La vida es, a veces, un asunto de escalas. Por mucho que se lo repitan a usted, la salvación del planeta no dependerá de que recicle el brick de leche mientras grandes empresas contaminan en una tarde lo que usted y yo en mil vidas. Tampoco tendrá usted incidencia alguna sobre la geopolítica internacional a pesar de las muchas y sesudas publicaciones que haga en redes sociales analizando lo de Rusia y Ucrania, del mismo modo que no tendrá incidencia sobre la cotización de mañana en la apertura de la Bolsa de Tokio la mosca que en estos momentos sobrevuela mi teclado. La lista de cosas que se nos escapan de las manos es tan amplia que resulta muy curioso observar este momento histórico en el que una buena parte de la población mundial ha decidido que, en lo poco que pueda influir, lo hará empujando hacia su propia destrucción. No puede tener otro nombre que autodestrucción que en Argentina una de cada tres personas haya decidido apoyar con su única herramienta contundente a mano, el voto, a un tipo que asegura que libertad es cerrarte el ambulatorio de la esquina, pero permitirte que vendas tus riñones para pagarte el seguro médico. No puede tener otro nombre que autodestrucción que José Luis opine desde su sillón de Parla que el asesinato de 100 niños al día en Gaza es un acto de autodefensa frente al terrorismo. Esto no puede tener otro nombre que enfermedad por mucho que los fanáticos del relativismo pidan respeto para todas las posiciones o, peor aún, por mucho que los analistas de izquierda con tiempo libre se empeñen en poner sobre la mesa sesudos análisis que expliquen este momento de la historia pretendiendo no llamar gilipollas a buena parte de sus protagonistas y figurantes.

La autodestrucción no es ningún fenómeno nuevo. Lo que hoy vivimos es un mal que sufre la humanidad de forma periódica al igual que lo sufrimos de forma periódica a escala 1:1 quienes la conformamos. ¿O es que usted nunca se tiró al alcohol y dijo un a tomar por culo cuando se sintió perdido? ¿Nunca dijo sí a la droga, al consumismo desatado o al abandono personal cuando todo era confuso y deprimente? A gran escala, a la humanidad le pasa exactamente lo mismo en estos minutos de descuento del capitalismo más inhumano que nos gobierna. La autodestrucción convierte en monstruos a muchos de quienes nos rodean y es bueno ponerle nombre si no queremos que nos arrastren. ¿Si un amigo suyo se abandona en una espiral caótica no es mucho mejor decírselo a la cara que pretender justificarlo? Estamos rodeados de quienes han decidido entregarse a un abandono moral que nos afecta a todos, y el relativismo y la tolerancia a la estupidez se acabará convirtiendo en dictadura de la destrucción cuando nos queramos dar cuenta. Por eso quizá haya que decir basta de vez en cuando. Si usted vota a desquiciados que prometen que el espacio común se convierta en la selva del más fuerte, permítame que le diga que tiene usted un 99% de probabilidades de ser gilipollas, ya que solo tiene un 1% de ser el millonario que se beneficia de esa selva. Es de lo más sano que abandonemos el relativismo moral, la tolerancia y los sesudos análisis para llamarlo a usted gilipollas con todas sus letras: gilipollas. Si usted apoya desde casa el exterminio de miles de inocentes en nombre de la lucha contra el terrorismo, es usted un psicópata con patas y flaco favor nos estaríamos haciendo sus vecinos y familiares dando piruetas para, en nombre de una convivencia cada vez más impostada, intentar definirle a usted de algún modo respetuoso que nos libre de la papeleta de tenerlo cerca. Uno de los grandes males de nuestro tiempo es esa filosofía Mr. Wonderful que apareció de la mano de la decadencia del capitalismo para decirnos que todo es respetable. Como si lo fuera.

Cuando todo se va a la mierda, buscar un poco de orden es lo único a lo que podemos aspirar. Lograr, al menos, tener claro que si el planeta que pisamos ha decidido expulsarnos como especie invasora no será responsabilidad de usted y mía que reciclamos religiosamente los envases y no somos propietarios indecentes de grandes conglomerados que prefieren la destrucción del ser humano a la renuncia al beneficio máximo. Sepamos al menos que quienes alegremente apoyan genocidios no son perfiles sociológicamente alineados con Israel, sino gente sin empatía ni escrúpulos que viven puerta con puerta. Que quienes votan a fascistas que señalan al débil y al diferente no son desencantados de la política, sino irresponsables y egoístas. Ponerle nombre al caos y a quienes lo alimentan es el primer paso para intentar frenar el desastre. En nuestra pequeña escala tal vez lo único a lo que podamos aspirar sea a negarnos a seguir aceptando paños calientes.

QOSHE - Me cago en la relatividad - Gerardo Tecé
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Me cago en la relatividad

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29.10.2023

La vida es, a veces, un asunto de escalas. Por mucho que se lo repitan a usted, la salvación del planeta no dependerá de que recicle el brick de leche mientras grandes empresas contaminan en una tarde lo que usted y yo en mil vidas. Tampoco tendrá usted incidencia alguna sobre la geopolítica internacional a pesar de las muchas y sesudas publicaciones que haga en redes sociales analizando lo de Rusia y Ucrania, del mismo modo que no tendrá incidencia sobre la cotización de mañana en la apertura de la Bolsa de Tokio la mosca que en estos momentos sobrevuela mi teclado. La lista de cosas que se nos escapan de las manos es tan amplia que resulta muy curioso observar este momento histórico en el que una buena parte de la población mundial ha decidido que, en lo poco que pueda influir, lo hará empujando hacia su propia destrucción. No puede tener otro nombre que autodestrucción que en Argentina una de cada tres personas haya decidido apoyar con su única herramienta contundente a mano, el voto, a un tipo que asegura que libertad es cerrarte el ambulatorio de la esquina, pero permitirte que vendas tus riñones para pagarte el seguro médico. No puede tener otro nombre que........

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