Puede que un eventual triunfo nos haga llorar por Argentina. Pero hay algo que ya no es eventual, algo que es seguro. Desde ya debemos llorar por Javier Milei, que pase lo que pase habrá agrandado la profunda herida nunca cicatrizada que altera su alma. No es una ironía.

Javier Milei irrumpió en la política argentina con una fuerza y una energía sorprendente. En menos de dos años se tomó la agenda política. Con una campaña amorfa y energética hasta el delirio logró crecer hasta convertirse en un fenómeno mundial. Incluso hoy, en un momento decadente de su campaña presidencial, luego de cometer los peores errores en la recta final, Milei puede ganar.

La verdad es que la votación hacia la derecha suma más de la mitad de los votos y no es descartable ese acontecimiento. Si ese hecho hoy lo vemos como improbable es básicamente por lo que Graham Greene llamaría “el factor humano”, es decir, las leyes de las relaciones personales que a veces, en muy pocas ocasiones a decir verdad, pueden superar las leyes de las estructuras sociales. Lo cierto es que, pase lo que pase, la historia de esta elección presidencial en Argentina ha tenido y tendrá un nombre propio: Javier Milei.

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Mucho se ha discutido sobre quién es Milei, mucho se ha referido a su extravagancia o locura, muchos han planteado por qué y cómo puede Argentina haber llegado al escenario actual, aún más irracional que su historia, ya pletórica de energías románticas y mesianismos. Y por supuesto, desde hace algunas semanas, mucho se ha planteado sobre el afán de Milei en convertir en un mercado las armas, los órganos o la pérdida de subsidios para los argentinos.

Todos estos puntos son relevantes, pero no están en el interés central de esta columna.

Para examinar el caso Milei nos planteamos dos preguntas: la primera, ¿qué rasgo personal de Milei entroncó con el proceso político de Argentina al punto que hizo crecer a nuevo líder hasta llegar a ser alguien con posibilidades presidenciales, a pesar de su nula vinculación con las fuerzas históricas de Argentina? Y la segunda pregunta, ¿qué factor es el principal escollo para Milei a la hora de abordar el crecimiento de los últimos veinte puntos que necesita para ganar el balotaje?

Una pregunta intenta explicar el éxito de Milei. La otra intenta preguntarse sobre las fuentes de su potencial fracaso luego de tan exitoso avance.

Primera parte: El por qué del éxito de Milei

Vamos a su éxito. Como siempre, un líder nuevo llena un vacío. No hay novedad sin decadencia en la política. Argentina es un país de líderes y el kirchnerismo se ha debilitado como fuerza política capaz de sostener el proceso político argentino. Milei encuentra una elite política en crisis y un país en crisis. Pero ese escenario no explica el porqué. Y es que el discurso no fue solo un discurso libremercadista, no fue solo un discurso friedmaniano, no fue solo una perspectiva minarquista.

El discurso de Milei fue un anarcocapitalismo radical. Y en un país donde el 37% del PIB es gasto público (es decir, está en el cuarto de países con un Estado más grande), esto es llamativo. Como se sabe, los subsidios en Argentina son frecuentes. El gasto en abaratar los servicios básicos por parte del Estado es muy elevado: la electricidad, el gas, el servicio de agua y el transporte son gastos relevantes del Estado, subsidiando además la oferta y no la demanda (como se suele hacer en Chile).

Como se sabe, además la educación pública es gratuita en todos sus niveles y este nivel educacional es también un derecho. El concepto de derecho a ingreso irrestricto en la universidad es muy diferente al de la mayor parte de los países y es parte de una presión hacia mayor gasto. En Argentina una persona que desea ingresar a la universidad no será evaluada con un examen. Tampoco será pertinente dimensionar su edad, si pasó antes por la universidad, nada de ello se considera. Eso es un derecho sin restricciones. Y el costo de la comida en la universidad está altamente subsidiado.

