Puede que Europa haya exagerado su estrategia de seguridad energética. El ataque de Vladimir Putin a Ucrania en 2022 puso de manifiesto la fuerte dependencia de la UE del gas barato importado de Rusia, principalmente a través de gasoductos. Para afrontar ese desequilibrio, el bloque se apresuró a construir instalaciones para importar gas natural licuado (GNL) por mar desde países amigos. Pero con las renovables a punto de reducir la demanda de combustibles fósiles, algunas de las infraestructuras recién construidas corren el riesgo de volverse redundantes.

La invasión de Ucrania provocó una conmoción energética sísmica. El año anterior a la invasión, Europa importó unos 155.000 millones de metros cúbicos (155 bcm) de gas ruso a precios reducidos, lo que representaba alrededor del 40% de su consumo total de gas, de 412 bcm, según la Comisión Europea. Reducir drásticamente la dependencia de Moscú, como acordaron hacer los países en marzo de 2022, exigía un Plan B. Tras identificar el GNL como parte clave de la combinación energética, Europa se apresuró a aumentar su capacidad para convertir miles de millones de metros cúbicos de GNL importados, principalmente de EE UU, en una forma gaseosa utilizable.

En general, ha sido un éxito. La apuesta de Putin de que la UE se resquebrajaría y colapsaría ante el costoso reto de mantener caliente a su población y abiertas sus fábricas no funcionó. Entre el comienzo de la guerra y agosto de 2023, el bloque añadió seis terminales de GNL a su red preexistente de unas 20 instalaciones de regasificación y amplió una francesa, según el rastreador de GNL del Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero (Ieefa). Con ello se han añadido 36,5 bcm de capacidad de regasificación. La prisa por conseguir gas suficiente significa que la UE puede acabar teniendo 19 terminales de GNL más en 2030 que en 2022.

Aun así, hay algo en la estrategia europea que empieza a parecer fuera de lugar. Si se finalizan todos los proyectos en construcción, la capacidad de importación de GNL de la UE podría aumentar hasta casi 350 bcm a finales de la década, frente a los 160 bcm de 2021, prevé la firma de investigación Rystad Energy. Pero la demanda total de gas del bloque se reducirá a 340 bcm para entonces, un 19% menos que en 2021. Esto significa que la capacidad de GNL de Europa prevista para 2030 sería superior a todo el gas que podría necesitar el bloque.

Todo ello pese a que la región seguirá dependiendo de las importaciones por gasoducto desde Noruega, el norte de África y Azerbaiyán para la mayor parte de sus necesidades de gas, y también de parte de la producción local. La diferencia entre la producción local europea más las importaciones por gasoducto respecto a la demanda estimada será de unos 190 bcm en 2030, según el informe Shell LNG Outlook 2023, que también incluyen a Gran Bretaña. Es probable que se cubra con importaciones de GNL, pero solo representa la mitad de la capacidad de regasificación prevista en la región.

Construir un pequeño colchón de importación de gas tiene sentido. La demanda de este combustible fósil durante los meses más fríos del invierno puede ser el doble de lo que el continente necesita en verano. El GNL también ofrece más flexibilidad en las importaciones y los precios que el gas por gasoducto. Y Europa no es la única en añadir capacidad de licuefacción para garantizar la seguridad energética. La Agencia Internacional de la Energía cree que los proyectos de GNL en construcción en todo el mundo agregarán 250 bcm a la capacidad anual de licuefacción mundial para 2030, casi un 50% más que el nivel aproximado de 540 bcm de GNL comercializado en 2022.

El aumento de la capacidad mundial debería de evitar una repetición de la crisis energética de 2022 en Europa, cuando los precios del contrato de referencia Title Transfer Facility para entrega al mes siguiente se dispararon por encima de los 300 euros por megavatio-hora, 10 veces más que los actuales 31 euros/MWh, según los datos de LSEG. Pero la sobreabundancia de infraestructuras plantea interrogantes sobre la viabilidad financiera de todas las terminales de GNL que los países pusieron en marcha durante la crisis, principalmente con el dinero de los contribuyentes.

