Fiel al vicio de coleccionar ideas y palabras felices del mundo literario, pongo aquí ocho textos dictados directamente por el espíritu.

Del plagio podemos hablar en modo policiaco: el plagiario es un sujeto que les echa mano a ideas o frases ajenas; o podemos abordarlo con el pragmatismo de André Gide: «El buen copista es un asesino: mejora tanto el botín que borra de la historia al autor original».

Borges nunca se creyó original ni dueño de nada porque «la lengua es una obra colectiva, una tradición». Quizá fue por esto que escribió al frente de Fervor de Buenos Aires: «Si las páginas que siguen consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor».

En el siglo VII un hombre montado en un camello y acurrucado entre dos sacos, uno de higos y otro de trigo, entró en Alejandría. Estos dos sacos y un plato de madera eran todas sus riquezas. Dormía en el suelo y sus alimentos eran higos, pan y agua. Había conquistado la mitad del Asia y la mitad del África. Asaltó o quemó treinta y seis mil ciudades, aldeas, fortalezas y castillos. Destruyó cuatro mil templos paganos o cristianos y edificó mil cuatrocientas mezquitas. Venció a Izdeger, Rey de Persia, y a Heraclio, emperador de Oriente. Este hombre se llamaba Omar y quemó la Biblioteca de Alejandría. (Víctor Hugo, William Shakespeare).

«El cristianismo es la suma de monoteísmo hebreo, idealismo platónico e imperialismo romano». (E. Gibbon, Declinación y caída del imperio romano).

En una clase del Magdalen College de Oxford el profesor de literatura preguntó: ¿Ustedes creen que Homero nació ciego? Un estudiante levantó la mano: «No creo –dijo–, sus poemas son ricos en imágenes. Quizá la leyenda quiere decirnos que la poesía es música antes que luz».

Gracias, joven Wilde –dijo el profesor– y dio por resuelto el asunto.

Cuando Alberto Manguel (Una historia de la lectura) visitó un apiario en Palma de Mallorca le contaron una vieja tradición: si el apicultor muere, alguien debe darles la noticia a sus abejas. Sombrío, Manguel acarició una caja de panales: «Cuando yo muera, quiero que alguien hable con mis libros».

Cioran admiraba la obra de Paul Valéry pero lamentaba su perfección. Un poeta no puede ser tan atildado –decía– su esfera son las pasiones, no la razón; debe tener el pulso de la madre de Proust. Luego de peinarlo, ella lo despeinaba un poco. «Quiero que luzcas como un niño, no como un señorcito».

Cioran cerró Los estragos de la perfección con el elogio más envenenado de la historia de la crítica: «Valery es el punto más alto del crepúsculo de Occidente».

«El ensayista debe sostener con gracia un punto de vista original». Jaime Alberto Vélez. Aquí está dicho todo sobre la reflexión literaria. Cuando Vélez dice «ensayista», nos recuerda que estamos ante un género literario, un ritmo que no puede ejecutarse en chanclas. Cuando nombra la gracia, nos exhorta a evitar la pesadez del tratado y la monografía. Sabía que «ensayo» y «rigor» son antónimos. Cuando pide originalidad nos recuerda que el ensayo tendrá primicias en el fondo o en la forma: dirá cosas nunca dichas, o cosas viejas pero reeditadas de una manera inolvidable.

Los ocho textos citados siguen la estética de Vélez. Son esféricos, conjeturales, están tocados por la gracia y eluden grácilmente la pesadez. Parecen inspirados en la poética del aforismo, un ensayo brevísimo que resume en dos líneas la introducción, el desarrollo y el cierre, le sobra espacio para arrojar una paradoja cínica y ser, al tiempo, hondo y musical.

QOSHE - Ocho fragmentos literarios - Julio César Londoño
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Ocho fragmentos literarios

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16.03.2024

Fiel al vicio de coleccionar ideas y palabras felices del mundo literario, pongo aquí ocho textos dictados directamente por el espíritu.

Del plagio podemos hablar en modo policiaco: el plagiario es un sujeto que les echa mano a ideas o frases ajenas; o podemos abordarlo con el pragmatismo de André Gide: «El buen copista es un asesino: mejora tanto el botín que borra de la historia al autor original».

Borges nunca se creyó original ni dueño de nada porque «la lengua es una obra colectiva, una tradición». Quizá fue por esto que escribió al frente de Fervor de Buenos Aires: «Si las páginas que siguen consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor».

En el siglo VII un hombre montado en un camello y acurrucado entre dos sacos,........

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