Como se puede entender, una revisión somera muestra que Argentina es un país con gran tamaño del Estado y con mucha participación de subsidios. Argentina está entre los 40 países con mayor tamaño del gasto público. Muchos de los países que están en ese nivel tienen esa dimensión de Estado por razones fácilmente comprensibles: algunos son países en guerra, otros son países muy pobres con economías simples (donde el Estado es clave) o son países con grandes estados de bienestar exitosos (los países europeos del Estado de bienestar, Francia, España, Noruega, Suecia, entre otros). El caso de Argentina no cumple ninguna de esas características. La pregunta es obvia: ¿cómo es posible que surja Milei en un país así?

Los grandes procesos de malestar social suelen reflejarse en demandas que podríamos llamar “a la menos uno”. Es decir, ante el hastío y la rabia por una realidad que no cumple las expectativas y que invita a un constante fracaso, la tendencia de la ciudadanía es aceptar la posibilidad de propuestas que multiplican por menos uno la realidad existente.

Es decir, si la realidad que existe es A, entonces se piensa pasar al escenario “-A” o, para decirlo en simple, se busca hacer exactamente lo contrario a lo vigente. Esto hace relativamente comprensible la deriva sociopolítica argentina. Sin embargo, estos procesos tienen límites importantes cuando se anuncia el fin de los subsidios. Es decir, es más fácil entrar en esta dinámica si lo que hace el oferente (Milei en este caso) es señalar que rebajará y dará gratuidad a más cosas.

Pero, ¿si el líder que ofrece la transformación ofrece que todo tenga precio de mercado para el cliente final y que no haya beneficios ni subsidios? Es obvio que esto resulta altamente improbable, aunque sea exactamente lo contrario de algo que está mal evaluado. Volvemos a afinar la pregunta. ¿Qué puede explicar la eclosión de Javier Milei si su oferta choca directamente con las formas de gestión actual de los hogares argentinos?

En mi opinión hay dos factores relevantes para atender en cualquier parte del mundo del fenómeno Milei. Uno es lo que denominaré el fenómeno “contratributario”, es decir, la existencia creciente de grupos que deslegitiman la existencia de los impuestos. El otro factor es el paso de la cultura del emprendimiento a un nuevo método de masificación: el pensamiento mágico.

Respecto al fenómeno contratributario, el discurso al respecto tiene raíces de larga data. Albert Jay Nock, nacido en 1870, publicó hace exactamente 101 años su primer libro en la línea de lo que luego se definió como anarcocapitalismo. El crecimiento de esta corriente fue escaso, aun cuando el mundo de inicios del siglo XX no les resultaba adverso, ya que fue uno de los períodos de mayor libremercado en la historia mundial.

Los anarcocapitalistas pasaron a ser marginales luego de la crisis de 1929 (donde la fe en el libremercado se desploma junto con las economías de decenas de países) y recién retomaron algo de fuerza desde la experiencia chilena y el período “Reagan/Thatcher” de los años ochenta.

Pero dado que los países más desarrollados del mundo suelen tener un alto gasto estatal, no ha sido una tesis demasiado presente. Por una serie de razones, la crisis de 2008 (una evidente crisis de especulación por alta desregulación del sistema financiero) no condujo a políticas más restrictivas, sino que se ha abierto quince años después una creciente orientación a considerar que los impuestos pueden ser innecesarios o incluso atentatorios con derechos.

En su versión más radical volvemos a la tesis de Frank Chodorov (discípulo de Nock) que planteaba los impuestos como un robo. Es lo que ha dicho Milei reiteradamente desde agosto de 2021. Este economista suele señalar que se inscribe en la tradición de la escuela austriaca de economía, una de las más reputadas dentro de las corrientes liberales. El principal nombre de dicha escuela es Hayek, quien es bastante radical en diversas posturas (no hablar sobre democracia), pero ni siquiera él defiende la tesis del robo. Solo señala que los impuestos deben ser simples y proporcionales, evitando la individualización de casos en sus definiciones. Quizás en lo que Milei tiene más sintonía real con Hayek y la escuela austriaca es en la posición sobre el Banco Central, respecto al cual ambos coinciden en su carácter innecesario y, peor aún, de fuente de grandes distorsiones monetarias.

