneas aéreas. El autor, Theodore John Kaczynski, fue fichado por el FBI en su expediente investigativo, antes de conocer su identidad, como Unabomb, término definido al referirse al caso como University and Airline Bomber (bombardero de Universidades y Aerolíneas), lo que dio lugar a que los medios de comunicación se refirieran a él como el Unabomber, quien consideraba que el desarrollo tecnológico de la sociedad norteamericana propiciado por la política pública gubernamental y entidades privadas, tenía efectos nocivos para la civilización. Filósofo, matemático y profesor, neoludita (convencido de la vigencia del viejo movimiento anarquista ludita decimonónico británico, que destruía telares y maquinarias textiles, practicante de la llamada tecnofobia), residía en una cabaña sin luz ni agua corriente, en unas tierras remotas en el estado de Montana, donde empezó aprendió técnicas de supervivencia y practicaba una autosuficiencia alimentaria. Para que se tenga idea de su alcance, entre 1978 y 1995, Kaczynski envió 16 bombas a diferentes objetivos de entidades como las mencionadas, lo cual acabó con la vida de 3 personas e hirió a otras 23. Su caso ocupó espacios centrales en diarios prominentes como el New York Times y el Washington Post, que incluso publicaron un manifiesto que escribió, argumentando las razones que inspiraban sus ataques a instalaciones que atentaban contra lo mejor de la nación.


Theodore John Kaczynski, el Unabomber, que aterrorizó a la sociedad norteamericana.

Prosiguiendo el ejercicio retrospectivo, un tercer hecho más alejado en el tiempo, del cual se conmemoraron en 2023 los sesenta años del suceso, que revitalizó la teoría conspirativa que propició, fue el asesinato en 1963 del presidente John F. Kennedy, herido mortalmente en la cabeza con dos disparos, ante lo cual la famosa Comisión Warren, creada a instancias de su sucesor en la Casa Blanca, Lyndon B. Johnson, conocida así por el nombre del magistrado que presidía la Corte Suprema en aquél momento, Earl Warren, concluyó que se trató de un acto individual, el de un joven problemático, llamado Lee Harvey Oswald, que actuó con un rifle adquirido por correo y fue el único responsable del crimen. Tal decisión nunca se sostuvo a los ojos del gran público ni de numerosas indagaciones realizadas por exponentes del periodismo investigativo y especialistas en historia política norteamericana, que mostraron datos que afirmaban la actuación de más de un tirador, a partir del examen de las heridas causadas por los proyectiles en la víctima del crimen, lo cual no se ajustaba a la explicación sobre un único disparador, aportaron análisis que sugerían la existencia de una conspiración. El informe de dicha Comisión fue contradicho por el Comité Selecto de la Cámara de Representantes sobre Asesinatos, establecido en 1976, que en su informe final concluye que el presidente John F. Kennedy fue probablemente asesinado como resultado de una conspiración.


Kennedy en Dallas, poco antes de ser asesinado.

Por último, y yendo mucho más atrás en el tiempo, un cuarto caso --probablemente el primero de su tipo en la historia de Estados Unidos--, provocaría la existencia de una conspiración, que desdibujaría algunas de las argumentaciones que se formularon como oficiales. Se trata de otro magnicidio: el asesinato de Abraham Lincoln, el decimosexto presidente de ese país, en 1865, terminando la Guerra Civil, cuyo eje era el conflicto entre el norte antiesclavista, industrial y proteccionista y el sur algodonero, agroexportador y librecambista, generador de la confederación, enfrascada en lograr la secesión. Lincoln recibió un disparo mortal en la cabeza mientras asistía a una representación teatral en Washington. Según la teoría conspirativa que ganó fuerza y que ha sido admitida por la mayoría de los historiadores, pudo ocurrir una de dos cosas, ambas expresivas de una conspiración.


Viñeta que recrea el asesinato de Lincoln.

La primera versión: el autor del crimen, John W. Booth, un actor simpatizante de la causa sureña confederada, resentida con Lincoln por haber aprobado la abolición de la esclavitud, planeó la acción apenas en coordinación con un pequeño grupo de cómplices cercanos, llevándola a cabo, fundamentalmente, en solitario. La segunda: Booth fue el instrumento manipulado de una conspiración de más peso. En este sentido, se registra un consenso en la literatura historiográfica, que apunta al papel de todo un complot tramado por la cúpula de las fuerzas confederadas, cuyo plan se urdió dentro del propio círculo del presidente, con apoyo de poderosos grupos económicos influyentes entonces en la sociedad estadounidense --como el grupo de banqueros internacionales conocido como la familia Rothschild--, en alianza con sectores descontentos del norte del país e incluso, con la Iglesia Católica. Estas interpretaciones carecen de evidencias verificadas, pero hablan de cuán vieja es la idea de la existencia de teorías conspiratorias, las cuales, aunque sin certidumbres, dejan como huella en la historia y la memoria, hasta el presente, la sombra de la duda.

