El presidente socialista del gobierno español, Pedro Sánchez, ha mostrado una actitud desafiante ante las recientes acusaciones de conflictos de interés y corrupción de su esposa, Begoña Gómez. Entre las acusaciones se encuentra haber usado sus influencias para buscar el beneficio de empresas en procesos licitatorios y en apoyos financieros del sector gubernamental.

Esto está aún bajo investigación inicial, y responde a unas denuncias de un grupo de derecha que, a su vez, se basa en publicaciones de los medios de comunicación. La reacción inicial de Sánchez fue tomarse unos días de ‘reflexión’ para decidir si debiese renunciar. Lo anterior no por aceptar las denuncias, sino por sentir que se estaba afectando a su familia y su vida privada. Al final de ese período de supuesta introspección, no sólo anuncia no renunciar, sino se pronuncia vehementemente contra la prensa y la justicia, acusándola de responder a las presiones de la oposición y cuestionando su independencia. Más aún, señala que va a actuar con fuerza y decisión contra los estamentos judiciales y la prensa opositora.

No es la primera vez que Sánchez es visto como buscando el poder a toda costa. Fue el primer político español que llegó a gobernar sin haber ganado elecciones populares, sino usando el voto de desconfianza contra su antecesor en el parlamento. Y luego, después de las últimas votaciones, logró mantenerse como jefe de gobierno al sellar alianzas con los independentistas catalanes, desafiando la constitución española y en contra de sus anuncios de campaña. Un personaje público como Sánchez no puede evitar que su vida familiar esté bajo escrutinio público. Y, si bien es entendible buscar separar la vida familiar de su rol, cuando las acusaciones tienen que ver con posibles influencias que se relacionan con su cargo, el presidente de gobierno tiene que poder enfrentarlas. Y no se puede esconder detrás de acusaciones a la prensa, la justicia o la oposición.

Por un lado, es necesario que cuestionamientos a los líderes políticos se haga de manera respetuosa y sin caer en sensacionalismo. Y, efectivamente, se debe esperar hasta que se decidan los casos y las acusaciones contra la esposa del presidente del gobierno español. Pero lo que es inaceptable es que el mandatario ataque de manera descomunal a los periodistas y a los jueces por simplemente hacer su labor. Sánchez ha evadido responder con un nivel adecuado de transparencia y rendición de cuentas frente a sus actuaciones y las de su esposa. La falta de claridad redunda en desconfianza y aún mayor especulación.

Más aún, las agresivas declaraciones del líder español, acusando que no se le deja gobernar porque los medios y la justicia están respondiendo a los intereses de sus adversarios, no es constructiva. Puede ser que su esposa salga libre y que se trate de acusaciones injustificadas, pero el proceso debe seguir en las instancias judiciales. La separación de poderes y la libertad de prensa son parte esencial de una sana y funcional democracia. Aún en este caso particular, Pedro Sánchez lo debe aceptar y promover.

Rafael Herz
Analista Internacional