De manera muy visible, en Estados Unidos han cobrado fuerza renovada, en el presente siglo, viejas preocupaciones. Entre las principales, están las percepciones de amenaza a la nación, que influyen tanto en la conciencia colectiva y la opinión pública como en los informes gubernamentales y los trabajos académicos. Esas ideas alimentan campañas presidenciales y agendas partidistas. Promesas y propuestas se formulan ante tales inquietudes o expectativas, nutriendo discursos y plataformas electorales. La contienda presidencial de 2024, ya iniciada, presta atención al tema, lo cual será creciente en los meses que se avecinan.

Arraigados por razones históricas como símbolos en el imaginario nacional durante el siglo XX, en el que se manifiestan sus expresiones con disímiles alcances legales, tales desasosiegos atraviesan hoy la sociedad civil y el sistema político. Se difunden por los medios de comunicación tradicionales y las novedosas redes sociales digitales. Se retoman visiones excluyentes que criminalizan a los inmigrantes y estimulan su rechazo, al considerarles nocivos para la nación. En la cultura artística y literaria, sobre todo en el cine, se expresan también esos estereotipos. La discriminación, el racismo y la xenofobia ganan espacios, con tintes fascistas, al presentarles como peligros internos a la identidad y seguridad nacional. Ello conforma el síndrome del enemigo en casa.

Justamente, en ese marco se reaviva el asunto. El pasado 18 de diciembre, coincidiendo con el Día Internacional del Migrante, en Texas, se promulgó la que se considera como la ley antinmigrante más dura de Estados Unidos. Firmada por el gobernador del estado, que ha dicho que la situación actual de la frontera representa “un riesgo a la seguridad nacional”, permite a las autoridades detener e iniciar trámites de deportación a quienes lleguen ilegalmente a sus territorios, provenientes de otros países, entre los cuales México sería el principal, aunque no el único, emisor. Previamente aprobada el mes anterior por la mayoría legislativa republicana local, entrará en vigor en marzo del próximo año, e incluye mayores fondos para la construcción o reforzamiento del muro, iniciado por Trump. Es un claro mensaje conservador, en un estado de los más poblados, y compuesto por más de un 40 % de hispanos. Va dirigido contra los demócratas y los migrantes, proyectándose muy críticamente contra Biden y añorando a su predecesor, quién ha expresado que, si recupera la presidencia, retomará su lucha intolerante.

Una vez más, en la historia norteamericana se coloca a la inmigración en el centro de una construcción cultural que se moldea en torno a percepciones negativas del “otro”. Su imagen se presenta como la de un ente peligroso, cuyo idioma, costumbres, creencias religiosas e ideas políticas, contaminan a la sociedad, por lo cual debe ser objeto de control social, legal y de represión. La pujanza y reproducción de esa mirada “del otro” ha conformado una ideología del miedo, que permea la cultura, al instalar en la vida cotidiana una sintomatología de asedio a la sociedad norteamericana, que brota con intermitencia en su época reciente.

No se trata, desde luego, de un fenómeno nuevo, si bien el patrón de prejuicios e intolerancia que le sostiene se manifiesta con más fuerza en el presente siglo. Así ocurrió en su primera década, la de 2000, con el gobierno de George W. Bush, y también en la segunda, la de 2010, sobre todo en su última etapa, con el de Donald Trump.

Ello tiene que ver con el hecho mismo de que desde los últimos decenios del siglo pasado, la inmigración en Estados Unidos crecía de manera exponencial, sobre todo la de carácter irregular. De ahí que las reacciones de intransigencia y fanática supremacía blanca, se conjuguen en un entorno sociopolítico y cultural de rechazo. Esta situación es muy visible en el sentimiento antiinmigrante, extendido en la sociedad norteamericana, palpable en expresiones concretas en los sectores conservadores del movimiento social y de los partidos. En su seno, se considera al inmigrante cual amenaza para la seguridad nacional interna y la identidad cultural estadounidense. Latinoamericanos y árabes en primera fila.

Aunque con Trump adquirió mayor notoriedad, ya existía un discurso político y hasta una actuación presidencial, que situaba la etiqueta de marginales, delincuentes, criminales, narcotraficantes, drogadictos, alcohólicos y prostitutas, a la población procedente de otros países, como los de América Latina, en particular México. Como terrorista, se identifica a la originada en Medio Oriente. Especialmente, la correspondiente al mundo musulmán.

