Al otro lado del mar, había días en los que el ruido de los autobuses me despertaba de madrugada. Durante largos minutos, oía ronronear los viejos motores en la calle de al lado, hasta que un progresivo apagado de su estruendo, verificaba con el silencio que, finalmente, habían llegado a su destino. Entre dormido y despierto, imaginaba que, como tantas otras veces, aquellos viejos y ruidosos colectivos estarían estacionados en doble fila, frente a la sede local del partido y junto al viejo módulo de policía. Algo que solía confirmar durante la más temprana de mis salidas que era justo al amanecer y coincidía con los primeros movimientos de los pasajeros. El trasiego consistía en repartir las pancartas y las bolsas de comida que otros iban recogiendo después de desperezar sus miembros entumecidos, apelando con sus gestos a los que, todavía, desde el interior de los autobuses, se acurrucaban entre sus mantas, con las caras pegadas en las ventanillas.

‘Los acarreados' -así se les decían-, eran movilizados desde diferentes estados de la República hasta el centro capitalino de la Ciudad de México, para ejecutar el correspondiente ejercicio popular de apoyo incondicional a su aclamado líder. Esto que, según los medios, sucedía desde hacía bastante tiempo, era como un bálsamo de respaldo social, para cada una de las ocasiones en las que se hubiese generado una pérdida de la popularidad o un deterioro de su imagen personal o política.

Por lo visto, ocasiones no faltaban. Como aquella en la que se le intentó involucrar (con literatura incluida) con un cártel del ‘narco' o aquella otra en la que se generó un escándalo de financiación irregular, incluyéndose en la noticia, un video con su hermano recogiendo algunas bolsas que, según decían, contenían dinero. Trama, por cierto, que fue desestimada por ‘la fiscalía'. Sin embargo, lo que más dañó la imagen del llamado ‘presidente de los pobres', fue una información que difundía los lujos y la vida aparentemente ostentosa, de uno de sus hijos en un país vecino. Aquello, puso de nuevo el foco en su familia, junto a un flujo constante de información sobre la presunta corrupción y tráfico de influencias que implicaban a su progenie. Lógicamente, la sociedad observó que la familia del presidente quizás llevaba una dinámica de vida muy lejana a la austeridad republicana que él había predicado, como abanderado de la lucha de clases y fracturando a la sociedad mexicana. Consecuencia de ello, parte de esa misma sociedad se sintió decepcionada y haciendo gala de cierto espíritu crítico, empezaron a dudar de la ‘integridad' de su transformador proyecto político.

Por otro lado, esa dinámica de noticias aumentó la tensión con los medios. Incluso algunos comunicadores, líderes de opinión que fueron el azote de anteriores gobiernos (incluidos los liberales), al informar al respecto o haber hecho eco de las noticias, también se vieron condenados a cierto ostracismo. A todo esto, la figura presidencial, que en paralelo nunca cejó en su empeño de acometer contra la justicia, decía ahora ser la víctima, junto a su familia, de una campaña de ‘bulos' sin precedentes. Una campaña de infundios, según decían, orquestados desde los medios por la oposición o al servicio de intereses extranjeros, como los de la corresponsal del New York Times, en México, cuyo número de teléfono personal terminó siendo expuesto por el propio presidente, ante millones de televidentes en “la mañanera”. Por cierto ¿Saben a qué me refiero? La mañanera presidencial es un programa televisivo protagonizado por él mismo y que según se dijo en sus inicios, rendía cuentas en un ejercicio de presunta transparencia aunque, de paso, también sirvió para interceder por sus hijos haciendo alarde de un emocional y lacrimoso patetismo. Una puesta en escena que generó una nueva polémica y a la que muchos no le dieron un mínimo de credibilidad, considerándola una maniobra de manual, del kirchnerismo más emocional o del chavismo más populista, buscando involucrar en la ‘contienda' a toda esa masa social incondicional. Una huida hacia delante sin más polémica sustancial, porque, como me dijeron aquí, unos amigo de allá: “qué más os da, si todo eso responde a un patrón de manipulación social. En cualquier caso, son cosas que, de momento, sólo suceden al otro lado del mar”. Y miren…

QOSHE - Al otro lado del mar - Santiago Sanz Sanz
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Al otro lado del mar

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07.05.2024

Al otro lado del mar, había días en los que el ruido de los autobuses me despertaba de madrugada. Durante largos minutos, oía ronronear los viejos motores en la calle de al lado, hasta que un progresivo apagado de su estruendo, verificaba con el silencio que, finalmente, habían llegado a su destino. Entre dormido y despierto, imaginaba que, como tantas otras veces, aquellos viejos y ruidosos colectivos estarían estacionados en doble fila, frente a la sede local del partido y junto al viejo módulo de policía. Algo que solía confirmar durante la más temprana de mis salidas que era justo al amanecer y coincidía con los primeros movimientos de los pasajeros. El trasiego consistía en repartir las pancartas y las bolsas de comida que otros iban recogiendo después de desperezar sus miembros entumecidos, apelando con sus gestos a los que, todavía, desde el interior de los autobuses, se acurrucaban entre sus mantas, con las caras pegadas en las ventanillas.

‘Los acarreados' -así se les decían-, eran movilizados desde diferentes estados de la República hasta el centro capitalino de la........

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