Vuelve la Champions tras la pausa copera con las visitas del PSG a la Real, hoy, y del Leipzig al Madrid, mañana. La UEFA ha aprovechado para recordarnos que esta será la última en el formato actual, pues para la próxima se estrena otro, de formulación que en principio resulta bastante abstrusa, pero que de segunda mirada no es tan difícil de entender. Y convive bien con las ligas nacionales. Lo que no sé es si resultaba necesario para otra cosa que no fuera prevenirse de la ‘conspiración superliga’, lo que considero doblemente inútil, porque ni esa conspiración tiene apenas conspiradores ni su inspirador y ‘alma mater’, Florentino, se va a dar por satisfecho.

De momento, lo que hace es darle otro pellizco al calendario, que demasiado cargado anda. En la fase de grupos, que entrelazará equipos de las cuatro categorías ordenadas según el ranking FIFA, se jugarán ocho partidos en lugar de seis. Y todavía habrá dos partidos más para los que tengan que jugar unos dieciseisavos. El sistema completo no lo explico aquí no porque no me lo sepa, prometo que lo he entendido, aunque no a la primera, sino por no consumir demasiado espacio. El caso es que con el modelo actual los dos finalistas de la Champions habrán invertido en ella 13 partidos. A partir de ahora serán 15; y en según qué caso, hasta 17.

Calendario aparte, no me gusta que se elimine el suave descenso a la Europa League, con la que ya no hay permeabilidad. Y menos me gusta el origen. Esto fue urdido hace tres años en la ECA cuando la presidía Agnelli… mientras maquinaba con Florentino la nonata Superliga. Pero el gran problema del fútbol no es tal o cual formato del gran campeonato europeo, sino otro al que vive de espaldas: la carcoma que destruye el venerable Reglamento, y que esta semana nos ha costado dos berrinches. Uno en Mestalla, porque ya no sabemos cuándo acaban los partidos, y otro en Nottingham, donde pagaron cara la supresión caprichosa del bote neutral.

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