Pero volvamos al tema de los impuestos. El fenómeno que llamo ‘contratributario’ debiera llamar la atención políticamente. Como se aprecia en el siguiente cuadro resumen de los resultados de la encuesta de La Cosa Nostra (en el marco de las preguntas sobre tamaño del Estado y tributación), la mayor parte de la población señala, al mismo tiempo, que se deben reducir los impuestos y se debe aumentar el gasto fiscal.

Encuesta La Cosa Nostra, Octubre 2023

Es posible que estemos ante una fractura, con lógica o sin ella, donde los impuestos y el tamaño del Estado, de un lado; y la protección social, por el otro; no sean asuntos que se encuentren vinculados en la discusión pública o que, al menos, no se haga esa asociación a nivel intelectual. El problema es que, ya sea que esa división es mental o sociopolítica, lo cierto es que el problema es que en términos casi absolutos, pensar las dos cosas a la vez es una contradicción factual.

Ahora bien, probablemente se pueda verificar desde ya algo. En sucesivas investigaciones hemos encontrado con mi equipo el fenómeno de la no integración a nivel cognitivo entre el derecho a acceder a los beneficios de lo ganado privadamente y el derecho a acceder a los beneficios del Estado. Incluso hemos visto, desde hace ya años, que se puede considerar adecuado al mismo tiempo regular los precios de todos los productos del mercado, pero no el del trabajo. Es decir, se puede desear una regulación de todo lo que compro, pero no de lo que vendo.

Estas disonancias cognitivas dan espacio al discurso del estilo Milei. Pero mi afirmación va más lejos. He dicho que hay pensamiento mágico asociado. Y no es solo porque se haga posible el doblepensar (pensar una cosa y su contraria a la vez), sino porque la cultura del emprendimiento ha llegado a un nuevo estadio en el desarrollo de la fantasía.

No olvidemos que, en la sociedad del espectáculo, la función de la fantasía ha resultado sorprendentemente relevante en tanto herramienta política. Al respecto, la fantasía del acceso a la riqueza ha sido clave. Margaret Thatcher señalaba que atentaba contra el pensamiento liberal la idea de que el éxito es como una montaña, en cuya cumbre hay poco espacio y donde pocos pueden llegar. Ante la necesidad de mayor fe en el progreso personal, romper esta convicción ha sido desde siempre un esfuerzo liberal. La cultura del emprendimiento ha ido dando pasos en esta dirección.

En muchos aspectos esa cultura es un aprendizaje relevante para quienes desean emprender, pero hay parte de ese discurso que es más bien una cubierta fantasiosa. Eso perdió fuerza durante algunos años, pero está de vuelta, sobre todo con los contenidos de las redes sociales actuales, donde la oferta de producir y ganar altas sumas de dinero suele hacer referir al resultado de un mero cambio de mentalidad o a aprendizajes asociados a grandes tótemes de la innovación y el desarrollo: la inteligencia artificial, las criptomonedas, la digitalización en general, la neurociencia, la física cuántica, en fin. Se ha llegado lejos.

Es así como la promesa profética de la riqueza se llena de absurdo. Quienes organizan eventos online con miras a aumentar la rentabilidad de tu negocio saben que, si promocionan diciendo frases como “si tienes un millón de dólares para invertir y quieres dar alta rentabilidad, inscríbete aquí”, lo que ocurrirá es que llegará mucha gente y la mayoría no tendrá ni el 5% de esa cifra. El millón de dólares es la referencia al éxito. Y por eso convoca público que está dispuesto a dejarse seducir para eventualmente pagar un curso, nada barato, donde aprenderá a gestionar una riqueza que no tiene. El nivel de oficialización de esta perspectiva es alto. Te puedes graduar en estos temas.

