Ancelotti es un excelente entrenador, al que avala una trayectoria descomunal. He seguido con atención un par de largas charlas para la tele, una con Valdano y otra con una colega italiana cuyo nombre lamento no recordar, y son una delicia de sabiduría y de capacidad de exposición. Maneja excelentemente a jugadores de máximo nivel, que no es fácil, empleando buen sentido y justicia. Y quizá no lo haya mejor que él en las comparecencias de prensa. No es este un tema menor, porque la dinámica natural del fútbol ha llevado desde hace años a que el entrenador sea portavoz del club. Y en eso es, sin ninguna duda, el mejor de todos.

Pero, ¿cuál de ellos no sufre de cuando en cuando súbitos ataques de entrenador? El miércoles, ante el Leipzig, me hizo recordar en la primera parte aquel Madrid-Barça en el que sacó a Modric en la posición de Benzema, que faltaba. La consecuencia fue que además de perder a Benzema, el Madrid perdió a Modric; y el Barça, que hacía pocas semanas que estaba en manos de Xavi, ganó 0-4. El miércoles, esta vez sin ausencias que lo justificaran, empachó la alineación con cinco centrocampistas, pero no con la pretensión, que parecería lógica, de ordenarlos en 4-2-3-1, sino colocados en un 4-3-3 imposible que anuló a Kroos y a Bellingham.

Por fortuna, rectificó al descanso sacando a Rodrygo y el equipo tuvo vida para al menos marcar un gol. El susto fue morrocotudo. Pero, más que esos borrones, me llama la atención una creciente tendencia al contraataque y con renuncia a manejar los partidos. Modric y Kroos van siendo discretamente apartados por la fortaleza de tipos como Tchouameni y Camavinga. En el Carrusel de la cadena SER Roncero se refirió a la insufrible pareja Emerson-Diarra, émbolo de Capello en su segunda época en la que, como en la primera, ganó la Liga… y ambas veces tuvo que marcharse porque su fútbol no gustaba. El miércoles, ojo, el Madrid pasó de ronda entre pitos.

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