Hace un año advertíamos en esta misma ventana que Europa era poca cosa para alcanzar la soberanía tecnológica, industrial y defensiva en el mundo, un anhelo repentino surgido como consecuencia de los muros levantados a la globalización, la crisis sanitaria mundial y la guerra en su costado oriental. Un año después, los diferenciales en esas materias críticas con Asia y Norteamérica han crecido y Europa sigue recostada en el diván, transita por el estancamiento económico y teme un toque de atención muy serio en las elecciones de junio que pueden agravar la depresión sobre el proyecto común.

Entre tanto, los grandes competidores estratégicos, China, el resto de tigres emergentes y EE UU han abierto más hueco y han agravado la crisis de identidad económica europea. El montón de dinero liberado por la Comisión Europea con los Next Generation han parcheado unas cuantas deficiencias identificadas de forma localista por los gobiernos, pero tras dos años no dan la sensación de ser pulmón suficiente para esquivar el triste crecimiento económico que atenaza al continente.

Por contra, el programa gemelo norteamericano de reducción de la inflación, aunque su objetivo en nada emparenta con su denominación, ha sacado vigoroso partido a los cerca de 400.000 millones de dólares puestos a trabajar, y que han sustraído en competencia decenas de grandes proyectos industriales y energéticos a Europa. Entre tanto, China, así como otras economías asiáticas, lidera ya sin discusión alguna la nueva era de la industria automovilística, en la que Europa, que siempre tuvo manufacturas de primer nivel, corre un serio riesgo de ser desplazada.

La alarma que parpadea desde hace varios años y alerta del desplazamiento de las posiciones industriales europeas por el éxito agregado de la globalización, y que ha fracturado la Unión con la salida de Reino Unido y ha excitado el proteccionismo y el radicalismo político en EEUU, parpadea ahora con más intensidad. Por ello, la Comisión ha encargado a Mario Draghi un informe sobre cómo recomponer la competitividad europea para no perder posiciones adicionales en el mundo. Se encomienda a Draghi en un clima de liderazgos políticos pobres y una contestación social larvada que los estudios demoscópicos alertan que aflorará en las elecciones de junio, aunque se trate de unos comicios a los que los países dan relativa importancia.

Como tras los años de la gran recesión, los populismos de izquierda o sureños apretaron las tuercas y forzaron un giro en la gobernanza de las dificultades, con una mutualización de las cargas antes desdeñada, ahora son los de derechas, nacionalistas e identitarios los que pretenden corregir las políticas comunitarias, por considerar que erosionan los derechos y la riqueza en los países más acomodados de la vieja Europa. El perjuicio de la globalización a los trabajadores industriales de rentas elevadas, el activismo europeo para lograr la neutralidad climática a fecha cerrada con las restricciones y costes que conlleva, y la censura a procesos inmigratorios descontrolados son los tres pilares en los que se ceba el descontento social y que lideran partidos de ultraderecha en todos los países, y cuyas expectativas electorales no dejan de crecer.

Las últimas decisiones de los gobiernos de varios países, pero de forma muy significativa de Francia y Alemania, endureciendo sus políticas de inmigración, son una señal inequívoca del espacio electoral de corte nacionalista o patriotista que está en juego en los comicios de junio. Europa envejece a una velocidad acelerada y precisa intensificar sus flujos inmigratorios (nada menos que unos 60 millones de inmigrantes para sostener sus estructuras de bienestar), pero sus administradores tienen que conjugar tal necesidad con la percepción de una parte nada despreciable de la sociedad de que la entrada no selectiva de extranjeros perjudica sus intereses.

Aunque los efectos negativos de la globalización no son nuevos, y están también detrás de actitudes políticas críticas con las políticas de la Unión Europea (movilización del campo es el ejemplo más reciente), se han intensificado con el coste que para consumidores y ciudadanos en general tiene el empeño en lograr la descarbonización de la economía en unos pocos años, mientras otras grandes economías practican políticas muy laxas en esta materia, muchas veces limitadas a declaraciones de intenciones, pero sin intención de hacer nada. Un coste intensificado por la carestía de la energía provocada por la guerra en Ucrania, que tiene un efecto muy intenso en todo el continente, pero corregido y aumentado en economías centroeuropeas.

