Es impresionante. Pocas palabras pueden describir la sensación de tener delante de ti un monstruo creado por la naturaleza como es el volcán de Cumbre Vieja en la isla de La Palma, una atracción por la que discurren cada día oleadas de turistas. Hace poco más de dos años allí no había nada, y hoy te encuentras con una montaña humeante con azufre en la cima y ríos de lava secándose en la ladera.
La imagen es muy especial ya que no hay en España un acontecimiento como este, y posiblemente no lo volvamos a ver. Pero hay que recordar que ese volcán esconde historias dramáticas detrás, y por eso es importante visitar sus alrededores desde el respeto.
El turismo puede trastocar las realidades de los ciudadanos que viven en zonas donde el dolor se apoderó de sus vidas. En la parte oeste de la isla canaria de La Palma la gente no quiere escuchar hablar del volcán. Saben que tiene su atractivo, pero recuerdan esos casi tres meses de erupción como un sinvivir.
Solo hay que acercarse y hablar con algunos de los paisanos que allí habitan. Gente que ha perdido sus casas, o las de sus familiares, también sus negocios, los apartamentos turísticos que regentaban o las plataneras que habían heredado.
Historias cubiertas por un inmenso manto de lava que ha dejado pueblos sumergidos. Y después la nada más absoluta. Han tenido que rehacer sus vidas, mudarse, e incluso vivir en barracones o autocaravanas.
Cuando un turista va a ver la maravilla del volcán, también debería ser consciente de lo que hay detrás. Los palmeros tienen y deben explotar este monumento que la naturaleza les ha dado; pero el visitante también debería no caer en la frivolidad. Los científicos también han descubierto un nuevo factor a investigar.
Mucha gente puede salir ganando de aquel temblor que acabó rompiendo la tierra, ahora bien, no nos olvidemos de ellos. De los que lo padecieron cruelmente, de los que se iban a dormir con el estruendo, de los que comían viendo como la montaña expulsaba fuego, y de los que se expusieron a los gases tan terribles que se respiraban.
Aquellos ciudadanos que se quedaron sin carreteras ni playas, sin tiendas ni parroquias; y, por eso mismo, el turismo en este caso siempre desde el respeto. Observar, disfrutar y no molestar.
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