En época aún cercana, e incluso, con una retórica benévola, demagógica, que aparentaba defender al inmigrante, con la Administración de Barack Obama ya se había puesto de manifiesto una tendencia parecida, atribuyéndosele el mayor número de deportaciones de mexicanos y otros latinoamericanos en la historia reciente de Estados Unidos. Entre otros antecedentes, más lejanos, vale la pena recordar la promulgación leyes anti inmigrantes influidas por la histeria anticomunista de la Guerra Fría, como lo sería la McCarran-Walter, en 1952, que limitaba el acceso de inmigrantes catalogados como indeseables, estableciendo medidas restrictivas que aludían a razones de seguridad. También, bajo la sombra de la Revolución Conservadora, la ley Simpson-Rodino, en 1987, referida a la llegada de inmigrantes ilegales procedentes de América Latina, que imponía, por vez primera en la historia norteamericana, sanciones (multas e incluso cárcel), a quienes contrataran a indocumentados. Y, en el marco de la globalización neoliberal, en 1994, la denominada Proposición 187, prohibía a los indocumentados el acceso a la salud y educación pública, entre otros servicios sociales.

El temor y el rechazo a los inmigrantes ha sido, hasta cierto punto, patrimonio de los dos partidos electorales y del pensamiento político acompañante. Han sido evidentes, en determinadas coyunturas, las similitudes partidistas e incluso, ideológicas en el tratamiento del asunto, al ser compartidas, si bien no de la misma manera, por republicanos y demócratas, por conservadores y liberales. La percepción de la inmigración, como símbolo del enemigo en casa, que constituía una amenaza a la identidad ha quedado, así, ubicada en el imaginario estadounidense, con una mirada reforzada. Y es que la identidad contiene conceptos de inclusión y exclusión: para ser "nosotros" (o sea, estadounidenses) se necesita de unos "otros" (latinoamericanos, árabes), que al traspasar las fronteras traen consigo “lo diferente”, lo “contaminante”. Así, se vive en medio del temor. Se respira, socialmente, en un medio ambiente definido por un miedo ambiente.

La diversidad que desde hace unos treinta años caracteriza a la población de Estados Unidos se revela con dramatismo a partir de los datos del censo de 1990, cuando constató que uno, de cada cuatro estadounidenses, pertenecía a una de las denominadas minorías más grandes, la latinoamericana, y pronosticó que con el tiempo aumentaría en forma considerable tal diversidad demográfica, debido por un lado al lento crecimiento de la población blanca mayoritaria, y por otro, al rápido crecimiento de las minorías asiáticas y latinas, con colores de piel, rasgos faciales, costumbres e idiomas diferentes.

Lo apuntado propicia un ambiente marcado por el temor al “otro”, que se afianza luego de la crisis creada en septiembre de 2001 por los atentados terroristas a las Torres Gemelas y al Pentágono. Con ese telón de fondo, bajo la actual Administración de Joseph Biden, ya en su último año, persiste una simbología cultural basada en representaciones que hacen del inmigrante y de quién profesa adscripciones religiosas consideradas extrañas, una presunta amenaza a la seguridad e identidad nacional, ante lo cual competirá en dureza el partido real. Se trata de enfrentar al enemigo en casa.

*Profesor e investigador de la Universidad de La Habana.

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Miedo Ambiente: Estados Unidos y el síndrome del enemigo en casa

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20.12.2023

De manera muy visible, en Estados Unidos han cobrado fuerza renovada, en el presente siglo, viejas preocupaciones. Entre las principales, están las percepciones de amenaza a la nación, que influyen tanto en la conciencia colectiva y la opinión pública como en los informes gubernamentales y los trabajos académicos. Esas ideas alimentan campañas presidenciales y agendas partidistas. Promesas y propuestas se formulan ante tales inquietudes o expectativas, nutriendo discursos y plataformas electorales. La contienda presidencial de 2024, ya iniciada, presta atención al tema, lo cual será creciente en los meses que se avecinan.

Arraigados por razones históricas como símbolos en el imaginario nacional durante el siglo XX, en el que se manifiestan sus expresiones con disímiles alcances legales, tales desasosiegos atraviesan hoy la sociedad civil y el sistema político. Se difunden por los medios de comunicación tradicionales y las novedosas redes sociales digitales. Se retoman visiones excluyentes que criminalizan a los inmigrantes y estimulan su rechazo, al considerarles nocivos para la nación. En la cultura artística y literaria, sobre todo en el cine, se expresan también esos estereotipos. La discriminación, el racismo y la xenofobia ganan espacios, con tintes fascistas, al presentarles como peligros internos a la identidad y seguridad nacional. Ello conforma el síndrome del enemigo en casa.

Justamente, en ese marco se reaviva el asunto. El pasado 18 de diciembre, coincidiendo con el Día Internacional del Migrante, en Texas, se promulgó la que se considera como la ley antinmigrante más dura de Estados Unidos. Firmada por el gobernador del estado, que ha dicho que la situación actual de la frontera representa “un riesgo a la seguridad nacional”, permite a las autoridades detener e iniciar trámites de deportación a quienes lleguen ilegalmente a sus territorios, provenientes de otros países, entre los cuales México sería el principal, aunque no el único, emisor. Previamente aprobada el mes........

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