Sánchez se ha retirado unos días y ha dejado gran parte del país como en el Viernes Santo, cuando Jesucristo muere y hay que esperar tres días a ver si resucita. Sánchez, quizá un poco megalómano, se ha cogido cinco días. En Semana Santa la propia Iglesia, adaptada a los tiempos, comprime esos tres días de luto y Jesús resucita a las 24 horas. Este apretujamiento de tres a uno no respeta los tres días, quizá por la velocidad de los tiempos y porque ya se sabe el resultado, o sea, que resucita.

El caso es que se hace un vacío inmenso, un abismo teológico porque en esos tres días reducidos a uno los apóstoles, los más cercanos, no saben nada de él y tampoco acaban de entender lo que les había ido diciendo: cuando resucita les cuesta creer lo que ven, incluso a uno le tiene que dejar meter la mano en la herida del costado. Ese abismo, ese Tiempo Cero, es el paradigma de la agonía dramática al que se ha acogido nuestro presidente (aunque quizá durante estos días, al no estar operativo al 100%, ni de baja, no sea tal y, en ese caso, además del vacío de poder --qué alivio--, quizá no cotice a la SS ni le cuenten para la jubilación.

Pedro Sánchez se ha adjudicado cinco días de ausencia, y sus fieles y todos los que dependen de sus decisiones, deben atravesar ese desierto de sentido. Además, para seguir con el símil bíblico, ha hecho coincidir su Gran Ausencia con lluvias, viento, frío y tormentas: se abrieron los cielos, etc. O quizá es que, de la misma forma que maneja el CIS y tantos otros organismos públicos-suyos (lista larga), ha obligado a la Aemet (y a los aviones del chemtrail de la OTAN, si eres conspiracionista) a hacer llover.

Sánchez, según su carta y los testimonios de algunos allegados, quiere ser visto como persona individual que sufre, no como el objeto presidente populista que quiere apoderarse del Estado. Y tal vez tiene razón: en cinco días hasta los más opuestos a él pueden reconocerle, quizá por unos segundos, esa naturaleza sólo humana, esa parte frágil capaz de derrumbarse. A fin de cuentas también Cristo se rebotó en la cruz y le dijo a Dios Padre "haz que pase de mí este cáliz".

Y en cinco días hasta sus más fieles seguidores tienen una oportunidad para pensar brevemente en su contra... Siempre que a unos y otros no les vaya el sueldo en ello, lo cual es difícil dado que los partidos y sus tentáculos en el Estado deben de ser una de las principales fuentes de empleo junto a la hostelería.

El Tiempo-Cero decretado por Sánchez incita a los tibios, a los equidistantes, a posicionarse, a alinearse en el esquema binario 1-0 que llamamos "polarización", y que quizá es una consecuencia de la larga era de la informática que modela la estructura, también --o sobre todo mental, de nuestra época (si fuera así sólo superaremos esta simplicidad binaria cuando se extienda la computación cuántica, que por lo visto trasciende el rigor del 1-0 y, aplicándola al caso, dejará espacio para la mítica Tercera España).

Así que Sánchez nos ha obligado a estar cinco días sin él, y si estuviéramos contentos y felices, como urge la época, nos habríamos alegrado de estas vacaciones: como la clase de la que se ausenta el omnipresente profesor. Disfrutaríamos de unas merecidísimas vacaciones. Porque el poder que sufrimos es más atorrante que efectivo. O sea, se apodera de los cerebros (¡y de los sentimientos!) pero sus monsergas apenas inciden en la realidad. Esto es general para la política, pero el poder es el más machaca, aunque a veces la oposición consigue rebasar al propio gobierno. Entonces, ante un anuncio de cinco días sin mí, lo lógico hubiera sido que la sociedad cívica se diera una fiesta nacional espontánea --"¡apártense vacas!".

Aunque, como España ya es eso más o menos --una fiesta, verbena, rave, concierto, recital, maratón, media maratón, celebración, partidazo, miles de cumpleaños y homenajes sorpresa, lifaras sin límite--, pues la mayoría ni siquiera se habrá enterado de esta Gran Monserga, o la seguirá por los memes de Tik Tok o similares.

Entonces, en este pentagrama o limbo sanchero, el país se vindica en su singularidad. Cuántos presidentes y presidentas del mundo acuciados por jueces, imputaciones, medios, welfares, casos y estrés polar --reales o fabricados-- que han claudicado en estos años hubieran dado el bazo por encontrar semejante ocurrencia: ¡cinco días sin mí!

Sea lo que sea, y en parte lo es, hay que reconocerle a Sánchez la originalidad y el impacto de su propuesta... aunque sea copiada del Evangelio, siempre es mejor eso que recurrir a ChatGPT.

QOSHE - Cinco días sin mí - Mariano Gistaín
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Cinco días sin mí

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28.04.2024

Sánchez se ha retirado unos días y ha dejado gran parte del país como en el Viernes Santo, cuando Jesucristo muere y hay que esperar tres días a ver si resucita. Sánchez, quizá un poco megalómano, se ha cogido cinco días. En Semana Santa la propia Iglesia, adaptada a los tiempos, comprime esos tres días de luto y Jesús resucita a las 24 horas. Este apretujamiento de tres a uno no respeta los tres días, quizá por la velocidad de los tiempos y porque ya se sabe el resultado, o sea, que resucita.

El caso es que se hace un vacío inmenso, un abismo teológico porque en esos tres días reducidos a uno los apóstoles, los más cercanos, no saben nada de él y tampoco acaban de entender lo que les había ido diciendo: cuando resucita les cuesta creer lo que ven, incluso a uno le tiene que dejar meter la mano en la herida del costado. Ese abismo, ese Tiempo Cero, es el paradigma de la agonía dramática al que se ha acogido nuestro presidente (aunque quizá durante estos días, al no estar operativo al 100%, ni de baja, no sea tal y, en ese caso, además del vacío de poder --qué alivio--, quizá no cotice a la SS ni le cuenten para la........

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