Sus empresas (las de Ruiz-Mateos) han servido para que se enriquezcan aún más algunos sinvergüenzas ricos, como Gustavo Cisneros. (El ultraderechista español Jaime Campmany).

A mediados del 2003, Gustavo Cisneros llegó en una sorpresiva visita a Venezuela, acompañado del ex presidente Jimmy Carter. Apareció con las cejas pintadas, y un colorete suave de muerto recién acicalado tal cual como aparece en la portada del libro de Pablo Bachelet, "Un empresario global". Envejecido, flácido, cachetón, adiposo, hasta con dificultades para expresarse por algún problema dental. Desencajado. Siempre ha estado desencajado de la realidad nacional, pero en 2003, se encontraba fuera de su nicho de INNOMBRABLE porque en las calles el pueblo en pancartas lo señalaba de ASESINO, GOLPISTA, LADRÓN. ¡Y cómo tapar ahora el sol con sus medios! Toda una vida, ligado a cubanos agusanados no podía cuadrar en nuestra cultura, en nuestras tradiciones, por lo que había preferido irse al Norte a conquistar a latinos que buscan el «Sueño Americano reencauchado». Latinos con dólares e igualmente desencajados como él.

Pobres latinos a los que les meten en sus países de origen la mierda de ese SUEÑO dulce del mercado en el que se puede tener de todo a costa de no ser la nada. El SUEÑO lo ven primero por las telenovelas que negociaba don Gustavo Cisneros, por los productos que anuncia en sus pantallas: exquisitas hembras que se sugieren a plenitud en una piscina cuando un macho de músculos soplados lleva una tarjeta dorada Visa. "Te cambio la vida por este SUEÑO", le dice Cisneros. "No vaciles. Atrévete. Los hombres modernos buscan la aventura, son valientes: tendrás un carro deportivo descapotable, dorado". Todo SUEÑO es dorado (como el oro). Carros con low-ryders y mag-wheels, celulares ultra-modernos, el paraíso del Tío Sam con sus rascacielos y entretenimientos, Disney, Superman, Robotcop... Cuando llegaban a Miami, Houston, Texas, Nueva York o Los Ángeles, Cisneros les daba el tiro de gracia en el sistema nervioso central: los remataba con las drogas de sus enlatados, con sus bazofias telenoveleras. Toma tu SUEÑO.

De un SUEÑO del que nunca ha surgido un poeta que pueda cantarle a su tierra autóctona latinoamericana, sino muñecos anodinos que tragan papas fritas con ketchup y hamburguesas y asistían a los programas de Don Francisco o al de la catira, a juro, Cristina Saralegui. De todos esos que emigran, jamás podrá surgir un Bolívar, un Martí, Sucre, Morazán, Zapata, Sandino o Juárez, sino señoritos lechuguinos y petimetres a lo Primero Justicia. Por eso don Gustavo Cisneros los invitaba al Norte, para que fueran engrosando el número de los desechables que acabarían apegándose a su cadena Univisión, y a él, claro, le convenía cobrarles en dólares.

Pero bueno, ¿A quién se le puede ocurrir pensar que este señor Gustavo podría ser lo suficientemente popular como para coronarse Presidente de la República de Venezuela? Pues a Bush. Pues al Jimmy Carter, que en 2003, lo estaba acompañando para hablar sobre la «crítica situación venezolana».

Al Jimmy Carter se le hizo un estudio de imagen para convertirlo en el Gran Tartufo Americano. Premio Nóbel de la Paz (como míster Henry Kissinger). Ojillos pequeños, glaucos, tras los cuales se ocultaba la receta de una intervención militar; sus poses suaves, su hablar pausado con el mamoneo de su lengua tratando de explicarse en español, ¡Bingo!: convertido en la madre Teresa de la oposición. Míster Jimmy Carter, no era inocente en absoluto, de lo que estaba corriendo por debajo de las aguas negras de la oposición venezolana. Claro que sabía mejor que el propio Presidente Chávez, cómo se había estado batiendo la manteca en Washington para provocar una guerra civil entre nosotros. Él entendía muy bien del método de la guerra sicológica confeccionada por su padrino Nelson Rockefeller, cuyo fin consistía en tensar con locura los nervios del pueblo venezolano para que luego se desatase el desenfreno sin control, y tuvieran entonces que venir los marines a restaurar la paz.

