Pocos son los dictadores que acaban bien en sus satrapías. Algunos mueren en la cama, como ocurrió con Franco, rodeado de todas las pompas y prebendas que proporciona el poder. Pero son los menos. Muchos terminan en el exilio, un mal menor, nada comparable con los que se despiden de este mundo en la horca o frente un pelotón de fusilamiento. Entre tanta variedad de finales como recoge la historia de esta especie política, aparecen algunos dictadores que fueron víctimas de sus ambiciones y de sus estratagemas para distraer con argumentos patrióticos a sus enemigos políticos y ciudadanos, que suelen ser muchos.

Así a toda prisa vienen a la memoria dos ejemplos, el de los generales argentinos cuando intentaron recuperar las islas Malvinas y fracasaron en el intento y el de los coroneles griegos que, cuando su régimen cruel empezaba a decaer, improvisaron la anexión de Chipre y lejos de conseguirla ingresaron en las cárceles que antes ellos administraban. Viene este recuerdo a propósito de lo que está promoviendo el tosco semi dictador venezolano, Nicolás Maduro, en su estrategia nada original de recuperar el fervor nacionalista de sus compatriotas, agrediendo a la modesta vecina Guyana para acrecentar su grandeza patriótica compaginando el incremento de la pobreza nacional con la anexión de la región conocida como el Esequibo.

No existe actualmente razón alguna para resucitar esta reivindicación después de cerca de doscientos años superada, pero se ve que algún historiador de guardia entre la fontanería del palacio de Miraflores de Caracas se lo recordó y Maduro, aunque poco ducho en la materia, la compró para nutrir sus ambiciones con lo cual y lo que está promoviendo es nada menos que una guerra. Una guerra en Latinoamérica, el único continente que se mantiene en paz; una guerra de conquista como la de Rusia contra Ucrania, que recorta dos tercios el territorio de Guayana. Manipuló un referéndum y se apresuró a mandar a un sucedáneo de gobernador a la región que reclama y tropas a la frontera.

Menos mal que por una vez acertando en la justicia y defensa de la integridad de un país amigo, los norteamericanos se han apresurado a expresar su rechazo a semejante agresión y para demostrar que no se trata de una advertencia vacía, también a desplegar unidades navales en aquellas costas para impedir la agresión que, lo peor, es que a poco que evolucione el conflicto empezará a cobrarse vidas que si se producen pesarán para siempre en la conciencia del sátrapa. Con un poco de suerte para la democracia y para los sufridos venezolanos que todavía no han escapado del país, muy bien podría ser que Maduro caiga en el intento y él también pueda huir sano y salvo hacia el exilio que le espera desde hace tiempo en Cuba.

QOSHE - La suerte de Nicolás Maduro - Beatriz Madrueño Hernández
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La suerte de Nicolás Maduro

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11.12.2023

Pocos son los dictadores que acaban bien en sus satrapías. Algunos mueren en la cama, como ocurrió con Franco, rodeado de todas las pompas y prebendas que proporciona el poder. Pero son los menos. Muchos terminan en el exilio, un mal menor, nada comparable con los que se despiden de este mundo en la horca o frente un pelotón de fusilamiento. Entre tanta variedad de finales como recoge la historia de esta especie política, aparecen algunos dictadores que fueron víctimas de sus ambiciones y de sus estratagemas para distraer con argumentos patrióticos a sus enemigos políticos y ciudadanos, que suelen ser muchos.

Así a toda prisa vienen a la memoria dos ejemplos, el de los........

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