El anuncio de los cinco días del presidente Sánchez consiguieron lo que parecía una utopía: que una parte del debate público se destinase a analizar la urgencia de frenar para reflexionar sobre cómo nos habíamos acostumbrado a sobrevivir asediados por la manipulación, la mentira, la crueldad, el clasismo, la corrupción y la desfachatez. Sánchez hizo check en buena parte de los pilares del discurso feminista: puso la vida en el centro, expuso lo personal como político, reivindicó el cuidado y los afectos como seres codependientes que somos, apuntó la importancia de priorizar la salud mental al desempeño profesional…. Todo ello al margen de la declaración de su condición de hombre enamorado, con la que recordó que los hombres tienen derecho a exponer sus emociones pero, también, que aún no hemos inventado nada que despierte tantos “ohhhhh” cómo el cuestionado y manido amor romántico.

Lo importante no era si Sánchez estaba siendo sincero al anunciar que estaba barajando la posibilidad de dimitir por el daño ocasionado a su familia, sino que con su carta había conseguido que en los bares, en las puertas de los colegios, en los centros de trabajo o en los hogares, mucha gente estuviese debatiendo sobre los límites éticos en la lucha por el poder; la urgencia de distinguir entre medios de comunicación y periodistas y la maquinaria de intoxicación pública y sus mercenarios; la urgencia de una regeneración democrática de la judicatura; las secuelas provocadas en la convivencia por el embrutecimiento y la vileza del enfrentamiento partidista. Y no sólo entre el sector progresista y la derecha y la ultraderecha, sino del todos contra todos en el que vivimos desde hace más de 20 años, cuando el entonces presidente José María Aznar nos arrastró a la invasión ilegal y a la destrucción de Irak, y cuando el odio se convirtió en el combustible de muchos platós y rotativas, como hemos visto en sendos reportajes estos días a propósito del aniversario del 11M.

El problema es que quienes creyeron que esta reflexión colectiva era una oportunidad para comenzar a blindar la democracia y el Estado del bienestar hoy se han encontrado con que el presidente que apuntó las claves a seguir en la carta en la que anunciaba una posible dimisión no ha dado una sola pista de cómo las va a poner en práctica en su discurso de permanencia.

Si evidencias que hay que acabar con el circo, no puedes volver a la teatralización de las palabras huecas. Es demasiado el cansancio, el hartazgo, los déjà vu, la decepción, los volvamos a empezar con los que cargan los votantes progresistas desde hace décadas. Tras los niños y adolescentes devueltos ilegalmente en la frontera de Ceuta, los más de 100 hombres asesinados en la valla de Melilla, la preservación de la Ley Mordaza, la violación estructural del derecho fundamental a la vivienda, así como el mantenimiento de las relaciones diplomáticas con Israel, ya no caben más chantajes de truco o trato.

La democracia se defiende de quienes quieren destruirla blindando, fortaleciendo y ampliando los derechos sociales, los servicios públicos y los derechos humanos. Poniendo la vida en el centro, como tan bien explicó el presidente en su carta. Porque ya no quedan más comodines del público. Y, tarde o temprano, la derecha y la ultraderecha llegarán y gobernarán. Porque es una alianza que avanza a nivel global, que comparte recursos, estrategias y maquinarias de desinformación para seguir concentrando la riqueza con la privatización de lo público, para imponer su agenda reaccionaria mediante el voto de sus víctimas. Y porque la alternancia política sigue siendo una de las garantías democráticas.

Más pronto que tarde, los de “se habrían muerto igual” y los involucionistas gobernarán. Y sólo respetarán las reglas del juego si sus predecesores convencieron a la ciudadanía de que se vive mejor en democracia. Para muchas personas que no pueden pagar un alquiler, ni la calefacción, ni dar de comer carne a sus hijos o a sus padres dos veces a la semana, ni ir a un concierto o comprarse un libro, ni hacerse la revisión anual dental o comer fuera una vez al mes, no sólo no está claro, sino que no tienen razones para creerlo.

La mayor amenaza contra la democracia no es la ola reaccionaria, sino quienes la vaciaron de políticas redistributivas para reducirla a la teatralización de los discursos y las palabras vacuas. Sin esperanza ni horizonte de mejora no hay democracia. Y sin hechos, palabras como las de hoy no nos salvan de nada.

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QOSHE - Tras el comodín de la carta, la nada - Patricia Simón
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Tras el comodín de la carta, la nada

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29.04.2024

El anuncio de los cinco días del presidente Sánchez consiguieron lo que parecía una utopía: que una parte del debate público se destinase a analizar la urgencia de frenar para reflexionar sobre cómo nos habíamos acostumbrado a sobrevivir asediados por la manipulación, la mentira, la crueldad, el clasismo, la corrupción y la desfachatez. Sánchez hizo check en buena parte de los pilares del discurso feminista: puso la vida en el centro, expuso lo personal como político, reivindicó el cuidado y los afectos como seres codependientes que somos, apuntó la importancia de priorizar la salud mental al desempeño profesional…. Todo ello al margen de la declaración de su condición de hombre enamorado, con la que recordó que los hombres tienen derecho a exponer sus emociones pero, también, que aún no hemos inventado nada que despierte tantos “ohhhhh” cómo el cuestionado y manido amor romántico.

Lo importante no era si Sánchez estaba siendo sincero al anunciar que estaba barajando la posibilidad de dimitir por el daño ocasionado a su familia, sino que con su carta había conseguido que en los bares, en las puertas de los colegios, en los centros de........

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