En lo tocante a disciplina fiscal es donde para el Gobierno hay más trecho entre el dicho y el hecho. De otra forma: es un asunto este en el que la concepción que el Ejecutivo tiene de rigor choca frontalmente con la de quienes están encargados de fiscalizarlo. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) considera un voluntarismo llevar las cuentas públicas a donde el Plan de Reequilibrio elaborado por Hacienda dice que arribarán en los próximos cuatro años, salvo que aplique un ajuste de 8.500 millones al año.

Un ajuste que, de llegar, lo hará por la vía de los ingresos, de los impuestos, y quizás desde el primero de enero para aprovechar toda la potencia de tiro del ejercicio. Una vuelta de tuerca más a la presión fiscal, unas pocas plumas más arrebatadas al ganso al que se refería Jean Baptiste Colbert, ministro de la Francia de Luis XIV, que asimilaba la política fiscal de los Gobiernos como el ejercicio de arrancar plumas a un ganso sin que elevase mucho el tono de sus graznidos y sin desplumarlo por completo.

Los cálculos del guardián independiente del rigor fiscal sobre la dimensión del ajuste cifran el sacrificio en el 0,6% del PIB en cada uno de los cuatro próximos ejercicios (que podrían ser siete si son acompañados por un plan de reformas de las de verdad, según demandarán las nuevas reglas fiscales), y no distan mucho de los manejados por otros analistas, que se acercan más a los 40.000 millones de saldo primario.

Y lo cierto es que ahora al Gobierno no le viene bien hacer semejante sacrificio. No le viene bien porque se acoge como nadie al aserto de que gobernar es gastar y porque no está en su naturaleza aflojar en los gastos. No le viene bien porque tiene que mantener la generosidad con los colectivos de pasivos de la que ha hecho bandera, así como con las ayudas para aliviar la subida de precios, porque vaya usted a saber si no se rompe la legislatura cuando menos se espera y hay que volver a las urnas.

Y no le viene bien porque este año no logrará cerrar el déficit por debajo del 4%, y llegar al 3% con las vacas menos gordas, que en los dos últimos años será muy complicado si se fía todo a la inercia de la economía. El desempeño impositivo en los dos últimos años ha sido espectacular con la ayuda de una inflación descosida y no corregida en la tarifa, que ha cebado las bases imponibles.

Ha impulsado generosamente los ingresos por IRPF (cerca del 10% de avance en los diez primeros meses del ejercicio), tanto por la subida de los sueldos como de las pensiones y otro tipo de rentas sujetas al impuesto. Sociedades ha avanzado más modestamente (3,3%), y el desempeño en caja del IVA ha sido plano por la aplicación de las desfiscalizaciones en el consumo, según datos de la Agencia Tributaria.

Los ingresos tributarios cerrarán el ejercicio cerca de los 270.000 millones de euros, con un avance de 24.000 millones, que Hacienda prevé replicar en 2024 para superar el año que viene los 292.000 millones, según las cifras difundidas la semana pasada, para poder cuadrar el déficit del 3%. Si tales cálculos cuajan, en los cuatro años tras la pandemia la aportación de los impuestos habrá pasado de 192.000 millones de 2020 a 292.000 de 2024. ¡100.000 millones más en solo cuatro años, un 50% de incremento en solo cuatro años!

La cuestión es de dónde saldrá el ajuste de esos 8.000 millones citados por la AIReF para 2024 (y replicables para los siguientes años) si las previsiones de ingresos no se cumplen, mientras que las de gastos se cumplen siempre y, de general, con creces: de los ingresos, de los impuestos. Y ante la demora del proyecto de Presupuestos hasta la primavera, bien podrían tomarse decisiones fiscales preventivas antes de que arranque el año. El Ejecutivo sabe de la necesidad de contar con las herramientas precisas a pleno rendimiento desde el primer día hábil del ejercicio, y podría activar por real decreto, la vía que más le gusta, subidas de impuestos ya existentes o la creación de otros nuevos.

¿Hay margen para subir los tipos del IRPF a las rentas más elevadas? ¿Pueden soportar las rentas del capital (ahorro) de los tramos altos un IRPF más solidario? ¿Es posible ampliar las bases reales de Sociedades limando deducciones, aunque se afecte al nivel de inversión? ¿Tiene sentido apretar un poco más la accisa de hidrocarburos para acelerar la descarbonización? ¿Es lo correcto revisar, para hacer estructurales, los impuestos a los beneficios extras de las energéticas, aunque amenacen con deslocalizar su inversión, o se cabree el PNV, su padrino político? ¿Hay que mantener como está, o reformularlo para que recaude como ahora, el impuesto a la banca, cuando las entidades siguen con déficit de capital? Todo es posible si las cuentas no cuadran.

Hacienda comenzará a aplicar el 15% a los beneficios de las sociedades, con lo que espera una prima de ingresos de cerca de 10.000 millones (parecen muchos); y aunque ya admite que no puede sostenerse que energéticas y bancos tengan beneficios extraordinarios y que tales impuestos deben ser reformulados, retocará las dos figuras (que gravan ingresos, márgenes y comisiones), pero tratará de mantener la recaudación que reportan.

Paro la nueva presa de la legislatura es usar el que consideran gran margen de subida de los tipos de IRPF sobre las rentas del capital (ahora con el máximo en el 28%), hasta acercarlas al soportado por las rentas del trabajo, y minimizar así lo que un Gobierno tan ideologizado considera una afrenta fiscal. Hasta octubre, las retenciones por rentas del capital se acercaron a 5.900 millones, con un avance del 7%, en tanto que la retención de las rentas del trabajo del sector privado proporcionó 62.700 millones.

El Gobierno ha sido capaz hasta ahora de mitigar o ahogar los graznidos del ganso de Colbert a pesar de haberle arrancado plumaje con fruición; pero en los últimos meses los rugidos son atronadores porque el desplume no cesa. Pero va a seguir.

José Antonio Vega es periodista

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¿Más impuestos o menos gasto para cuadrar el déficit? Por supuesto, más impuestos

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19.12.2023

En lo tocante a disciplina fiscal es donde para el Gobierno hay más trecho entre el dicho y el hecho. De otra forma: es un asunto este en el que la concepción que el Ejecutivo tiene de rigor choca frontalmente con la de quienes están encargados de fiscalizarlo. La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) considera un voluntarismo llevar las cuentas públicas a donde el Plan de Reequilibrio elaborado por Hacienda dice que arribarán en los próximos cuatro años, salvo que aplique un ajuste de 8.500 millones al año.

Un ajuste que, de llegar, lo hará por la vía de los ingresos, de los impuestos, y quizás desde el primero de enero para aprovechar toda la potencia de tiro del ejercicio. Una vuelta de tuerca más a la presión fiscal, unas pocas plumas más arrebatadas al ganso al que se refería Jean Baptiste Colbert, ministro de la Francia de Luis XIV, que asimilaba la política fiscal de los Gobiernos como el ejercicio de arrancar plumas a un ganso sin que elevase mucho el tono de sus graznidos y sin desplumarlo por completo.

Los cálculos del guardián independiente del rigor fiscal sobre la dimensión del ajuste cifran el sacrificio en el 0,6% del PIB en cada uno de los cuatro próximos ejercicios (que podrían ser siete si son acompañados por un plan de reformas de las de verdad, según demandarán las nuevas reglas fiscales), y no distan mucho de los manejados por otros analistas, que se acercan más a los 40.000 millones de saldo primario.

Y lo cierto es que ahora al Gobierno no le viene bien hacer semejante sacrificio. No le........

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