Hay programas de estudio como los siguientes “Máster en Neurociencia, Neurotalento y Coaching Empresarial” o centros formativos de “Neuroscience business school”. El MIT, segunda institución universitaria del mundo, tiene programas asociados. Se habla ya de la disciplina de “neurociencia empresarial”, orientada a aumentar el rendimiento de los trabajadores o emprendedores mediante un acceso al estado de flujo. Hasta aquí estoy hablando de la versión sofisticada de este pensamiento.

En la base de la pirámide de la calidad de estos argumentos se llega a los delirios más sorprendentes. Incluso se ha puesto de moda el concepto de ‘disrupción’. Las ideas de negocio disruptivas son un tipo de innovación que trae una nueva tendencia o tecnología a un mercado. “Disrupción” describiría un proceso mediante el cual una empresa más pequeña y con menos recursos puede desafiar con éxito a las empresas establecidas.

Esta idea, por ejemplo, no solo cambia el concepto “disruptivo” que normalmente refiere a romper con violencia, sino que lo usa para señalar la situación organizadora según la cual sería posible competir de pequeño a grande con posibilidades realistas y basado en criterios de creatividad que no son propiamente creativos, sino que son fórmulas ya conocidas. Luego se vende un curso donde se enseña a ser creativo y disruptivo, con criterios generales que cualquiera puede utilizar. Muy extraño. Es el Everest plano, la montaña mágica de nuestra época.

Como suele ocurrir, cuando una persona o un pueblo está pasando un mal momento, las hipótesis más enrevesadas caben en su repertorio de acciones posibles. Es comprensible, pero no es lógico. Cuando se pasa por un mal momento se piensa, por ejemplo, en grandes soluciones, en jugadas improbables que lo cambien todo de una vez. Eso que llamamos ‘neoliberalismo’ como modelo específico dentro del capitalismo que evoluciona fundamentalmente hacia la desregulación de mercados y la reducción del Estado, puede transformarse (como toda perspectiva política e ideológica) en su propia versión patológica, puede tornarse un asunto psiquiátrico.

Creer que romperlo todo, que cerrar el Banco Central y que pasar de un Estado grande a uno exiguo, constituye una ruta de salvación, creer que eso no tendrá una transición altamente dolorosa; son parte del cóctel de irracionalidad que se despliega hoy con Milei en Argentina. Pero detrás de esa posibilidad está la convicción de millones de personas en todo el mundo que creen que todo es más simple y que la altísima complejidad de la sociedad actual debe ser reducida a decisiones simples que se han de imponer (y este verbo no es abusivo). Y es así como una convicción apresurada y la ilusión de una fácil solución pueden ser un cóctel imposible de resistir para una población que construye una compulsiva esperanza ante la pérdida de ella.

Javier Milei y su discurso anarcocapitalista cayó en territorio fértil por condiciones generales de pérdida de sentido y de sensación de agobio ante la experiencia económica cotidiana. Argentina había recorrido muchísimas esperanzas en forma de Estado y no tantas en forma de mercado. Apareció un tipo, una caricatura de un académico minarquista, y sorprendentemente todo giró. Apareció un profeta de la riqueza, sin duda.

Y no parece del todo extraño que un profeta de la riqueza y del mercado tuviera alguna posibilidad de florecer como líder en un país en caída económica. La oportunidad estaba abierta. Macri había tenido su opción. La puerta debía ser abierta y, aunque nunca es fácil, Javier Milei tuvo el mérito de ser el hombre para su época. Y es que aun cuando pierda será el hombre de este tiempo en Argentina.

Lo aquí señalado hasta ahora responde la primera pregunta que nos hicimos: ¿qué rasgos personales y sociales hicieron crecer a Milei hasta llegar a ser alguien con posibilidades presidenciales a pesar de su nula vinculación con las fuerzas históricas de Argentina?
Pero nos queda el segundo punto….