Por ejemplo, Alemania. La mayor economía de Europa era también la más dependiente del gas ruso, ya que obtenía de Moscú más del 50% de sus necesidades de gas antes de la guerra. Antes de 2022, tampoco disponía de terminales de regasificación de GNL. La invasión desencadenó el respaldo político a siete unidades flotantes de regasificación, con un coste de unos 10.000 millones de dólares, financiadas por el Estado. La primera de ellas entró en funcionamiento en diciembre de 2022 en el puerto báltico de Wilhelmshaven. Berlín también empezó a trabajar en tres puertos de gas terrestres más permanentes para 2030. En Italia, que dependía de Moscú para cerca del 40% de sus importaciones de gas, el operador de redes de gas Snam, que cotiza en Milán, ha invertido más de 1.000 millones de euros para adquirir e instalar dos terminales flotantes de GNL frente a la costa de Toscana y en Rávena.

Estas inversiones, empero, pueden resultar un poco inútiles. Una cosa es tener un amortiguador contra futuras crisis, pero si los países triplican su capacidad de renovable y se alejan de los combustibles fósiles ya esta década, como se acordó en diciembre en la COP28, la demanda de gas puede caer más deprisa. En ese caso, Europa podría necesitar aún menos capacidad de importación de GNL.

Los proyectos de infraestructuras suelen amortizar sus elevados costes iniciales con décadas de flujos de caja. Si estos no se materializan, empresas como Snam podrían sufrir pérdidas de valor. Lo mismo podría ocurrir con la firma portuaria Buss Group, el fondo de inversión Partners Group, la española Enagas, valorada en 4.100 millones de euros, y el gigante estadounidense Dow, valorado en 38.000 millones de dólares, que han invertido en la construcción del Centro Energético Hanseático en la ciudad alemana de Stade, y cuya finalización está prevista para 2027. Berlín podría tener que dar explicaciones a los contribuyentes.

Los inversores públicos y privados del GNL tienen motivos para estar tranquilos. Los Gobiernos podrían vender o alquilar las instalaciones flotantes de GNL que han instalado, quizá a empresas del Lejano Oriente o de India. Los inversores podrían a su vez reconvertir las terminales terrestres para explotarlas con hidrógeno o amoniaco bajo en carbono, o utilizarlas para la captura de carbono. Y si el ritmo de descarbonización es insuficiente, la necesidad de gas seguirá siendo elevada.

Aun así, si la capacidad de regasificación supera con creces la demanda, podría tener que darse salida a las terminales de GNL con descuento. Según Deloitte, el hidrógeno tiene potencial, pero no se convertirá en una alternativa comercialmente viable y escalable al gas hasta 2050. Para evitar tener que afrontar infraestructuras de gas abandonadas, los Gobiernos europeos podrían tener que valorar ahora reducir algunos de sus proyectos.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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La campaña de seguridad energética de la UE puede haber ido demasiado lejos

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12.01.2024

Puede que Europa haya exagerado su estrategia de seguridad energética. El ataque de Vladimir Putin a Ucrania en 2022 puso de manifiesto la fuerte dependencia de la UE del gas barato importado de Rusia, principalmente a través de gasoductos. Para afrontar ese desequilibrio, el bloque se apresuró a construir instalaciones para importar gas natural licuado (GNL) por mar desde países amigos. Pero con las renovables a punto de reducir la demanda de combustibles fósiles, algunas de las infraestructuras recién construidas corren el riesgo de volverse redundantes.

La invasión de Ucrania provocó una conmoción energética sísmica. El año anterior a la invasión, Europa importó unos 155.000 millones de metros cúbicos (155 bcm) de gas ruso a precios reducidos, lo que representaba alrededor del 40% de su consumo total de gas, de 412 bcm, según la Comisión Europea. Reducir drásticamente la dependencia de Moscú, como acordaron hacer los países en marzo de 2022, exigía un Plan B. Tras identificar el GNL como parte clave de la combinación energética, Europa se apresuró a aumentar su capacidad para convertir miles de millones de metros cúbicos de GNL importados, principalmente de EE UU, en una forma gaseosa utilizable.

En general, ha sido un éxito. La apuesta de Putin de que la UE se resquebrajaría y colapsaría ante el costoso reto de mantener caliente a su población y abiertas sus fábricas no funcionó. Entre el comienzo de la guerra y agosto de 2023, el bloque añadió seis terminales de GNL a su red preexistente de unas 20 instalaciones de regasificación y amplió una francesa, según el rastreador de GNL del Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero (Ieefa). Con ello se han añadido 36,5 bcm de capacidad de regasificación. La prisa por conseguir gas suficiente significa que la UE puede acabar teniendo 19 terminales de GNL más en 2030 que en 2022.

Aun así, hay algo en la........

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