Este Pelabolas es jubilado y… madrugador. Le trabajó 36 años a la administración pública y ahora ha pasado, con su calva muy en alto, a la reserva (porque en el 2010, se enroló como fiel defensor de la patria). Por tradición y cultura, aunque la cosa esté bien fea, este Pelabolas jamás se queja, siempre ante las adversidades su consigna es: "¡Más se perdió en la guerra de Corea!"

El Pelabolas, a las 6 de la mañana, se está poniendo sus botas y tomando su bordón, para salir a caminar. Ya no tiene un perro que le acompañe porque se le murió hace tres años, y el dolor ha sido tan grande que no se atreve adoptar otro. Este Pelabolas vive en la Pedregosa Sur, sale con la oscurana, coge por el enlace que comunica con el centro comercial Milenio. Entronca con la avenida Andrés Bello, sube tres kilómetros hasta El Acuario, luego baja por un bosquecito, llega hasta Los Bomberos, coge hacia la avenida Los Próceres y luego baja hasta El Puente de la Pedregosa. El ejercicio para él es básico, para así evitarse morir infartado por la cuenta de una consulta médica.

En el Puente de la Pedregosa compra cambures y se echa al pico un agua de coco. Luego le pide al frutero que le parta el coco para comerse la pulpa, la carne, pues, el Pelabolas no está para perder o desperdiciar nada. El Pelabolas pide que le preparen otro coco para llevárselo a su mujer. El Pelabolas todo lo comparte con su mujer porque si no se siente desgraciado. Compra una mano de cambur, algo que nunca puede faltar en casa. Uno de esos cambures son para los pajaritos que llegan al ventanal de la cocina.

Poco después de las 8 de la mañana, va llegando el Pelabolas a su conjunto residencial. Le da vainas coger el ascensor, pero viene estragado y se arriesga, le echa pichón. En metiéndose al elevador, a los pocos segundos se va la luz, y el Pelabolas con su calva muy en alto, pega unos lecos para que lo vengan a sacar. Escucha a su mujer que está pidiendo ayuda porque ella está segura que el que está allí encerrado su marido. Pero al Pelabolas le edad lo ha hecho paciente y se mantiene en aquella urna vertical media hora, y entretanto, se pone a meditar en minucias y ciertas miserias de la vida.

Sale de la urna vertical, y encuentra que ya su mujer le tiene el desayuno preparado en la mesa, tapadito, porque ella se cansó de esperarlo. Por supuesto que no llega agua al apartamento porque no hay luz, pero eso para el Pelabolas es de lo menos, él se baña dos veces a la semana, y hoy no le toca. Se sienta a comer, abre el santo tapado que encuentra en la mesa: una arepa, un trozo de aguacate, un huevo y queso rallado, y para beber, un vaso de agua panela. El Pelabolas desde hace meses no toma café porque le alborota las hemorroides y lo lamenta mucho porque era su mayor aliciente mañanero.

El Pelabolas nunca puede estar sin hacer nada y se inventa vainas. Comienza a dar vueltas a ver qué hace. Se mete en el maletero y en inventando de arreglar un viejo ventilador lo acaba por destruir. Ve un montón de cachivaches que sabe que nunca podrá revisar y se fastidia. Sube al apartamento un poco ladillado. Entonces quiere llenar el vacío o matar el tiempo (ese tiempo brutal y reacio a morir que vivirá cuando él esté muerto) y decide hacer un poco de ejercicio para ganar masa muscular, porque según dicen en ganando masa muscular se le anima la contestetorona (él la llama así), porque es algo que le debe vibrar contestonamente en su libido, en su alma.

Vuelve a salir y se va a casa de unos familiares que dejaron el país y a los que él les cuida la casa. El Pelabolas va saludando a los pocos conocidos del lugar donde vivían aquellos familiares. En ese sector, están a la venta catorce caserones. Él llega con aquel cargamento de llaves y entonces entra en la otrora bulliciosa y amplia casa, que en realidad son dos en una. Abre los grifos para que corra el agua, les echa una barridita a los cuartos, riega unas matas que en el patio él ha sembrado. Arranca monte y se echa en una hamaca en aquella entera soledad, y de pronto, no sabe por qué, en medio de tantas vaguedades y lejanías, se siente feliz. A él le encanta oír el canto de los gallos y por allí hay muchos. Entonces recuerda que un amigo merideño que se fue a vivir a Caracas se llevó un gallo porque no podía vivir sin oír su canto. Cuando este amigo le contó esta historia, él creyó que estaba loco y ahora comprende que tenía razón: ¿cómo se puede vivir sin escuchar el canto de los gallos? Siente en ese instante, el Pelabolas, que en verdad no le hace falta nada. Hay unos libros regados por allí, y podría ponerse a leer algo, pero el Pelabolas ya ni quiere leer. Sólo recordar.

