Eduardo Claure

El respeto por los árboles, y en general por los recursos de la naturaleza, se manifiesta también en la antigua visión cosmológica andina. Siendo el poblador andino un gran viajero que recorría los distintos pisos ecológicos, al mismo tiempo -y sin duda por ello mismo- mantuvo siempre un vínculo muy estrecho con el lugar de origen, con el sitio de la tierra de donde creía que había salido su linaje. Vínculos de parentesco y vínculo con la tierra de origen se hicieron así una sola y misma cosa. Cuenta Molina que, los “indios” creían que el Hacedor, dios creador, después de hacer las naciones y dar ánima a hombres y mujeres: “les mandó se sumiesen debajo de tierra cada nación por sí; y que de allí cada nación fuese a salir a las partes y lugares que él les mandase; y así dicen que los unos salieron de cuevas, los otros de cerros, y otros de fuentes, y otros de lagunas, y otros de pies de árboles; y que por haber sido de allí el principio de su linaje, hicieron huacas y adoratorios estos lugares” (Molina 1943:9).
Si estos lugares fueron de adoración y de sacrificios, es porque se pensaba que de algún modo ahí se encontraba aún el antepasado, o que éstas eran puertas para comunicarse con el mundo de adentro de la tierra, con el mundo de los muertos. En la actualidad, en muchos lugares de la sierra peruana y alturas de las cordilleras bolivianas se piensa que las cuevas (que son puestas en la cita de Molina en el mismo plano que los árboles) son puertas para acceder al mundo interior de los cerros donde vive el Apu, el Wamani, el antepasado sagrado. Según versiones actuales muy difundidas, antes de los hombres de hoy, vivieron otra u otras generaciones vinculadas de una u otra manera al mundo salvaje y a los bosques, árboles y arboledas. Recordemos a Guaman Poma con su racha runa (hombres de los árboles) y la antigua generación Wariwiraqucha runa, que se vestían con hojas de árboles. Garcilaso, hablando de “gentiles” que tenían “barbariedad” dice que: “vivían en cuevas debajo de tierra, resquicios de peñas, en huecos de árboles” (Garcilaso de la Vega, I:41).
En cuentos andinos actuales, se dice que los gentiles desaparecieron con una lluvia de fuego ante la cual se refugiaron en sus cuevas, pese a lo cual perecieron, aunque no del todo, porque en las noches sin luna vuelven a manifestarse haciendo ruido. Molina nos menciona un caso similar, referido esta vez al diluvio, donde cuevas y árboles sirven de protección eficaz: “Otras naciones hay que dicen que cuando el diluvio se acabó, por las aguas, la gente, excepto aquellos que en algunos cerros, cuevas y árboles se pudieron escapar, y que éstos fueron muy poquitos, y que de allí empezaron a multiplicar” (Molina, 1943:10). Junto a los árboles considerados sagrados se hacían sacrificios destinados a las Wacas, divinidades de la naturaleza, o antepasados encarnados en la naturaleza, aquí en el árbol. Cieza de León (1967a:229) menciona los sacrificios que se hacían junto a los árboles de molle considerados sagrados. En algunos casos, el árbol era también el medio por el que hablaba el oráculo: “Sin estos oráculos, había el de Aperahua, en donde por el troncón de un árbol respondía el oráculo, y que junto a él se halló cantidad de oro” (Cieza de León, 1967b: 98).
El quechua tiene dos palabras para designar al árbol: sacha, que es un árbol maduro, y que va asociado al mundo salvaje en la expresión sacha runa; y mallki, que señala también la planta en general, y particularmente al plantín, el árbol tierno. Ahora bien, esta misma palabra mallki, o mallqui, designaba también a los antepasados: “Los naturales decían que los mallki eran hijos de las antiguas huacas, descendientes de una primera generación de hombres. En las aldeas viejas y abandonadas por orden de los españoles, o en las elevadas cuevas situadas en los flancos escarpados de las montañas, los mallqui permanecían vigilantes, protegiendo a sus herederos, pero también se enfurecían si no se cumplía con los ritos de los difuntos, si no se les daba de comer y beber” (Rostoworowski, 1982:67). Como el árbol viejo vuelve a vivir en la planta joven, así también el antepasado revive en sus descendientes, esta es una posible cuenta del doble significado del término mallki.
En un ambiente general de respeto de la naturaleza, el respeto por los árboles, y con ello de los bosques andinos y más aun de los de tierras bajas, su uso mesurado y limitado debió ser la norma. Las estrategias del uso vertical de los varios pisos ecológicos, la de intercambio entre estos pisos -John Murra y Olivia Harris- y una producción sustentada en relaciones de reciprocidad, debieron usarse también con respecto al recurso forestal. La agricultura andina, centro de todo el desarrollo social de la época, debió prosperar en parte en desmedro de terrenos boscosos, tanto con la ampliación de la frontera agrícola, como por el aumento de la necesidad de leña y otros productos forestales inherentes a un incremento demográfico. El interés por el bosque parece haberse centrado en su conservación más que en un esfuerzo por crear un bosque artificial de acuerdo a las necesidades, aunque pudo haber excepciones. El uso de leña parece haber sido el mayor destino del recurso forestal, y la preocupación por el ahorro de combustible sugiere relativa escasez. No hubo un uso importante de madera en la vivienda, sin muebles, con vigas más cortas y delgadas que las que se hacen aún hoy con el eucalipto y el pino.
La protección del bosque, ligada en parte a necesidades de caza, se vinculaba directamente, en la época de los Incas, con la reproducción de un recurso que era utilizado para la tributación en trabajo a favor del Estado. En casos particulares, como en los puentes, por ejemplo, la cantidad de recurso requerido sugiere un control sobre los arbustos necesarios, como una manera de resolver conflicto entra las necesidades en aumento de la administración, y particularmente del ejército. Es posible que en la época de los Incas se haya generado una deforestación mayor que en tiempos anteriores, pero la administración del Inca debió también tomar medidas para contrarrestar la tendencia. Tal vez, con el tiempo, hubiera logrado generalizar plantaciones, como las que existen al borde de los caminos, pero la irrupción de los españoles interrumpió el proceso.
La asociación del bosque con lo bárbaro, muestra su carácter competitivo con la agricultura en una sociedad para la cual esta última es la actividad cultural por excelencia. Sin embargo, en la mente andina, lo bárbaro también debe ser respetado, la cultura debe convivir con la no cultura, con las fuerzas indómitas de la naturaleza, pues el peligro latente de éstas sólo se puede conjurar estableciendo pactos de respeto mutuo. Más aún, la relación entre cultura y naturaleza parece similar a la relación entre vivos y muertos, entre gente de hoy y sus abuelos. Así como los muertos en ciertas condiciones, son fuente de vida, así también el bosque y los cerros, lugares de peligro, serían la contraparte necesaria de la vida civilizada. Cuanta falta hace mirar retrospectiva y culturalmente, para comprender la importancia del árbol, los bosques y la biodiversidad que estos albergan y su alta importancia para los humanos, como para plantarlos y reproducirlos, permanente y extensivamente.

