Como disponemos ya de la contabilidad nacional, de la encuesta de población activa y del registro de cotizantes de la Seguridad Social, además de contar con el avance cuantitativo del empleo, podemos interpretar también su desempeño cualitativo en 2023. La creación nominal de ocupación ha sido muy generosa, hasta excepcional; pero su productividad ha sido muy pobre, hasta preocupante. El año ha intensificado el reciente fenómeno de reparto de empleo y ha concluido el trasvase terminológico de los contratos iniciado en enero de 2022, pero sin una mejora apreciable en la calidad real de la ocupación. Veamos.

Todo lo que se escribe en el agua se diluye con rapidez y conviene ser reiterado cada cierto tiempo. La española ha sido la economía más perezosa de Europa para recuperar sus niveles prepandemia de producción. El año 2023 se ha saldado ya con un producto interior bruto real un 2,7% superior al de 2019, tal como atestiguan los datos de la contabilidad nacional. Pero en el mismo trecho temporal de cuatro años este mismo trabajo estadístico revela que la ocupación ha avanzado en un 8,2% en empleos equivalentes a tiempo completo, y un 6,41% en número de empleados.

Nada menos que el doble o el triple que el PIB, exhibiendo una elasticidad poco común entre tales variables. Solo en 2023 la ocupación subió el 3,83% en EPA, el 3,88% en contabilidad o el 2,66% en Seguridad Social, cuando el producto lo hizo en un 2,5%. Si todo va bien y el empleo gana productividad, aunque sea mínimamente, lo lógico es que la ocupación crezca menos que el PIB. Pero no es anormal que una legislación flexible proporcione elasticidades superiores a uno en momentos de recuperación de los ciclos y con expectativas positivas para los trimestres y años siguientes, y elasticidades menores en trances depresivos.

La reforma de 2012 daba un impulso fuerte para que el mundo del trabajo funcionase como un mercado y facilitaba el ajuste tanto como estimulaba la creación de empleo. A juzgar por los resultados, sus fundamentos no han cambiado con la reforma reciente, más allá de forzar una movilidad terminológica de contratos entre los asalariados, que solo mejora la calidad formal de los mismos.

En la práctica, ahora se hace en España el mismo PIB que en 2019 (solo un 2,7% más), pero utilizando la fuerza laboral de un millón y medio más de trabajadores equivalentes a tiempo completo (contabilidad nacional), o de 1,28 millones de empleados más (EPA), lo que supone que la productividad media aparente del factor trabajo ha descendido con fuerza. Hagamos unos números poniendo en relación los volúmenes producidos en euros constantes, recogidos en las series de índices encadenados de la contabilidad nacional, y la evolución que nos proporciona el empleo equivalente a tiempo completo.

En 2023 cada empleado ha producido por valor de 68.392 euros, mientras que en 2022 generaba por valor de 69.317 euros, y en 2019 lo había hecho por valor de 72.218 euros, siempre en precios constantes de 2022. Entre el último año antes de la pandemia y el que acaba de concluir, el valor de la producción de cada empleo se ha reducido en un 5,3%, que supone una pérdida de productividad muy abultada. El propio informe de la contabilidad difundido por Estadística revela que la productividad por puesto de trabajo equivalente a tiempo completo es declinante desde 2019 hasta 2023, con la única excepción de 2022.

En los servicios, que han absorbido en la práctica todo el crecimiento del empleo y de la producción, el valor generado por ocupado cerró 2023 en 59.518 euros, frente a los 60.000 de 2022 o los 61.634 euros de 2019, con una pérdida superior al 3,4% en los cuatro años. En la industria y la construcción se registra una pequeña ganancia del PIB por ocupado en 2023 sobre el año precedente, pero también una regresión sobre 2019.

En los servicios acaparan una generación muy fuerte comercio, transporte y hostelería (del 2,4% al 5,89%, según el registro de cotizantes), así como educación (13,7%) y Administración estatal (8,22%, actividad donde la producción por ocupado es más pobre). En la industria y servicios a empresas destacan la actividad científica y técnica, con avance superior al 5%.

