Dos o tres discotecas de no más aforo que un par de centenares de personas, recibían cada año, y hasta tres veces, sus actuaciones: Julio Iglesias, Ana Belén y Víctor Manuel venían mucho por Coruña. Eran otros tiempos, principios de los setentas, en los que todo era posible que ocurriera. Por ejemplo, Víctor se enamoró de Ana y Julio mantuvo silencio. Los tres eran del partido comunista, al decir de los conspiranoicos del ahora, y así se explican sus éxitos, sufragados por la Unión Soviética.

De la misma forma, sentada en el quicio de la bahía, gritó que era licenciada en historia del arte y doctora en geografía. Me preguntó por el libro y a su autor, Claudio Sánchez Albornoz, no lo conocía, por supuesto: “Viene bien leerlo en esos tiempos.” Aunque no le hablé en nombre revesado, no pudo entenderme. No quiso. Por eso subimos al coche y aparecimos en Lisboa una mañana de primavera en la que todo estaba lleno de claveles rojos. Las anteriores visitas a Portugal siempre habían sido en blanco y negro: ese fue el gran cambio de la revolución de los claveles, hace cincuenta años, pasar al tecnicolor. En España se tardó un poco más pero también. Ahora cuentan que “carnicerito de Málaga” (Arias Navarro) se ofreció a los gringos para invadir Lusitania: injustos merecimientos para un mequetrefe al que le había saltado por los aires, pocos meses antes, el presidente del gobierno siendo él ministro de la seguridad insegura. “Ahí estaba Radio Renascença, desde donde se emitió Grandola, Vila Morena para que salieran los militares contra la dictadura”. Estamos en la rua Garret, justo delante de “A brasileira”, estatua sedente de Pessoa incluida, pero nos vamos a la cervecería que hay un poco más arriba donde casi regalan el marisco al peso. “Prefiero la rua dos bacaladeiros”, me dijo asustada en un alarde de no tener ni idea de comidas ni bebidas. “Vámonos a Peniche, el mejor arroz con lubrigante del mundo”. En Portugal casi todo es siempre “o millor do mundo”.

Aquella primavera incierta nos entusiasmó para siempre con un mero azar, los claveles en las bocanas de los fusiles. Ni Otelo Saraiva de Carvalho lo tenía previsto. Sí la canción, Grandola, sí el cantante, José Afonso, al que apalizaban por igual las policías políticas portuguesas y españolas; la primera acabó en calzoncillos el 24 de abril, la segunda ocupó importantes puestos en la lucha antiterrorista, por qué sería.

Después estuvimos en Setúbal, y hasta pudimos celebrar un par de cumpleaños en Óbidos, casi todo repleto de turistas. Nada podía igualar a la “Democrática” de Coimbra, desaparecida y translúcida con un menú muy asequible y abundante. En Viseu dormimos en el Hotel Gran Vasco, cuyas camas estaban repletas de recuerdos, doseles y padres del yermo. Qué hallazgo Leiria, casi la modernidad. En Póvoa, alfombras, en Viana y Braga, vistas panorámicas, en Caminha pasteles, en Porto azúcar y vino, y la Bolsa. Portugal se recorre en el vuelco de dos días, depende de por dónde se comience. Siempre está rico un “frango na púcara” si lo comes en Monçao o en Troviscoso, con vinho verde.

“Ya está bien”, reclamó, “¡qué frívolo eres! Todavía no has escrito nada sobre lo que significó la revolución portuguesa de hace medio siglo”. Con mirada cómplice, supuse, situé un pequeño disco compacto en la memoria y sonó Todo es de color de Lole y Manuel. Vaya estruendo en La Habana.

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Portugal 1974: abril era un clavel rojo

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24.04.2024

Dos o tres discotecas de no más aforo que un par de centenares de personas, recibían cada año, y hasta tres veces, sus actuaciones: Julio Iglesias, Ana Belén y Víctor Manuel venían mucho por Coruña. Eran otros tiempos, principios de los setentas, en los que todo era posible que ocurriera. Por ejemplo, Víctor se enamoró de Ana y Julio mantuvo silencio. Los tres eran del partido comunista, al decir de los conspiranoicos del ahora, y así se explican sus éxitos, sufragados por la Unión Soviética.

De la misma forma, sentada en el quicio de la bahía, gritó que era licenciada en historia del arte y doctora en geografía. Me preguntó por el libro y a su autor, Claudio Sánchez Albornoz, no lo conocía, por supuesto: “Viene bien leerlo en esos tiempos.” Aunque no le hablé en nombre revesado, no pudo entenderme. No quiso. Por eso subimos al coche y aparecimos en Lisboa una........

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