Pareciera que, en el fondo, en la base de las conspiraciones implicadas en los casos citados y en otros, operan, por un lado, disímiles fracciones de las clases dominantes, en ocasiones expresando pugnas intra o inter clasistas, y por otro, grupos marginales, que no disponen de mucho capital político ni económico, pero con afanes de protagonismo, vinculados a aspiraciones dirigidas al ascenso en la pirámide social del país, o a resentimientos, definidos por el interés en recuperar posiciones de las que fueron desplazados. De un modo u otro, las acciones, narrativas, expectativas e ilusiones de los promotores de conspiraciones reales o aparentes que confrontan con violencia a liderazgos y estructuras estatales o gubernamentales, se definen como luchas por espacios de poder o cual batalla por lograr un sentido justiciero. En su desempeño, el común denominador radica en el cuestionamiento y hasta eliminación de enemigos, cuya imagen se criminaliza o sataniza, por considerarse que afectan el bienestar de la sociedad. En opinión del autor de estas líneas, lo descrito refleja la crisis --léase, la decadencia y descomposición-- del sistema que la sostiene.

Es probable que las reflexiones expuestas, más que aclarar, oscurezcan. En cualquier caso, habrá que seguir con atención el desenvolvimiento en un futuro muy próximo de la escena interna en Estados Unidos, más allá de Trump --que no es sino resultado y expresión de esa crisis--, penetrando en los dilemas y alternativas que enfrenta esa nación.

*Profesor e investigador de la Universidad de La Habana.

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La sombra de la duda: la teoría de la conspiración en Estados Unidos

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07.02.2024

Es frecuente encontrar hoy en los medios de prensa que abordan la vida política de la sociedad norteamericana, la referencia a conspiraciones que atentan contra el gobierno y los soportes fundacionales de la nación, apelando al uso de la violencia y basadas en elaboradas argumentaciones teóricas, que aportan credibilidad a los pronunciamientos que pululan al respecto. Y aunque en no pocos casos, ello se asuma como una verdad, quizás sea la duda lo que prevalezca en la conciencia colectiva y en la memoria histórica del país.

Si bien el asunto sobresale como objeto de atención en fechas bastante recientes, asociadas principalmente al período en que Donald Trump ocupó la presidencia --al emerger victorioso de las elecciones de 2016 y convertir la existencia de una conspiración de esa naturaleza en uno de los temas favoritos en sus alocuciones, con capacidad de convocatoria y movilización, como la que condujo al asalto al Capitolio--, lo cierto es que más hacia acá, en el marco de la campaña iniciada formalmente el pasado mes de enero, se ha reavivado el discurso que lo retoma.

Ello se expresa en una dimensión inquietante, dado el alcance en amplios sectores sociales y políticos, de diversa composición clasista. Entre las bases de respaldo a la figura de Trump, se hallan facciones de origen obrero, de trabajadores de zonas rurales y suburbios, capas medias, ámbitos empresariales vinculados a la construcción, los bienes raíces, el mundo energético, financiero y militar, entre los que abunda la población blanca, adulta, cuyo nivel de escolaridad no es de los más altos, perteneciente al Partido Republicano, o al menos, simpatizante con él. Es en ese abanico sociodemográfico, que encuentra eco la retórica y acción de Trump. Diga lo que diga o haga lo que haga, cuenta con un terreno fértil en el que se arraiga una teoría de la conspiración --según se le denomina en la narrativa política, periodística, literaria y audiovisual--, que hace suya la convicción de que existe un “Estado profundo” (cual Estado dentro del Estado), que atenta contra la integridad y la tradición moral auténticamente norteamericana.


Ilustración tomada de ElConfidencial.com

Dicha teoría afirma que se trata de un movimiento que pone en peligro la seguridad y la identidad nacional, promovida por una red de pedófilos que profesa un culto satánico, liderada por una élite de orientación política liberal y vinculada al Partido Demócrata, involucrada en negocios de pornografía y tráfico sexual. Sobre esa base se estructura una concepción sumamente conservadora y de extrema derecha, que promueve una atmósfera de paranoia, sembrando temor en la población y haciendo legítimo el empleo de la violencia para enfrentar las presuntas acciones que atentan contra el patrón cultural del típico modo de vida norteamericano, basado en un sentido de puritanismo ético y religioso protestante, de defensa y respeto de la familia.

En un trabajo anterior, publicado hace poco tiempo aquí en Cubasí, se señalaba que la tendencia descrita era notoria en la actualidad, en el contexto de lo que allí se calificaba como una cultura de la intolerancia, consustancial a la historia de Estados Unidos, mencionándose el protagonismo alcanzado por un movimiento conspirativo llamado QAnon, impulsado por seguidores del ex presidente, saturado de fanatismo, evaluado como terrorista por el FBI. A través de él se propaga la imagen de Trump como la única fuerza política cuyo liderazgo podría neutralizar tal perversión, a partir de lo cual se insta a apoyar su opción como candidato del Partido Republicano en la contienda de noviembre próximo. Desde este punto de vista, la presunta conspiración sería un acto de traición a los ideales simbolizados en la Estatua de la Libertad, en los documentos inaugurales de la nación, como la Declaración de independencia y la Constitución de Filadelfia.

Ahora bien, ¿en qué consisten las teorías conspirativas, calificadas indistintamente como teorías de conspiración, conspiratorias (o, fundiendo esa palabra con la de paranoia), conspiranoias? ​ En esencia, se trata de construcciones conceptuales utilizadas para explicar un acontecimiento o una cadena de acontecimientos de importancia política, social, económica, religiosa o histórica, generados por la acción secreta, oculta, clandestina, de algún grupo. El término «conspirar», en inglés, significa «unirse en secreto acuerdo con el fin de efectuar un acto ilícito o impropio o para usar tal medio para llevar a cabo un fin ilícito». En español, «conspirar» significa «unirse contra su superior o soberano, o unirse........

© Cubasí


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