El Jimmy Carter no era ningún pendejo. Como tampoco lo era César Gaviria. Los dos estaban financiados por las mismas transnacionales, por las mismas grandes corporaciones que andaban confeccionando bellas guerras humanitarias por el mundo. Si no, qué sentido podría tener para él el Premio Nóbel de la Paz. En nombre de este Premio es por lo que andaba amarteladito con don Gustavo Cisneros.

Si el Jimmy Carter hubiese sido un hombre decente, un ser honesto, un verdadero representante de la paz y de la justicia, nunca hubiera admitido andar en tratos con el asesino de don Gustavo Cisneros quien montó la trama de la marcha a Miraflores con un montón de francotiradores. No se hubiese presentado al lado de quien cuadró sus cámaras sesgadas en Puente Llaguno para llevarse un Premio Internacional para Venevisión, cuyas imágenes llevaban la suprema prueba de "los crímenes de lesa humanidad cometidos por Chávez". Jimmy Carter sabía muy bien lo que perseguían en 2002, don Pedro Carmona Estanga, el Carlos Ortega y el Enrique Mendoza, junto con ese casi centenar de altos oficiales, todos ellos trabajando hombro a hombro con la CIA. Además, no existe un solo gringo de su categoría y catadura que de algún modo, viajando fuera de su país, no le esté prestando un servicio bien gordo a la CIA. No me van a venir con el cuento de que míster Jimmy estaba de acuerdo con que Venezuela cobrara lo justo por su petróleo, que seamos absolutamente soberanos y que estuviésemos en campaña contra el ALCA. Míster Jimmy, tenía grandes negocios con la Coca Cola, con sus poderosas empresas de cacahuetes ligadas a quienes lo convirtieron en Presidente de EE UU, que es la madre de todos los mercados del planeta, por lo tanto no podía ser imparcial en esta batalla por un nuevo orden mundial, el que en ese momento estaba encabezando Venezuela. De modo que a lo que vino míster Jimmy fue a echarle una mano a don Gustavo Cisneros.

Míster Jimmy acababa de entender ese gran chasco que se llevó su par, don Gustavo, con lo del golpe del 11 de abril de 2002, y por eso venía con su cuña de gran mediador, para ver cómo ante los ojos del mundo podía salvarlo. Si Cisneros quebraba o se arruinaba, también eso desajustaba al imperio de Jimmy. Cisneros andaba pidiendo cacao porque a partir del 11-A tuvo que salir de su cueva de ladrones, de su pose, digo, de INNOMBRABLE, y ponerse a ladrar contra Chávez. Además de tener que contratar para su causa a eminentes personajillos de «izquierda» como Carlos Fuentes. Apostó a que le daría una lección al teniente-coronel, moviendo sus influencias con agites de marines, helicópteros en Maiquetía y portaviones frente a las costas de Falcón, pero no estaba solo en su guerra: el Jimmy y el estado mayor del imperio de Jimmy eran los verdaderos directores del golpe y los que todavía seguían financiándolo. Es una idiotez suprema imaginar que el imperio puede dejar solo en su lucha a Cisneros, cuando éste al tiempo que defendía sus intereses, estaba también apuntalando a los del Norte, incluidos los socios comerciales de Jimmy Carter y el mar de delincuentes trajeados de opositores democráticos o de sociedad civil venezolana.

El Jimmy Carter y el Gustavo Cisneros, habían estado hablando de lo que todavía podía hacer la Coca Cola por la democracia venezolana. La ONG de Jimmy, el Centro Carter, era también financiado por la CIA. El Jimmy andaba en lo suyo desde que aplaudió la Guerra de Vietnam y dijo en 1977: «EE UU no tiene por qué disculparse o asumir por esa invasión condición alguna de culpables. Fuimos allá a defender la libertad de los ciudadanos de Vietnam del Sur». Es decir que él no podía estar contra la intervención en Irak, y con todo su Premio Nobel de la Paz, no dijo ni pío sobre los espantosos crímenes que Bush estaba cometiendo contra ese país. De modo que una super masacre en Venezuela, le tenía a él sin cuidado; él estaba curado en esas cosas. El Jimmy jamás quiso escuchar las imploraciones de monseñor Oscar Arnulfo Romero cuando éste le escribió: «Lo más lógico es que los poderosos de la oligarquía reflexionen con serenidad humana y cristiana, si es posible, el llamamiento que Cristo les hace hoy desde el Evangelio: Ay de ustedes, porque mañana llorarán. Es mejor, repitiendo la imagen ya conocida quitarse los anillos, antes que les puedan cortar las manos. Sean lógicos con sus convicciones humanas y cristianas y den un chance al pueblo para organizarse con un sentido de justicia y no quieran defender lo que es indefendible».