Segunda parte: El obstáculo de Milei, se llama Javier Milei

Y la segunda pregunta que nos hicimos fue: ¿qué factor es el principal escollo para Milei a la hora de abordar el crecimiento de los últimos veinte puntos que necesita para ganar?

Como hemos dicho, la mirada matemática simple debiera dar ganador a Milei. Pero es probable que su triunfo esté ante un escenario de riesgo. Y es que hay un gran escollo para Milei. Es un escollo que tiene nombre y apellido. El obstáculo se llama Javier Milei.

Es desagradable, al menos para mí, hacer juicios sobre condiciones personales de un actor político. Las evito todo lo que me es posible. Pero en este caso la situación lo amerita. Y es que resulta evidente que Milei es algo más que un showman extraordinario, que lo es. Y es algo más que un fabulador impenitente, que lo es.

Javier Milei es, en primer lugar, un líder carismático y, como tal, su condición personal es lo principal a analizar. No hay forma de dejar de lado esa dimensión cuando el poder de ese liderazgo reside fundamentalmente en su propia personalidad. Pero en segundo lugar, la dimensión personal es importante porque Javier Milei es ostentosamente una persona perturbada psicológicamente. Su comportamiento es disruptivo es el sentido psicológico (existen los trastornos de conducta disruptiva). La disrupción refiere en este caso al descontrol emotivo y la traducción de ese descontrol en el comportamiento, que se torna desafiante a la autoridad, hostil, insultante, provocador, con grandes crisis de enfado eventualmente conductas violentas contra terceros o incluso en contra de sí mismo.

Estas conductas psicológicamente disruptivas seguramente están asociadas a la experiencia vital de Javier Milei. Fue un niño maltratado por sus padres: un padre golpeador, una madre cómplice. ¿Se entiende por qué su hermana se puede transformar en su mente en un personaje mesiánico para el candidato? Él es candidato a mesías del pueblo, pero él a su vez tiene su propio mesías (su hermana).

Hablamos de alguien que dice que no permite entrar a nadie a su casa, que adora y busca comunicarse con su fallecido perro, que ha terminado por clonar dicho animal para poder estar físicamente con él, que señala que su hermana necesita un difusor de sus ideas porque ella es como Moisés: “un gran líder que no es bueno divulgando” y que él cumple ese rol. Vemos aquí al líder explicitando su posición de un niño que solo está allí para cumplir el rol de otro, que puede lograr grandes triunfos, pero que dichos triunfos no han de ser de él. Es alguien que se ve haciendo algo importante y aunque habla permanentemente de su propio talento e impronta, al final solo se refugia en que sirve a otro que es quien manda.

Diego Giacomino, único amigo en la vida de Milei, con quien rompió relaciones, ha señalado que Milei lidera una construcción violenta, que pasó de enseñar a tirar eslóganes para construir una masa de gente que sigue al líder sin querer pensar. Giacomino se ha escandalizado con las imágenes del león, con Cristo, con el cielo, donde todo es mesianismo.

Javier Milei es un hombre inteligente y solitario, un hombre triste y dañado, un místico que escucha mensajes y voces que hasta lo interrumpen en medio de la televisión, en el momento decisivo. Es ante todo un hombre extraño, cuya violencia esconde una gran sensibilidad descontrolada. Un hombre que esconde dolor y temor. ¿Qué hace un hombre así yendo a una aventura presidencial? Camina a su propia destrucción. ¿Qué hace Argentina allí, caminando en su ruta?

Javier Milei | Archivo EFE

Javier Milei es lo contrario de un político, es lo contrario de un Presidente. Es el hijo de un dolor mal manejado, es todavía hoy un niño doliente que disfrutó del éxito y que está condenado al infierno psicológico de la política, que siempre es fracaso, ya sea en lo electoral o en la gestión del gobierno. Javier Milei se ha arrojado al mismísimo infierno para una persona dañada: la alta política. Y ha tenido la desgracia de caer parado, de soportar ese golpe, de vivir en ese mundo y poder crecer de manera sorprendente. Una gran fortuna que esconde una tragedia.

