El 5 de febrero de 1970, a un año y cuatro meses de acontecida la masacre de Tlatelolco, un hombre salió de su departamento con una “Luger” en el maletín y se dirigió hacia el Monumento de la Revolución, donde el presidente Gustavo Díaz Ordaz celebraba el LIII aniversario de la promulgación de la Constitución Política. Al llegar a la esquina de la calle Gómez Farías con Avenida de los Insurgentes, y convencido de que iba a asesinar al primer mandatario, Carlos Castañeda de la Fuente disparó su arma al automóvil en el que se encontraba el general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, sin lograr su cometido. De inmediato fue detenido, señalado como incapaz e internado en un manicomio.

Los medios de comunicación omitieron difundir los hechos, el caso se soterró y la justicia civil se prestó a convalidar la locura del frustrado magnicida. Castañeda pasaría 20 años sin un diagnóstico claro, sufriendo de constantes vejaciones y torturas, sólo para después ser liberado carente de personalidad legal. Al final, moriría en las calles, anónimo, sin identidad ni pasado.

Esta es la sórdida historia que rescata José Ramón Cossío Díaz en su libro “Que nunca se sepa. La historia del intento de asesinato contra Gustavo Díaz Ordaz y la respuesta brutal del Estado mexicano”, publicado por el sello editorial Debate. El autor, ministro en retiro de la Suprema Corte, una vez más demuestra su amplitud de intereses y su habilidad para recrear episodios históricos que nos confrontan con los bajos fondos de nuestro pasado, aquí demostrando cómo el sistema fue capaz de arrebatarle su identidad a alguien que le resultaba incómodo.

Con el rescate de los pocos documentos que se conservaron, y el desentrañamiento de silencios, ocultamientos, disimulos, mutismos deliberados, omisiones de las autoridades, complicidad de jueces y abogados, y diagnósticos psiquiátricos parciales hechos por médicos sin escrúpulos, Cossío va armando un rompecabezas que le permite sacar a la luz una confabulación en la que la razón de Estado se impuso al Estado de Derecho.

“Que nunca se sepa”, con una prosa fluida e intrigante, expone el incorrecto actuar judicial en el caso, demostrando, por ejemplo, la corrupción de la jueza pupilar, del ministerio público y del tutor del interdicto. Cossío mantiene un balance entre la fidelidad al hecho histórico y la tensión narrativa, involucrando al lector en las minucias más oscuras que ofrece el acontecimiento. “Que nunca se sepa” se inserta en la producción literaria del jurista como un ejercicio historiográfico relevante para descubrir los motivos de Díaz Ordaz para ocultar el atentado “activando un mecanismo de aniquilación en vida”.

En su discurso de ingreso al Colegio Nacional, Cossío señaló: “El Derecho en nuestro país suele verse como un obstáculo para conseguir algo. Suele verse como un conjunto de reglas farragosas, a veces obsoletas, a veces inútiles, mediante las cuales las personas encuentran impedimentos para realizar sus conductas. Sin embargo, estimo que es probablemente la mejor invención social del ser humano para construir sus relaciones jurídicas, e insisto formalizar su cotidianidad y su estatus en la vida misma”, en este sentido destaca que el fondo de “Que nunca se sepa”, con toda su oscuridad, rescate a la ley como vía para la justicia. Se trata de un libro de lectura urgente que comprueba que la importancia del Derecho reluce en su ausencia, ante la saña de quien se siente todo poderoso.

QOSHE - Que nunca se sepa - Ángel Gilberto Adame
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Que nunca se sepa

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10.02.2024

El 5 de febrero de 1970, a un año y cuatro meses de acontecida la masacre de Tlatelolco, un hombre salió de su departamento con una “Luger” en el maletín y se dirigió hacia el Monumento de la Revolución, donde el presidente Gustavo Díaz Ordaz celebraba el LIII aniversario de la promulgación de la Constitución Política. Al llegar a la esquina de la calle Gómez Farías con Avenida de los Insurgentes, y convencido de que iba a asesinar al primer mandatario, Carlos Castañeda de la Fuente disparó su arma al automóvil en el que se encontraba el general Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, sin lograr su cometido. De inmediato fue detenido, señalado como incapaz e internado en un manicomio.

Los medios de comunicación omitieron difundir los hechos, el caso se soterró y la justicia civil se prestó a convalidar la locura del frustrado magnicida.........

© El Universal


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