Nadie se atreve a asegurar que la hidra inflacionista está amansada tras el trienio que lleva desatada, causando estragos en rentas y ahorro. Y nadie es más cauteloso que el BCE, que resiste la presión creciente de los grandes gestores de inversión, que le apremian a reducir ya el precio del dinero para que tanto sus activos empresariales como los títulos de deuda recuperen atractivo. No obstante, mientras ha castigado la pasividad de los ahorradores, la inflación ha respetado a los inversores, que en casi todos los activos han preservado o incrementado el valor.

El Banco Central Europeo (BCE) no da por enterrado el ciclo inflacionista y vigila la posibilidad de un último latigazo en los próximos meses. La impredecibilidad de los acontecimientos geopolíticos tan intensos y numerosos en zonas muy calientes del planeta, con sus efectos sobre la energía y las cadenas de suministro industrial; la última ronda de presión de los salarios no aflorada y del mercado de trabajo estresado en muchas economías en las que se ronda el pleno empleo y ofertas de ocupación vacantes crecientes; y el riesgo de una vuelta de tuerca al proteccionismo por la presión electoral en Estados Unidos y en Europa mantienen alta la guardia de Christine Lagarde, que habla poco de calendario para aflojar la tensión monetaria, y si lo hace, lleva sus propósitos al segundo semestre del año.

Hasta dentro de un año completo, las tasas esperadas de inflación, en un escenario en el que no pase nada adicional que altere el estatus mundial, no volverá a las cifras que el BCE considera su objetivo. Se habrá cubierto en tal momento un periplo de cuatro años de inflación por encima de los deseos del guardián monetario, en el que ha tenido que apretar los grilletes de los tipos de interés hasta el 4,5%, en el que están ya desde septiembre pasado. Pero el trienio inflacionista acumulado ya nos permite hacer un balance detallado de los daños sobre el ahorro y la inversión.

La conclusión no es nada sorprendente, puesto que se ha desenvuelto dentro de la lógica: la inflación ha respetado a los inversores y ha castigado a los ahorradores. El saldo es, como lo ha sido en otros periodos de precios despendolados, una buena lección sobre el comportamiento que los particulares deben tener con su patrimonio financiero, aunque el aprendizaje parece ser muy lento. El trasvase de recursos desde el ahorro tradicional a la inversión, independientemente del grado de riesgo asumido, es muy lento en España, pero ha logrado ya en los últimos años consolidarla en una posición claramente mayoritaria.

La riqueza neta acumulada por los españoles en los tres años del episodio inflacionista se ha incrementado un 15,4%, mientras que el deflactor del consumo en el mismo periodo ha avanzado un 16,1%. Este práctico empate ha permitido a los hogares mantener el valor de sus activos totales (financieros e inmobiliarios), circunstancia nada desdeñable teniendo en cuenta que la inflación funciona como un auténtico impuesto sobre la renta y el patrimonio financiero.

Este saldo relativamente positivo ha sido posible porque tanto los activos inmobiliarios como los financieros de inversión pura han soportado la presión de los precios y han incrementado su valor nominal en muy parecida proporción al IPC en los tres últimos años. Los inmobiliarios se han revalorizado con la última oleada de subidas de los precios de las casas y alcanzan los 6,51 billones de euros a finales de 2023, con un avance del 16,8% respecto a su valor monetario de finales de 2020, un porcentaje que prácticamente iguala la inflación.

Los activos financieros considerados inversión, aquellos localizados en acciones de compañías o en vehículos de riesgo como fondos de inversión, han avanzado en su valor nominal en porcentajes que oscilan entre el 15% y el 16,7%, también valores similares al deflactor del consumo. Lógicamente, la propiedad financiera incorpora a su valor los avances de la inflación, porque lleva a los precios de sus bienes o servicios producidos los avances de los costes para mantener sus márgenes de beneficios, y es uno de los mecanismos que mejor protegen de la depredación de los precios.

Si tendemos las curvas de evolución durante los tres últimos años de la inflación, el valor de los activos de renta variable de los españoles y el índice bursátil Ibex 35, observaremos que corren paralelas: 16,1%, 15,8% y 17,2%, respectivamente. Pero si a las valoraciones que muestra el mercado de las empresas cotizadas le añadimos los dividendos abonados, la renta variable aflora como el mejor de los refugios durante el trienio inflacionista. La media de remuneración de las empresas que componen el Ibex35 es ligeramente superior a la de sus pares europeas, y en 2023, por ejemplo, la remuneración por dividendo fue de un 4,7% (un punto por encima de la inflación media anual), con algo más de 30.000 millones de euros distribuidos. La media europea de los dividendos pagados es un punto inferior a la española.

La gran víctima de los precios ha sido el ahorro tradicional, el billón largo de euros (1,046) que los españoles tienen en depósitos en la banca y que facilita su negocio. Su poder de compra ha sido cercenado por el IPC, con un coste de más de 160.000 millones, como han sido cercenadas las rentas salariales regulares que no han tenido incrementos similares a los precios (un fenómeno limitado a unos pocos centenares de miles de asalariados). Solo una parte muy limitada de ese inmenso volumen de dinero ha protegido parcialmente su valor, refugiándose en deuda pública a corto plazo (unos 23.000 millones de euros) y en depósitos a plazo mejor remunerados que las cuentas corrientes (unos 60.000 millones en el último año, según los datos del Banco de España).

Tres años de aprendizaje, con un giro muy limitado de la actitud de los particulares, y con una factura neutra en el mejor de los casos, no parecen suficientes para entender que la inflación no es precisamente el mejor amigo del hombre.

José Antonio Vega es periodista

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De cómo el trienio inflacionista respeta al inversor y castiga al ahorrador

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13.02.2024

Nadie se atreve a asegurar que la hidra inflacionista está amansada tras el trienio que lleva desatada, causando estragos en rentas y ahorro. Y nadie es más cauteloso que el BCE, que resiste la presión creciente de los grandes gestores de inversión, que le apremian a reducir ya el precio del dinero para que tanto sus activos empresariales como los títulos de deuda recuperen atractivo. No obstante, mientras ha castigado la pasividad de los ahorradores, la inflación ha respetado a los inversores, que en casi todos los activos han preservado o incrementado el valor.

El Banco Central Europeo (BCE) no da por enterrado el ciclo inflacionista y vigila la posibilidad de un último latigazo en los próximos meses. La impredecibilidad de los acontecimientos geopolíticos tan intensos y numerosos en zonas muy calientes del planeta, con sus efectos sobre la energía y las cadenas de suministro industrial; la última ronda de presión de los salarios no aflorada y del mercado de trabajo estresado en muchas economías en las que se ronda el pleno empleo y ofertas de ocupación vacantes crecientes; y el riesgo de una vuelta de tuerca al proteccionismo por la presión electoral en Estados Unidos y en Europa mantienen alta la guardia de Christine Lagarde, que habla poco de calendario para aflojar la tensión monetaria, y si lo hace, lleva sus propósitos al segundo semestre del año.

Hasta dentro de un año completo, las tasas esperadas de inflación, en un escenario en el que no pase nada adicional que altere el estatus mundial, no volverá a las cifras que el BCE considera su........

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