Es bastante imposible abrir un libro de Natalia Ginzburg y no ser capaz de soltarlo hasta llegar al final. Incluso aunque lo hayas leído ya, da igual si recuerdas la trama o no, si tu memoria lo conserva, aunque adulterado, o no recordabas absolutamente nada. Sus ficciones producen una sensación de familiaridad y el encariñamiento con sus personajes es inevitable. Me ha pasado con Valentino, una nouvelle brevísima que acaba de retraducir Andrés Barba para Acantilado –estaba la versión de Félix Romeo para Espasa en un volumen donde estaban también Sagitario y Así fue; Acantilado la publicó recientemente como Y eso fue lo que pasó, también con traducción de Barba.

Valentino sucede en el ámbito familiar y doméstico, como muchas de las ficciones de Ginzburg, quizá todas. Tiene un eco chejoviano por varias razones: la primera, porque se deposita toda la confianza en un hermano varón que decepciona y no cumple esas expectativas; la segunda porque como Chéjov, Ginzburg mira a sus personajes sin juzgarlos, no los idealiza, los deja ser, con sus defectos y sus virtudes, con su entidad.

Las virtudes de Ginzburg como escritora de ficciones son muchas. En esta nouvelle de 1957 destacan los personajes, a los que se les dota de una entidad humana con apenas unas páginas; sin embargo, consigue que hagamos nuestras sus preocupaciones y que los recordemos con la misma intensidad con que pensamos en un familiar. Sobre este tipo de confusiones entre la realidad y la ficción y en lo de sufrir por el porvenir de un personaje de ficción, quiero contar algo. Es el rizo del rizo. Un amigo escritor recordaba con tal viveza a los personajes de Ratatouille que en su memoria, por un momento, se trataba de una película con actores de carne y hueso. Lo sé porque un día me preguntó cómo se llamaba el actor ese tan bueno que hacía de cocinero torpe en la película. Yo pienso en Valentino y en Maddalena, en Kit, en Clara y en Caterina con más cariño del que le tengo a gente que veo a diario.

Valentino es una tragedia íntima en la que confluyen muchas infelicidades: hay muchos afectados, y lo que me gusta es que ese drama se cuenta sin un solo subrayado, porque es así como les sucede a los personajes: a pesar de todo, su rutina se impone, el día a día se lo come todo, de modo que puede parecer que no ha pasado nada, pero sabemos, como ellos, que algo les ha cambiado para siempre.

Valentino es el hermano en el que los padres han depositado sus expectativas, “será un gran hombre”, estudia medicina. En la casa familiar viven Valentino, los padres y Caterina, la narradora. Valentino está exento de hacer aportaciones a la economía familiar. Caterina trabaja y estudia; el padre trabaja, la madre trabaja. Hay otra hermana, Clara, que tiene su propia familia y también trabaja: mecanografía para una oficina. Así están las cosas al comienzo de la novela. De pronto, Valentino anuncia que se casa y la novia, a la que lleva a la casa, no se parece en nada a las chicas con las que suele andar: no es guapa, no es joven, le saca diez años y se desenvuelve con seguridad y determinación. Se casan, claro. Y por mucho que dé muestras de cariño y generosidad, la madre de Valentino no termina de ablandarse ante la mujer de su hijo. Ahí puede verse el rechazo casi instintivo que genera en esas mujeres que no se han cuestionado su papel ante una que toma las riendas y le da bastante igual no encajar en el molde de “feminidad”. Como en todo, también aquí Ginzburg es sutil y elegante. Sus libros tienen muchas capas, a cada cual la decisión de profundizar más o menos. La novela encierra un secreto que no puedo desvelar, y que también encierra una reflexión sobre el choque entre los deseos y la sociedad.

Todo suma, enriquece la lectura y agranda el libro. Pero la razón por la que admiro a Natalia Ginzburg es por lo fácil que parece todo cuando lo hace ella, tanto que si andas distraído, te puede parecer que es una nadería. Ese es su secreto, creo: la sencillez, la palabra justa, la superficie en calma y por debajo, todo en ebullición.

(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).

QOSHE - Natalia Ginzburg, la mejor de nosotros - Aloma Rodríguez
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Natalia Ginzburg, la mejor de nosotros

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09.02.2024

Es bastante imposible abrir un libro de Natalia Ginzburg y no ser capaz de soltarlo hasta llegar al final. Incluso aunque lo hayas leído ya, da igual si recuerdas la trama o no, si tu memoria lo conserva, aunque adulterado, o no recordabas absolutamente nada. Sus ficciones producen una sensación de familiaridad y el encariñamiento con sus personajes es inevitable. Me ha pasado con Valentino, una nouvelle brevísima que acaba de retraducir Andrés Barba para Acantilado –estaba la versión de Félix Romeo para Espasa en un volumen donde estaban también Sagitario y Así fue; Acantilado la publicó recientemente como Y eso fue lo que pasó, también con traducción de Barba.

Valentino sucede en el ámbito familiar y doméstico, como muchas de las ficciones de Ginzburg, quizá todas. Tiene un eco chejoviano por varias razones: la primera, porque se deposita toda la confianza en un hermano varón que decepciona y no cumple esas expectativas; la segunda porque como Chéjov, Ginzburg mira a sus personajes sin juzgarlos, no los........

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