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El árbol en la cosmología andina y en la sociedad prehispánica

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06.05.2024

Eduardo Claure

El respeto por los árboles, y en general por los recursos de la naturaleza, se manifiesta también en la antigua visión cosmológica andina. Siendo el poblador andino un gran viajero que recorría los distintos pisos ecológicos, al mismo tiempo -y sin duda por ello mismo- mantuvo siempre un vínculo muy estrecho con el lugar de origen, con el sitio de la tierra de donde creía que había salido su linaje. Vínculos de parentesco y vínculo con la tierra de origen se hicieron así una sola y misma cosa. Cuenta Molina que, los “indios” creían que el Hacedor, dios creador, después de hacer las naciones y dar ánima a hombres y mujeres: “les mandó se sumiesen debajo de tierra cada nación por sí; y que de allí cada nación fuese a salir a las partes y lugares que él les mandase; y así dicen que los unos salieron de cuevas, los otros de cerros, y otros de fuentes, y otros de lagunas, y otros de pies de árboles; y que por haber sido de allí el principio de su linaje, hicieron huacas y adoratorios estos lugares” (Molina 1943:9).
Si estos lugares fueron de adoración y de sacrificios, es porque se pensaba que de algún modo ahí se encontraba aún el antepasado, o que éstas eran puertas para comunicarse con el mundo de adentro de la tierra, con el mundo de los muertos. En la actualidad, en muchos lugares de la sierra peruana y alturas de las cordilleras bolivianas se piensa que las cuevas (que son puestas en la cita de Molina en el mismo plano que los árboles) son puertas para acceder al mundo interior de los cerros donde vive el Apu, el Wamani, el antepasado sagrado. Según versiones actuales muy difundidas, antes de los hombres de hoy, vivieron otra u otras generaciones vinculadas de una u otra manera al mundo salvaje y a los bosques, árboles y arboledas. Recordemos a Guaman Poma con su racha runa (hombres........

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