El mentiroso se pasea con orgullo por los campos dorados de una sociedad exhausta. Qué magnífica y oportuna época para encumbrar a este insigne mentiroso. Qué pellizquito en la historia tan a propósito para elogiar las insidiosas virtudes de un mequetrefe impostor. Camina desenfadado el mentiroso, aleteando, con supuesto garbo, con aires marcados de espantajo. Mira a su alrededor con media sonrisa, con medio ceño, con medias tintas. Es el mentiroso un tipo singular, y, a un tiempo, un tipo multiplicado. Es el mentiroso el conspicuo adalid de los fanfarrones.

Ahí va el mentiroso en flamante coche oficial. Ahí se exhibe ufano el mentiroso en cromada bicicleta. Luce hoy corbata y pantalón de seda fina, viste mañana trapillos casuales, ropa del pueblo humilde. Hoy se ríe, celebrando el sol que acaricia suavemente las almenas, masticando con elegancia las patitas del cangrejo; mañana adopta talantes de sufridor, de comprensivo vecino, haciendo creer que hace suyo el dolor del vulgo. Hoy se disfraza de príncipe, mañana de hombre pobre. Tanto miente el mentiroso que al final no puede escapar de su propio engaño. El mentiroso anhela ser lo que no es, lo que jamás será, pues carece de talento y buena sangre, y sus mentiras son los mimbres de su embuste, el embuste que se muerde con desesperación la cola. El amor, para el mentiroso, para este sublime mamarracho, no es otra cosa que un burdo paño con que secar el sudor de una frente que no suda, un trapo grasiento y vulgar con que retirar las migas de la mesa. El amor, para el mentiroso, para este insigne tuercebotas, no es más que enmascarada estrategia, no es otra cosa que cálculo y miserable especulación. Su amor, disfrazado de valiosa dignidad, solo es una herramienta.

El mentiroso, mesías vanagloriado de sí mismo, individuo ensoberbecido, hombre sin escrúpulos, sin conciencia, sin entereza, ejemplar trapacero de baja estofa, desciende las calles abarrotadas de ruidosos prosélitos, que besan con ciega devoción las baldosas por donde pisa descalzo el estrafalario espantapájaros. Su impostura de apergaminado cartón, perfectamente maquinada, milimétricamente diseñada, se presenta con visos de sagrada e indiscutible religión, pero el adepto escamado no ve hoy en ella otra cosa que peligrosa superchería. Sostiene el mentiroso en las manos el cáliz resplandeciente de la verdad absoluta: a tal extremo llega su fanática arrogancia que podríamos decir, en su descargo, que ya no logra distinguir lo real de lo irreal, la certeza de la patraña, que ya no consigue regresar, este pobre engreído, borracho de ínfulas, al camino del sentido común.

Hay un poco de ese mentiroso en cada uno de nosotros. Hay un poco de su repugnante existencia en cada uno de nosotros. Hay un poquito de culpa en cada uno de nosotros. Su desmesurado poder emana de cada uno de nosotros. De cada voto.

QOSHE - «El mentiroso» - Israel De La Rosa
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«El mentiroso»

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07.05.2024

El mentiroso se pasea con orgullo por los campos dorados de una sociedad exhausta. Qué magnífica y oportuna época para encumbrar a este insigne mentiroso. Qué pellizquito en la historia tan a propósito para elogiar las insidiosas virtudes de un mequetrefe impostor. Camina desenfadado el mentiroso, aleteando, con supuesto garbo, con aires marcados de espantajo. Mira a su alrededor con media sonrisa, con medio ceño, con medias tintas. Es el mentiroso un tipo singular, y, a un tiempo, un tipo multiplicado. Es el mentiroso el conspicuo adalid de los fanfarrones.

Ahí va el mentiroso en flamante coche oficial. Ahí se exhibe ufano el mentiroso en cromada bicicleta. Luce hoy corbata y pantalón de seda fina,........

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