Javier Milei ha hecho todo por boicotear su campaña y es posible que la pierda. Pero está claro que, como tantas veces en la historia, la dura actividad política ha encontrado virtud en el desorden psicológico de un hombre y lo ha convertido en líder. Puede que un eventual triunfo nos haga llorar por Argentina. Pero hay algo que ya no es eventual, algo que es seguro. Desde ya debemos llorar por Javier Milei, que pase lo que pase habrá agrandado la profunda herida nunca cicatrizada que altera su alma. No es una ironía.

Parte de mi vida personal, junto a mi esposa (a quien debo gran parte de esta reflexión), se concentra en atender los caminos que toman las vías de quienes han tenido experiencias graves de vulneración en su infancia. Veo a Milei y veo al Joker y veo a miles de niños de los servicios de protección de menores en el mundo. Pero Milei es un Joker que no se indigna ni se frustra cuando el Estado le niega los medicamentos porque su programa de atención se agotó. Milei lo celebra. Milei se alegra de que todos los niños dolientes del mundo queden a la intemperie, como él quedó. Se alegra de que no haya ningún apoyo, como él lo sufrió. Se alegra de que esos niños, con el alma dañada, tengan que salir a ganar una guerra en vez de hacer una vida. Él fue desprotegido. No lo cuidaron sus padres no lo cuidó el Estado. ¿Y qué quiere para Argentina? Lo mismo que él sufrió.

Milei convertido en candidato es un paso más, un paso tan exitoso como triste, de ese niño llamado Javier Milei. Y quizás esa es la verdadera disrupción del ‘caso Milei’, un niño abandonado que amenaza al mundo y que porta una motosierra porque solo le queda ser peligroso para ser importante. Una historia de los niños abandonados del mundo, una versión extravagante de un fracaso en la protección de la infancia. Y más aún: la construcción de un líder cuya única necesidad es anestesiar su dolor reemplazándolo con un nuevo y más glorioso horror. Y en esto Milei es socialista, porque quiere que el horror sea de todos.

Alberto Mayol

Sociólogo. Académico Universidad de Santiago

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Caso Milei: un niño doliente condenado al infierno psicológico de la política

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06.11.2023

Puede que un eventual triunfo nos haga llorar por Argentina. Pero hay algo que ya no es eventual, algo que es seguro. Desde ya debemos llorar por Javier Milei, que pase lo que pase habrá agrandado la profunda herida nunca cicatrizada que altera su alma. No es una ironía.

Javier Milei irrumpió en la política argentina con una fuerza y una energía sorprendente. En menos de dos años se tomó la agenda política. Con una campaña amorfa y energética hasta el delirio logró crecer hasta convertirse en un fenómeno mundial. Incluso hoy, en un momento decadente de su campaña presidencial, luego de cometer los peores errores en la recta final, Milei puede ganar.

La verdad es que la votación hacia la derecha suma más de la mitad de los votos y no es descartable ese acontecimiento. Si ese hecho hoy lo vemos como improbable es básicamente por lo que Graham Greene llamaría “el factor humano”, es decir, las leyes de las relaciones personales que a veces, en muy pocas ocasiones a decir verdad, pueden superar las leyes de las estructuras sociales. Lo cierto es que, pase lo que pase, la historia de esta elección presidencial en Argentina ha tenido y tendrá un nombre propio: Javier Milei.

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Mucho se ha discutido sobre quién es Milei, mucho se ha referido a su extravagancia o locura, muchos han planteado por qué y cómo puede Argentina haber llegado al escenario actual, aún más irracional que su historia, ya pletórica de energías románticas y mesianismos. Y por supuesto, desde hace algunas semanas, mucho se ha planteado sobre el afán de Milei en convertir en un mercado las armas, los órganos o la pérdida de subsidios para los argentinos.

Todos estos puntos son relevantes, pero no están en el interés central de esta columna.