En materia tecnológica, Europa choca con la censura de las grandes empresas que tienen que competir a campo abierto. Además de depender de Asia o EEUU para alimentar todas las cadenas de suministro industrial, especialmente en manufacturas tecnológicas, el excesivo celo regulatorio para preservar la pureza de la competencia y proteger derechos de los administrados limita la capacidad de inversión de los proyectos industriales. La inteligencia artificial es el último y paradigmático ejemplo: Europa se encela con la protección al ciudadano, que es preceptiva, pero las multinacionales americanas inundan Europa, usando incluso las redes que no financian, y se reparten los dividendos en Silicon Valley. Así se lo han hecho saber los empresarios a Mario Draghi, y así lo han reiterado en Davos.

Por tanto, aunque habrá que esperar a junio, mientras que los líderes europeos hablan de más Europa y encargan sesudos informes de complicada aplicación, la población reclamará menos Europa y más políticas nacionales. Los países del norte (Holanda, Alemania, Finlandia, Austria) endurecerán el discurso por la presión nacionalista y serán más exigentes con los perceptores netos de los recursos, incluidos los que mueve el BCE para sostener las finanzas de los más endeudados. Incluso las nuevas reglas fiscales, que no tiene pinta de que estén diseñadas y sancionadas en el primer semestre por el tufo electoral, serán más severas, algo indiscutiblemente malo para España.

Europa está, por tanto, ante una nueva y exigente encrucijada que precisa liderazgos fuertes y muy determinados y comprometidos para relanzar la integración y superar las reservas de una parte de la ciudadanía. Pero a la precaución europea ante la respuesta electoral de junio, puede oponerse el riesgo que venga de EEUU en noviembre si vuelve a la Casa Blanca, Donald Trump, con el aislacionismo geopolítico, el proteccionismo económico y el buen rollo con el agresor de Ucrania. Todo es susceptible de empeorar en la vieja Europa.

José Antonio Vega es periodista

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Europa, alerta ante la hipotética censura electoral a sus políticas

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30.01.2024

Hace un año advertíamos en esta misma ventana que Europa era poca cosa para alcanzar la soberanía tecnológica, industrial y defensiva en el mundo, un anhelo repentino surgido como consecuencia de los muros levantados a la globalización, la crisis sanitaria mundial y la guerra en su costado oriental. Un año después, los diferenciales en esas materias críticas con Asia y Norteamérica han crecido y Europa sigue recostada en el diván, transita por el estancamiento económico y teme un toque de atención muy serio en las elecciones de junio que pueden agravar la depresión sobre el proyecto común.

Entre tanto, los grandes competidores estratégicos, China, el resto de tigres emergentes y EE UU han abierto más hueco y han agravado la crisis de identidad económica europea. El montón de dinero liberado por la Comisión Europea con los Next Generation han parcheado unas cuantas deficiencias identificadas de forma localista por los gobiernos, pero tras dos años no dan la sensación de ser pulmón suficiente para esquivar el triste crecimiento económico que atenaza al continente.

Por contra, el programa gemelo norteamericano de reducción de la inflación, aunque su objetivo en nada emparenta con su denominación, ha sacado vigoroso partido a los cerca de 400.000 millones de dólares puestos a trabajar, y que han sustraído en competencia decenas de grandes proyectos industriales y energéticos a Europa. Entre tanto, China, así como otras economías asiáticas, lidera ya sin discusión alguna la nueva era de la industria automovilística, en la que Europa, que siempre tuvo manufacturas de primer nivel, corre un serio riesgo de ser desplazada.

La alarma que parpadea desde hace varios años y alerta del desplazamiento de las........

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