El Jimmy Carter echó a la basura aquella plegaria. Él jamás se habría molestado en ir a El Salvador para investigar los espantosos crímenes de su gran amigo José Napoleón Duarte. El Duarte que eliminó a todos los medios de comunicación independientes, no por la censura sino mediante el crimen directo y sin tapujos: la mutilación, la destrucción física. En 1986, los miembros de la Comisión no gubernamental de los Derechos Humanos de El Salvador (CDHES) fueron arrestados y torturados. El director de esta comisión era Herbert Anaya quien más tarde sería asesinado por grupos del gobierno. Fueron llevados los miembros de la CDHES a la cárcel «La Esperanza» (vaya nombre), cuando habían logrado compilar un informe de 160 páginas con el testimonio jurado de 430 prisioneros políticos, «que facilitaron detalles precisos y extensos de su tortura por las fuerzas de seguridad respaldadas por EE UU». Pero con qué lujo de hipocresía todos los grandes defensores del terrorismo de EE UU (incluidos Cisneros y el Jimmy), de la imposición de sus dictadores y de La Escuela de Las Américas, se retuercen, se indignan y claman porque Venezuela sea condenada por la OEA, la OIT, y por el Tribunal de la Haya o la Audiencia Española, por lo que aquí sucedió el 11A, durante el paro petrolero, el guarimbazo, tramas todas provocadas por la CIA.

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20.01.2024

Sus empresas (las de Ruiz-Mateos) han servido para que se enriquezcan aún más algunos sinvergüenzas ricos, como Gustavo Cisneros. (El ultraderechista español Jaime Campmany).

A mediados del 2003, Gustavo Cisneros llegó en una sorpresiva visita a Venezuela, acompañado del ex presidente Jimmy Carter. Apareció con las cejas pintadas, y un colorete suave de muerto recién acicalado tal cual como aparece en la portada del libro de Pablo Bachelet, "Un empresario global". Envejecido, flácido, cachetón, adiposo, hasta con dificultades para expresarse por algún problema dental. Desencajado. Siempre ha estado desencajado de la realidad nacional, pero en 2003, se encontraba fuera de su nicho de INNOMBRABLE porque en las calles el pueblo en pancartas lo señalaba de ASESINO, GOLPISTA, LADRÓN. ¡Y cómo tapar ahora el sol con sus medios! Toda una vida, ligado a cubanos agusanados no podía cuadrar en nuestra cultura, en nuestras tradiciones, por lo que había preferido irse al Norte a conquistar a latinos que buscan el «Sueño Americano reencauchado». Latinos con dólares e igualmente desencajados como él.

Pobres latinos a los que les meten en sus países de origen la mierda de ese SUEÑO dulce del mercado en el que se puede tener de todo a costa de no ser la nada. El SUEÑO lo ven primero por las telenovelas que negociaba don Gustavo Cisneros, por los productos que anuncia en sus pantallas: exquisitas hembras que se sugieren a plenitud en una piscina cuando un macho de músculos soplados lleva una tarjeta dorada Visa. "Te cambio la vida por este SUEÑO", le dice Cisneros. "No vaciles. Atrévete. Los hombres modernos buscan la aventura, son valientes: tendrás un carro deportivo descapotable, dorado". Todo SUEÑO es dorado (como el oro). Carros con low-ryders y mag-wheels, celulares ultra-modernos, el paraíso del Tío Sam con sus rascacielos y entretenimientos, Disney, Superman, Robotcop... Cuando llegaban a Miami, Houston, Texas, Nueva York o Los Ángeles, Cisneros les daba el tiro de gracia en el sistema nervioso central: los remataba con las drogas de sus enlatados, con sus bazofias telenoveleras. Toma tu SUEÑO.

De un SUEÑO del que nunca ha surgido un poeta que pueda cantarle a su tierra autóctona latinoamericana, sino muñecos anodinos que tragan papas fritas con ketchup y hamburguesas y asistían a los programas de Don Francisco o al de la catira, a juro, Cristina Saralegui. De todos esos que emigran, jamás podrá surgir un Bolívar, un Martí, Sucre,........

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