Para examinar el caso Milei nos planteamos dos preguntas: la primera, ¿qué rasgo personal de Milei entroncó con el proceso político de Argentina al punto que hizo crecer a nuevo líder hasta llegar a ser alguien con posibilidades presidenciales, a pesar de su nula vinculación con las fuerzas históricas de Argentina? Y la segunda pregunta, ¿qué factor es el principal escollo para Milei a la hora de abordar el crecimiento de los últimos veinte puntos que necesita para ganar el balotaje?

Una pregunta intenta explicar el éxito de Milei. La otra intenta preguntarse sobre las fuentes de su potencial fracaso luego de tan exitoso avance.

Primera parte: El por qué del éxito de Milei

Vamos a su éxito. Como siempre, un líder nuevo llena un vacío. No hay novedad sin decadencia en la política. Argentina es un país de líderes y el kirchnerismo se ha debilitado como fuerza política capaz de sostener el proceso político argentino. Milei encuentra una elite política en crisis y un país en crisis. Pero ese escenario no explica el porqué. Y es que el discurso no fue solo un discurso libremercadista, no fue solo un discurso friedmaniano, no fue solo una perspectiva minarquista.

El discurso de Milei fue un anarcocapitalismo radical. Y en un país donde el 37% del PIB es gasto público (es decir, está en el cuarto de países con un Estado más grande), esto es llamativo. Como se sabe, los subsidios en Argentina son frecuentes. El gasto en abaratar los servicios básicos por parte del Estado es muy elevado: la electricidad, el gas, el servicio de agua y el transporte son gastos relevantes del Estado, subsidiando además la oferta y no la demanda (como se suele hacer en Chile).

Como se sabe, además la educación pública es gratuita en todos sus niveles y este nivel educacional es también un derecho. El concepto de derecho a ingreso irrestricto en la universidad es muy diferente al de la mayor parte de los países y es parte de una presión hacia mayor gasto. En Argentina una persona que desea ingresar a la universidad no será evaluada con un examen. Tampoco será pertinente dimensionar su edad, si pasó antes por la universidad, nada de ello se considera. Eso es un derecho sin restricciones. Y el costo de la comida en la universidad está altamente subsidiado.

Como se puede entender, una revisión somera muestra que Argentina es un país con gran tamaño del Estado y con mucha participación de subsidios. Argentina está entre los 40 países con mayor tamaño del gasto público. Muchos de los países que están en ese nivel tienen esa dimensión de Estado por razones fácilmente comprensibles: algunos son países en guerra, otros son países muy pobres con economías simples (donde el Estado es clave) o son países con grandes estados de bienestar exitosos (los países europeos del Estado de bienestar, Francia, España, Noruega, Suecia, entre otros). El caso de Argentina no cumple ninguna de esas características. La pregunta es obvia: ¿cómo es posible que surja Milei en un país así?

Los grandes procesos de malestar social suelen reflejarse en demandas que podríamos llamar “a la menos uno”. Es decir, ante el hastío y la rabia por una realidad que no cumple las expectativas y que invita a un constante fracaso, la tendencia de la ciudadanía es aceptar la posibilidad de propuestas que multiplican por menos uno la realidad existente.

Es decir, si la realidad que existe es A, entonces se piensa pasar al escenario “-A” o, para decirlo en simple, se busca hacer exactamente lo contrario a lo vigente. Esto hace relativamente comprensible la deriva sociopolítica argentina. Sin embargo, estos procesos tienen límites importantes cuando se anuncia el fin de los subsidios. Es decir, es más fácil entrar en esta dinámica si lo que hace el oferente (Milei en este caso) es señalar que rebajará y dará gratuidad a más cosas.

Pero, ¿si el líder que ofrece la transformación ofrece que todo tenga precio de mercado para el cliente final y que no haya beneficios ni subsidios? Es obvio que esto resulta altamente improbable, aunque sea exactamente lo contrario de algo que está mal evaluado. Volvemos a afinar la pregunta. ¿Qué puede........

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