No obstante, un informe sindical reciente sitúa ya el empleo tecnológico por encima del millón de ocupados, pero aún en las posiciones más discretas de Europa. Y alerta de la existencia de vacantes en estas actividades, mientras que el 12% del colectivo de titulados tecnológicos sigue en desempleo, y del imitado compromiso de las empresas con la incorporación tecnológica.

¿Y la calidad? Puede explorarse con diferentes lupas. La remuneración ha mejorado con el empuje vigoroso del SMI y la presión de la inflación, que a su vez ha neutralizado por completo la supuesta ganancia de renta. Cruzar la información sobre contratos iniciales y la encuesta de salarios proporciona abundante información sobre la calidad, y puede concluirse que la mayoría de los contratos se concentran en las actividades con salarios inferiores a la media (hostelería, comercio, construcción, servicio doméstico), y con tasas de rotación laboral muy elevadas. Este fenómeno no es nuevo, pero puede asegurarse que la corrección de la rotación, que ha avanzado, dista mucho de estar resuelta: los datos de cotizantes de enero lo reafirman.

La temporalidad ha descendido hasta el 16,5% de los asalariados (uno de cada seis), pero se ha incrementado el tiempo parcial también hasta uno de cada seis ocupados. A esta condición del tiempo parcial hay que sumar los 800.000 fijos discontinuos, con jornada a tiempo parcial anualizada, que forman parte de la reciente operación de reparto del empleo.

El registro de cotizantes detalla en sus informes de un salto de los contratos fijos a tiempo parcial de 1,72 millones a 2,45. Sumando este último colectivo con los fijos discontinuos (800.000), habría 3,25 millones de contratados a jornada parcial, semanal o anualizada. Además, al fenómeno del tiempo reducido de trabajo habría que sumarle los 780.000 que Estadística computa con relación temporal.

La naturaleza de los contratos ha mutado con la reforma Díaz; pero el avance de la calidad por esta vía es muy discutible, ya que la estabilidad en absoluto depende del tipo de contrato. Fijo no es sinónimo de estable, y tiempo parcial dista mucho de ser un empleo sólido.

José Antonio Vega es periodista

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Un balance crítico del empleo, su calidad y su declinante productividad

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06.02.2024

Como disponemos ya de la contabilidad nacional, de la encuesta de población activa y del registro de cotizantes de la Seguridad Social, además de contar con el avance cuantitativo del empleo, podemos interpretar también su desempeño cualitativo en 2023. La creación nominal de ocupación ha sido muy generosa, hasta excepcional; pero su productividad ha sido muy pobre, hasta preocupante. El año ha intensificado el reciente fenómeno de reparto de empleo y ha concluido el trasvase terminológico de los contratos iniciado en enero de 2022, pero sin una mejora apreciable en la calidad real de la ocupación. Veamos.

Todo lo que se escribe en el agua se diluye con rapidez y conviene ser reiterado cada cierto tiempo. La española ha sido la economía más perezosa de Europa para recuperar sus niveles prepandemia de producción. El año 2023 se ha saldado ya con un producto interior bruto real un 2,7% superior al de 2019, tal como atestiguan los datos de la contabilidad nacional. Pero en el mismo trecho temporal de cuatro años este mismo trabajo estadístico revela que la ocupación ha avanzado en un 8,2% en empleos equivalentes a tiempo completo, y un 6,41% en número de empleados.

Nada menos que el doble o el triple que el PIB, exhibiendo una elasticidad poco común entre tales variables. Solo en 2023 la ocupación subió el 3,83% en EPA, el 3,88% en contabilidad o el 2,66% en Seguridad Social, cuando el producto lo hizo en un 2,5%. Si todo va bien y el empleo gana productividad, aunque sea mínimamente, lo lógico es que la ocupación crezca menos que el PIB. Pero no es anormal que una legislación flexible proporcione elasticidades superiores a uno en momentos de recuperación........

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