No deja de fascinarme la facilidad que tenemos las personas para engañarnos a nosotros mismos. Ya sea por ignorar la realidad, por ideología o por el hastío de haber tenido la suerte de nacer donde no te ha faltado nunca de nada. Sea como fuere, hay gente que protesta contra las bases mismas de nuestra sociedad, ignorando que si derribas un pilar se puede caer todo el edificio. O tal vez no lo ignoran y lo que pretenden, precisamente, es destruir el bienestar tal y como lo conocemos.

Hace unos días tenía lugar en Madrid la junta general de accionista de Repsol. En un momento determinado, una activista de Greenpeace tomó la palabra haciéndose pasar por una accionista y enarboló el discurso habitual del género apocalíptico. Acusó a Repsol de todos los males posibles, entre ellos, acabar con la vida de millones de personas, ser culpables del cambio climático o arrasar la biodiversidad del planeta. El repaso que le metió el CEO de la compañía, Josu Jon Imaz, fue digno de ver.

La falacia ecologista (una de las muchas) radica en criticar el bienestar actual y las fuentes que lo originan, pero sin renunciar a dicho bienestar. Desde la comodidad de su sofá de Ikea, con su calefacción o su aire acondicionado, mientras piden la cena al Glovo y disfrutan de la última serie de Netflix, entonces sacan su iPhone última generación y escriben en X (antes Twitter) alguna soflama anticapitalista y climático-apocalíptica. Se permiten dar lecciones desde su sofá fabricado con petróleo y llevado hasta su casa con petróleo, con su calefacción de gas, su cena cocinada con gas, disfrutando de los servicios de grandes multinacionales capitalistas y desde un móvil fabricado con cobalto que han extraído niños congoleños en condiciones de semi-esclavitud. Así son, el nuevo sacerdocio contemporáneo.

Falta autocrítica. Mucha. Las compañías petroleras no son más que un intermediario, no son más que un vector que hace posible que nosotros dispongamos de petróleo y sus beneficios. Estas compañías aparecen siempre en los primeros puestos del ranking mundial de corporaciones emisoras de CO2, pero los gases de efecto invernadero los emitimos nosotros, no ellos. El petróleo lo consumimos nosotros, es un servicio que nos dan a nosotros y del que nos beneficiamos nosotros. Son los combustibles fósiles que nos llevan a trabajar, que nos mantienen calientes en invierno, que llenan los supermercados con nuestros alimentos, con los que se fabrica la ropa que llevamos y la gran mayoría de útiles del día a día. Son los combustibles fósiles que nos permiten hacer invernaderos, tuberías, móviles, ordenadores, pinturas, medicamentos, fertilizantes, plásticos y millones de cosas que hacen nuestra vida mejor.

Los combustibles fósiles son la base del desarrollo de la humanidad. Fueron los responsables de la Revolución Industrial y del aumento de la calidad de vida de los seres humanos a lo largo y ancho del planeta. Son los que consiguieron que el hombre escapara de sus condiciones de vida deplorables y dejara atrás la miseria que había caracterizado nuestra existencia durante milenios. ¿La realidad? El mundo no está todavía preparado para abandonar los combustibles fósiles. No tenemos el grado de desarrollo tecnológico para hacerlo. Evangelizar lo contrario es condenar a los seres humanos a una senda de decrecimiento, pobreza y muerte. Millones y millones de muertes.

Lo que realmente mata es el buenismo occidental. Lo que realmente mata es pensar que la casa caliente, el médico cerca, las farmacias 24 horas, la comida que nunca falta y el scroll infinito en el Instagram son algún tipo de derecho universal. No lo son, son conquistas a la pobreza que se han hecho realidad gracias a los combustibles fósiles. Los profetas de la exégesis medioambiental no se distinguen en nada de estructuras eclesiásticas más arcaicas. Irán a las cumbres internacionales a pedir que usted no pueda viajar en avión, pero ellos irán en sus jets privados. Dictarán en los Parlamentos leyes para que usted no pueda circular con su coche, pero ellos tendrán un vehículo oficial con chófer a su disposición. Y además lo pagará usted. Lo de siempre.

El verdadero genocidio es condenar a los países pobres del mundo a un subdesarrollo perenne. Anclarles a una pobreza evitable, a unas enfermedades erradicables y a un hambre innecesaria. Oponerse al uso del carbón en África, Asía y Sudamérica es condenar a millones de personas a una muerte segura, pudiendo evitarlo. Oponerse a los alimentos transgénicos es condenar a millones de personas a morir de hambre, pudiendo evitarlo. Oponerse al desarrollo que proporcionan los combustibles fósiles es condenar a millones de niños a morir antes de los cinco años de vida. Les da exactamente igual, se ponen en Amazon Video la última serie de moda y, entre capítulo y capítulo, tuitean sobre lo malvado del capitalismo mientras beben té macha (plantado, fertilizado, abonado, cosechado, procesado y transportado hasta sus casas con petróleo). Es lo que nos toca vivir, la indecencia occidental.

QOSHE - El genocidio real es el ecologista - Manuel Fernández Ordóñez
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

El genocidio real es el ecologista

50 1
12.05.2024

No deja de fascinarme la facilidad que tenemos las personas para engañarnos a nosotros mismos. Ya sea por ignorar la realidad, por ideología o por el hastío de haber tenido la suerte de nacer donde no te ha faltado nunca de nada. Sea como fuere, hay gente que protesta contra las bases mismas de nuestra sociedad, ignorando que si derribas un pilar se puede caer todo el edificio. O tal vez no lo ignoran y lo que pretenden, precisamente, es destruir el bienestar tal y como lo conocemos.

Hace unos días tenía lugar en Madrid la junta general de accionista de Repsol. En un momento determinado, una activista de Greenpeace tomó la palabra haciéndose pasar por una accionista y enarboló el discurso habitual del género apocalíptico. Acusó a Repsol de todos los males posibles, entre ellos, acabar con la vida de millones de personas, ser culpables del cambio climático o arrasar la biodiversidad del planeta. El repaso que le metió el CEO de la compañía, Josu Jon Imaz, fue digno de ver.

La falacia ecologista (una de las muchas) radica en criticar el bienestar actual y las fuentes que lo originan, pero sin renunciar a dicho bienestar. Desde la comodidad de su sofá de Ikea, con su calefacción o su aire acondicionado, mientras piden la cena al Glovo y........

© La Región


Get it on Google Play