El Pelabolas echa un sueñito en aquella hamaca. Ve gatos andar por los muros. Ve pajaritos que picotean o chocan con los ventanales. Escucha niños que lloran o gritan a lo lejos. Piensa un poco en el resto de vida que le queda. Filosofa y se ríe un poco de sus propias torpezas y metidas de pata. Ya sin remedio. El Pelabolas vuelve a su apartamento para almorzar. Liquida un plato de espaguetis muy sabroso y después se pone a dar vueltas para bajar la comida. A la hora se echa un camarón de media hora. Abre los ojos mirando el techo y diciendo, y ahora qué carajo me pondré a hacer. Pero siempre hay que hacer algo y sale y le dice a su mujer que va a dar una vuelta por La Parroquia.

Coge de nuevo por el Enlace, llega al centro comercial Milenio, se interna por el liceo Caracciolo Parra, saluda a Elio el vendedor de queso, a Eliecer el frutero, a don Hernán el odontólogo, a los vendedores de pescado, y luego se sienta en un banco de la Plaza Bolívar a ver las palomas y unos descomunales y raros almendros. Entonces el Pelabolas recuerda su niñez cuando con unas piedras partía almendros para comerles la nuez. Lo está cogiendo la tarde sin haber hecho nada. Decide no encuevarse de nuevo en el apartamento y se dirige al sector de Madusa a ver si ve una señora que un día le dijo que le podía echar las cartas o leer las manos, y de hecho aquella mujer le parecía muy interesante por otros motivos. Pendejadas, porque ya el Pelabolas no puede estar esperando nada milagroso ni extraordinario del futuro ni de ninguna mujer extraviada. La cosa, le intrigaba aquella dama. Ese era el punto. Pero, bueno...

Este Pelabolas, toda su vida estuvo esperando un golpe de suerte y no le llegó. Estuvo esperando la realización plena de una gran obra que nunca logró. Tuvo amores locos, catastróficos tropezones y decepciones. Llevó tantos palos como el Cándido de Voltaire, por pendejo. Sí eso fue sobre todo, un notable pendejo. Y luego de tantas vueltas, cuando ya comienza a anochecer regresa a casa, cansado, como si todo hubiese terminado para él, aunque no deja de ver luces en el horizonte de su vida. Pero bueno, son las ocho de la noche y al menos se siente cansado y con ganas de irse a la cama y ver un poco de las mentiras que mentiras que echan por el cajón de la tele. Y hace que duerme, pero en realidad está pensando, luchando y esperanzado en tantas cosas que le vendrán con los sueños. Qué vainas tan locas le llegan ahora con los sueños. Le da miedo dormir por las barbaridades que sueña. Llegó a soñar que por estar besando a una morrocoya ésta le troceó la lengua. Y así, hasta que amanece, cuando vuelve a coger su bordón.

QOSHE - 24 horas en la vida de un pelabolas… - José Sant Roz
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24 horas en la vida de un pelabolas…

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20.02.2024

Este Pelabolas es jubilado y… madrugador. Le trabajó 36 años a la administración pública y ahora ha pasado, con su calva muy en alto, a la reserva (porque en el 2010, se enroló como fiel defensor de la patria). Por tradición y cultura, aunque la cosa esté bien fea, este Pelabolas jamás se queja, siempre ante las adversidades su consigna es: "¡Más se perdió en la guerra de Corea!"

El Pelabolas, a las 6 de la mañana, se está poniendo sus botas y tomando su bordón, para salir a caminar. Ya no tiene un perro que le acompañe porque se le murió hace tres años, y el dolor ha sido tan grande que no se atreve adoptar otro. Este Pelabolas vive en la Pedregosa Sur, sale con la oscurana, coge por el enlace que comunica con el centro comercial Milenio. Entronca con la avenida Andrés Bello, sube tres kilómetros hasta El Acuario, luego baja por un bosquecito, llega hasta Los Bomberos, coge hacia la avenida Los Próceres y luego baja hasta El Puente de la Pedregosa. El ejercicio para él es básico, para así evitarse morir infartado por la cuenta de una consulta médica.

En el Puente de la Pedregosa compra cambures y se echa al pico un agua de coco. Luego le pide al frutero que le parta el coco para comerse la pulpa, la carne, pues, el Pelabolas no está para perder o desperdiciar nada. El Pelabolas pide que le preparen otro coco para llevárselo a su mujer. El Pelabolas todo lo comparte con su mujer porque si no se siente desgraciado. Compra una mano de cambur, algo que nunca puede faltar en casa. Uno de esos cambures son para los pajaritos que llegan al ventanal de la cocina.

Poco después de las 8 de la mañana, va llegando el Pelabolas a su conjunto residencial. Le da vainas coger el ascensor, pero viene estragado y se arriesga, le echa pichón. En metiéndose al elevador, a los pocos segundos se va la........

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