Al norte de Madrid, al pie de las montañas, se encuentra el hogar de las pequeñas victorias. Reducto de los supervivientes, es un territorio que lleva a examen nuestro valor, nuestra capacidad de albergar esperanza e incluso nuestro sentido del humor.

No es único en su clase, ni mucho menos, pero es el que mejor conozco. Lo he transitado a diario durante cuatro meses y he aprendido, recorriendo sus jardines terapéuticos y las habitaciones que protegen del paso de las décadas sus muros de granito, a valorar el simple hecho de poder caminar sin esfuerzo, vestirse sin ayuda, hablar con claridad o masticar y tragar sin riesgos cualquier alimento.

En el hospital de Guadarrama he aprendido a cuidar, a confiar en el tiempo como aconsejaba el sabio don Quijote y a encontrar la felicidad en todo resquicio, también en las muchas pequeñas victorias que conquistan sus moradores: prescindir de la grúa para pasar de la cama a la silla de ruedas; poder dar los unos pocos pasos con el sostén de un andador; saborear por primera vez en meses un puré o lograr pronunciar con claridad un "te quiero" o un "feliz Navidad". Pequeñas grandes victorias nacidas de la determinación y la constancia.

En Guadarrama encuentras al anciano que aprende a manejarse con una pierna amputada; a la anciana, casi centenaria, cuya cadera claudicó; a la mujer que se empeña en despertar el medio cuerpo que el ictus paralizó o al hombre, aún joven, que recorre el camino transitado ya en su primera infancia de aprender a andar, a comer y hablar de nuevo.

Al otro lado, auxiliares y enfermeras que ponen al mal turno buena cara; celadores que hacen malabares con dos y hasta tres sillas de ruedas al tiempo; fisioterapeutas que buscan como sea la manera de lograr ese esfuerzo extra cuando el "ya no puedo más" asoma a los labios de sus pacientes; terapeutas ocupacionales empeñadas en hacer fácil lo difícil; logopedas que jamás pierden la sonrisa y médicos que se dedican a poner coto a cualquier complicación que pueda ralentizar el trabajo duro en el gimnasio. Todos ellos y los que quedan por mencionar en ese ejército rehabilitador son merecedores de una carta de amor.

Nada humano es perfecto, no lo es en ningún frente. Y no siempre la recuperación es posible. En ocasiones no se alcanzan los objetivos deseados, caen toallas y las secuelas se instauran, pero aquí siempre se intenta. Que no sea por no lucharlo, comentaba hace poco un fisioterapeuta en el gimnasio, lo que nos llevó a ambos hasta Pío Baroja: "Hazme caso, porque es verdad. Si quieres hacer algo en la vida, no creas en la palabra imposible. Nada hay imposible para una voluntad enérgica. Si tratas de disparar una flecha, apunta muy alto, lo más alto que puedas; cuanto más alto apuntes más lejos irá".

Desde el hospital salen a diario cientos de flechas dirigidas al claro cielo de la sierra, solo visibles para aquellos que sabemos verlas. Y a diario se alcanzan cientos de grandes victorias. Por que al final, en sitios como Guadarrama, jamás hay victoria pequeña.

QOSHE - El hogar de las pequeñas victorias - Melisa Tuya
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El hogar de las pequeñas victorias

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26.12.2023

Al norte de Madrid, al pie de las montañas, se encuentra el hogar de las pequeñas victorias. Reducto de los supervivientes, es un territorio que lleva a examen nuestro valor, nuestra capacidad de albergar esperanza e incluso nuestro sentido del humor.

No es único en su clase, ni mucho menos, pero es el que mejor conozco. Lo he transitado a diario durante cuatro meses y he aprendido, recorriendo sus jardines terapéuticos y las habitaciones que protegen del paso de las décadas sus muros de granito, a valorar el simple hecho de poder caminar sin esfuerzo, vestirse sin ayuda, hablar con claridad o masticar y tragar sin riesgos cualquier alimento.

En el hospital de Guadarrama he aprendido a cuidar, a confiar en el tiempo como aconsejaba el sabio don........

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