Como saben, vivimos en la era de la generación de cristal. Si no lo sabían, seguro que alguien se ha encargado de explicárselo en las cenas de navidad durante los últimos días porque el asunto es trending topic continuo. Antiguamente uno se criaba sin móvil y no le pasaba nada. Antes los padres convertían las habitaciones de los niños en raves de nicotina y alquitrán y, mira, aquí estamos todos. Por no hablar de los dos guantazos que de toda la vida le han sentado fenomenal a cualquier crío. Yo mismo viajaba al pueblo en la guantera del coche incrustado entre dos maletas y aquí me tienen. Los chavales de ahora, sin embargo, viven entre algodones. No aguantan ni media hostia de la vida. La crítica contra la generación de cristal es un género que triunfa. Siempre lo ha hecho, en realidad. A lo largo de la Historia, el número de veces que una generación ha dejado pasar la oportunidad de señalar a la siguiente como una panda de quejicas blandengues es, exactamente, cero. Lo que pasa es que esta vez, por supuesto, es verdad. Se quejan por todo.

Se quejan porque en la puñetera vida podrán tener una casa en propiedad como la que sus padres, la generación de hierro, pudieron permitirse, haciendo un esfuerzo económico veinte veces menor que el que ahora se necesita. Se quejan porque, sin sueldos dignos, sin trabajos estables y con las necesidades básicas convertidas en un producto de mercado en manos del que va ganando y sometiendo al resto en las últimas vueltas del Monopoly, no pueden emanciparse hasta pasados los treinta, ni tampoco ser padres hasta los cuarenta. Se quejan porque les espera una vejez climática que no se parece en nada a los veranos y las primaveras de la fornida generación de hierro que manda memes y más memes asegurando que los chavales de ahora, atontados con el móvil, no se enteran de nada.

Yo, que nací en el año del mundial de naranjito, me crié jugando al fútbol en la calle y sin móvil, tal y como dictan los cánones de la generación de hierro que anda obsesionada con denunciar esta anomalía consistente en que las cosas ahora no sean como antes. Pero, para ser sincero, jugar en la calle no dejaba de ser otra forma de vivir entre algodones, ya que no fui reclutado a filas siendo un niño para conocer una guerra que, al parecer, te fortalecía que daba gusto. Y ni siquiera se crean que quienes vivieron cualquiera de las guerras europeas dejaban de ser, en el fondo, unos puñeteros blandengues de manual con acceso privilegiado a pijotadas de reciente creación como la penicilina o las transfusiones del mismo grupo sanguíneo. Estupideces que acabaron para siempre con una generación de hombres y mujeres anterior, esos que se vestían por los pies y estaban acostumbrados a estirar la pata con cualquier infección. Como se había hecho de toda la vida. Esa sí que era una generación buena. Aunque, también es cierto, no dejaban de ser unos tirillas si los comparas con aquella gloriosa generación que no sabía distinguir virus de bacteria, y que les permitió esa forma tan natural de vivir experiencias que te curten tanto como un brote descontrolado de peste. Esos sí eran tiempos buenos y no los de ahora. Uno moría joven, pero el disfrute de poder jugar a conducir con un palo un aro metálico oxidado o apedrear un gato no había quien te lo quitara.

Que toda generación anterior consideró blandengue a la siguiente es algo tan documentado en la Historia como la estupidez del ser humano a la hora de aceptar cambios, aunque estos sean para bien. De lo que no hay antecedentes es de una generación tan llorona ante estos avances. Hemos visto a señores a los que la vida se lo ha puesto fácil quejarse amargamente porque un ministro, basándose en estudios médicos, recomienda no comer carne a diario. Es una dictadura, nos lo quieren prohibir todo, lloriquean. Hemos visto a quienes no han tenido que pelear por nada en la vida condenar la lucha feminista porque es que tanto radicalismo les asusta. Hemos visto a ilustres sabios como Alfonso Guerra lamentarse de que uno ya no pueda hacer chistes sobre maricones sin que los maricones, que ya no están callados como lo estuvieron toda la vida, le respondan a uno. Y todo eso es terrible. Es insoportable, dice la generación de hierro.

QOSHE - La generación de hierro - Gerardo Tecé
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La generación de hierro

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03.01.2024

Como saben, vivimos en la era de la generación de cristal. Si no lo sabían, seguro que alguien se ha encargado de explicárselo en las cenas de navidad durante los últimos días porque el asunto es trending topic continuo. Antiguamente uno se criaba sin móvil y no le pasaba nada. Antes los padres convertían las habitaciones de los niños en raves de nicotina y alquitrán y, mira, aquí estamos todos. Por no hablar de los dos guantazos que de toda la vida le han sentado fenomenal a cualquier crío. Yo mismo viajaba al pueblo en la guantera del coche incrustado entre dos maletas y aquí me tienen. Los chavales de ahora, sin embargo, viven entre algodones. No aguantan ni media hostia de la vida. La crítica contra la generación de cristal es un género que triunfa. Siempre lo ha hecho, en realidad. A lo largo de la Historia, el número de veces que una generación ha dejado pasar la oportunidad de señalar a la siguiente como una panda de quejicas blandengues es, exactamente, cero. Lo que pasa es que esta vez, por supuesto, es verdad. Se quejan por........

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