Lo bueno del régimen que Sánchez está montando ya a toda máquina – y lo malo también, porque ni así la mitad del país parece despertar y uno ya no sabe qué haría falta para impedir la degeneración final– es su absoluta transparencia. No me refiero, por supuesto, a la transparencia que debe exigírsele a todos los gobiernos y que no es, precisamente, una de las virtudes del presidente y sus adláteres. No, hablo del absoluto descaro con el que muestran su verdadero rostro.

En las últimas horas lo hemos visto a través de dos rostros –en el primer y el quinto sentido que le da la RAE a la palabra– que han copado la actualidad. El primero de ellos es, por supuesto, el de Óscar Puente, gorila de guardia en el Gobierno y el partido, profesional de los bulos sólo por debajo de Félix Bulaños, mentiroso compulsivo, insultador incansable.

Cuando le vimos por primera vez en el Congreso en la investidura de Feijóo nos escandalizamos por las formas y el fondo, soez las unas, rastrero el otro. Pero lo peor es que el escándalo se torne en normalidad: que el nivel general caiga al nivel particular de Óscar Puente. Y es que la investidura no era una estridencia: era el anuncio de lo que iba a venir y que, por supuesto, ya está aquí.

El otro rostro evidente del sanchismo es menos conocido, pero no puede ser más simbólico: se llama Carlos Ocaña Orbis, de profesión economista, de sus labores colaborador en libros y tesis doctorales. Pedro Sánchez sigue siendo completamente transparente, lean descarado: que me escribes un libro, pues secretaria de Estado –ahí estaba Irene Lozano, gozándola–; que me escribes una tesis, pues un puesto de consejero en una de las empresas más grandes de España.

Puente y Ocaña, Ocaña y Puente, son el resumen perfecto de cómo Pedro Sánchez entiende la política y el poder: para los contrarios el dóberman gorilaceo, para los propios el momio, la prebenda y la corrupción, porque nombramientos como los de Lozano y el nuevo consejero de Telefónica son completamente legales, sí, pero no dejan de ser una degradación absoluta de lo que debe ser una democracia.

Y es que si la corrupción es un rasgo de todas las dictaduras, ¿qué nos hace pensar que la de Sánchez iba a ser diferente?

QOSHE - El sanchismo, de Puente a Ocaña - Carmelo Jordá
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El sanchismo, de Puente a Ocaña

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08.05.2024

Lo bueno del régimen que Sánchez está montando ya a toda máquina – y lo malo también, porque ni así la mitad del país parece despertar y uno ya no sabe qué haría falta para impedir la degeneración final– es su absoluta transparencia. No me refiero, por supuesto, a la transparencia que debe exigírsele a todos los gobiernos y que no es, precisamente, una de las virtudes del presidente y sus adláteres. No, hablo del absoluto descaro con el que muestran su verdadero rostro.

En las últimas horas lo hemos visto a través de dos rostros –en el primer y........

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