A veces es mejor que algo salga mal. O regular, o peor. El fallo o fail descoloca al enemigo, que suele ser cercano o íntimo --o quizá uno mismo--, y fortalece al rival, que tampoco esperaba el error y no sabe qué hacer.

A veces es mejor que algo salga mal, siempre que "algo" no sea todo, o el fin del mundo. Incluso en ese caso, remoto pero inminente (según los cálculos biliares de analistas del crack), se podría hacer algo. El fin del mundo en este contexto es una cosa trivial, o sea, comercializable, siempre que tengas barcos y honra y estén despejados los estrechos.

Si hay que dar la vuelta por la punta de abajo de África ya no sale a cuenta. Mezclar el fin del mundo con el aumento de precios es excesivo. Pero no hay que llegar a esos extremos, aunque las aseguradoras lo tienen previsto y han calculado el precio de las dos cosas, como es su deber. Mejor esperar a ver cómo se estira la semana, el fin de mes, enero siempre pide un día más para pagar los fletes y estirar los argumentos, un año bisiesto en enero sería ideal.

El fallo permite respirar al ego y esponja la nada, tan necesaria para mantener el equilibrio zen y la termodinámica

Entonces, por volver a la tesis, que ya lleva la síntesis en la mochila, hay que dar la bienvenida con buen ánimo al FAIL que desbarata los planes y rompe la hoja de ruta. Cuando algo falla se hunde el mundo un rato pero luego vuelve a funcionar. El fallo permite respirar al ego y esponja la nada, tan necesaria para mantener el equilibrio zen y la termodinámica. Ante un fallo gordo pero parcial que descoloca a todos hay que espabilar doble.

El error, la traición, la incoherencia, la deslealtad, la mentira o la insensatez extrema, por supuesto siempre ajenas, descubren nuevos caminos y permiten echar un vistazo a otros ámbitos que habían pasado inadvertidos. Se abren así vías alternativas, rumbos insospechados o la siempre relajante tensa espera.

Si el fallo cruje a quien está acostumbrado a dictar los tiempos y las formas, incluso el destino del dinero y los anhelos, como le pasó a aquel Rubiales, lo que más cuesta es reconocer la magnitud y el alcance del daño y disolver la pirámide servil cuanto antes. Disolución ya acerca a la absolución. Pero nadie lo hace. Si hay mando hay que resistir, como Napoleón, hasta que perezca el último soldado.

Hay fallos y errores que parecen poca cosa, un desliz efímero, un traspiés, pero a ciertas alturas ya no existe esa categoría: a partir de un milímetro, que es lo que mide el tardígrado u oso de agua, los errores se pagan hasta la extinción del metepatas.

Lo peor del fallo es que sea sistémico, o sea, que afecte al sistema entero, al Conjunto E, en cuyo caso el daño, aunque se repare o se apañe con una ñapa o parche, obligará a cambiar tantas cosas que el sistema será otro, irreconocible, y dependerá de agentes externos. En ese caso límite de Game Over los precios se disparan. Aunque, como siempre, también se puede disimular, fingir que no ha sido para tanto e intentar seguir al ralentí a lomos de la inercia, y se aplazan los pagos.

Valorar el alcance del fallo es peritaje arduo y quien lo ejerce es denostado y desterrado

A veces es difícil saber si un fallo ha sido sistémico o coyuntural, si se puede reparar aunque sea pagando intereses elevadísimos o es total. A veces la suma de minicracks locales despista un poco: parece que no es nada, otro chasquido más, rutina destroy de la que se puede culpar a otros o fatiga de materiales reemplazables (humanos): valorar el alcance del fallo es peritaje arduo y quien lo ejerce es denostado y desterrado. Mejor cambiar el led de alarma que atender a sus señales.

Podría ocurrir, aunque nunca se ha visto en la práctica, que los causantes del error se reconocieran como tales. Así que este supuesto no aparece en los manuales de crisis, ya que el objetivo de quienes los redactan es sobrevivir a ella y redactar el siguiente manual indefinidamente.

Podría ocurrir que el fallo haya sido provocado maquiavélicamente por el agente principal, que aparecería como el mayor damnificado y podría aprovechar el destrozo para cambiar de estrategia o, si ya no hay alternativa, entrar en hibernación o modo gusano bola.

A veces es mejor que todo salga mal porque eso indica que el empecinamiento en los errores particulares ha colapsado el operativo y se dispone a quebrar el sistema. En ese caso ninguno de los agentes concernidos estará dispuesto a admitirlo porque eso les obligaría a renovarse a sí mismos.

Lo mejor que puede ocurrir tras un fallo gordo pero no letal es que los causantes comprendan que por ese camino arrastran a todos al desastre.

QOSHE - A veces es mejor que algo salga mal - Melisa Tuya
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A veces es mejor que algo salga mal

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01.02.2024

A veces es mejor que algo salga mal. O regular, o peor. El fallo o fail descoloca al enemigo, que suele ser cercano o íntimo --o quizá uno mismo--, y fortalece al rival, que tampoco esperaba el error y no sabe qué hacer.

A veces es mejor que algo salga mal, siempre que "algo" no sea todo, o el fin del mundo. Incluso en ese caso, remoto pero inminente (según los cálculos biliares de analistas del crack), se podría hacer algo. El fin del mundo en este contexto es una cosa trivial, o sea, comercializable, siempre que tengas barcos y honra y estén despejados los estrechos.

Si hay que dar la vuelta por la punta de abajo de África ya no sale a cuenta. Mezclar el fin del mundo con el aumento de precios es excesivo. Pero no hay que llegar a esos extremos, aunque las aseguradoras lo tienen previsto y han calculado el precio de las dos cosas, como es su deber. Mejor esperar a ver cómo se estira la semana, el fin de mes, enero siempre pide un día más para pagar los fletes y estirar los argumentos, un año bisiesto en enero sería ideal.

El fallo permite respirar al ego y esponja la nada, tan necesaria para mantener el equilibrio zen y........

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