No debe de haber en la literatura política muchos episodios de compañeros de espacio que, pocos meses después de lograr el Gobierno, se lancen a una guerra abierta. En España, siempre a la vanguardia del surrealismo, hoy estamos en ello. Seguramente sea inexacto decir que la guerra empezó ayer, cuando se produjo la primera gran explosión en forma de fracaso parlamentario con consecuencias sociales. Ya había escaramuzas cuando, de la mano, los de Yolanda Díaz y los de Ione Belarra se presentaron juntos a las elecciones con la alegría del que se presenta a una triple endodoncia. Meses después, con las caretas quitadas, no hay ya espacio para el disimulo. Si ha venido usted a la celebración de este divorcio, tendrá a estas alturas clarísimo cuál es el reparto de culpas. Como no puede ser de otra forma, su visión de lo sucedido dependerá de si ha sido invitado al banquete caníbal por un bando o por otro. Y nada ni nadie va a moverle un centímetro de su posición, como es lógico. Y es que, ¿qué sería de las guerras si las partes implicadas estuvieran dispuestas a ceder ese centímetro? Ayer nadie lo hizo y el espacio de la izquierda que representa los intereses de la clase trabajadora saltó por los aires de forma institucional, tirando por la borda una serie de ayudas dirigidas a esa clase trabajadora. ¿Se imaginan a PP y Vox solucionando sus tensiones permitiendo una subida de impuestos a la banca porque no se ponían de acuerdo en la ayuda a la tauromaquia? Yo tampoco. Y es justo eso, en sentido inverso, lo que ayer ocurrió.

En toda guerra, lo más fácil para el periodismo es empotrarse en uno de los bandos y narrar la propaganda de parte. Sin embargo, la realidad es más fea e incómoda que las cómodas versiones de parte. Por un lado, la versión oficial de Sumar y sus numerosos medios afines dicen que los de Podemos son un grupo de amiguetes suicidas cuyos graves problemas con la mandanga del narcisismo los lleva a la locura. En el lado morado, la versión indiscutible es que Yolanda Díaz se levanta por las mañanas, revisa en el mail las órdenes de Ferreras y se toma un par de cafés dispuesta a contentar al amo mediático de la izquierda vendida al capital. La realidad, como siempre, es más compleja. Y, qué cojones, ¿para qué se mete uno a esto del periodismo si no es para intentar narrar esa realidad y acabar siendo tiroteado por ambos bandos?

El capítulo de ayer, que no es el primero de esta guerra ni tampoco será el último, sí es, hasta el momento, el de mayor alcance social, porque social era el decreto que fracasó por culpa de esta guerra. Y ayer y en los días que rodearon a ayer sucedieron varias cosas que son objetivas. Sucedió que Podemos tenía razón cuando denunciaba que en ese decreto a los mayores de 52 años les salía la ayuda a pagar. No en este año, pero sí en el futuro, cuando ese ya famoso 125% de cotización del subsidio de desempleo –concebido para compensar los bajos salarios que había tiempo atrás– se convirtiera en un 100% con unos salarios que, el día de mañana, es más que probable que dejen de subir a este ritmo. Sucede que esto puede ser, o no, motivo de plantón y que el hecho de que en Podemos se decidiese que lo fuera es, en sí, una decisión política, igual que lo fueron en el pasado otras decisiones consistentes en tragar sapos a cambio de un bien mayor. Como política fue la decisión de los diputados de Bildu, nada sospechosos de ser títeres de Ferreras, de aceptar el pack completo y no plantarse porque uno de sus puntos no les convencía. Sucede que Sumar llegó de la mano del PSOE a la cita parlamentaria con los deberes sin hacer y negando públicamente la mayor. Aseguraban desde el entorno de Yolanda Díaz que Podemos mentía cuando hablaba de recortes. Y quien mentía en este caso era Sumar. Y sucede que, cuando niegas la mayor, poco hay que negociar en el terreno de la realidad. Sucede que la puntada de Podemos, por supuesto, tenía hilo. No es casual que los morados se plantasen justo ante un decreto que había salido del ministerio de Yolanda Díaz. Y sucede que era Díaz, la nueva líder del espacio de izquierdas en España, la responsable de mantener cohesionado ese espacio que hoy no lo está porque desde Sumar se ha trabajado de forma activa en asfixiar a un Podemos del que hace unos meses se dijo que no sería un drama que no estuvieran en la coalición. Y el drama, que no iba a ser tal, se representó en forma de gran drama en el Parlamento.

Sucede que la única obsesión de Podemos es, en estos momentos, resarcirse de la humillación que sienten desde hace un año y hacerlo en unas elecciones europeas de junio en las que celebrarían como el gol de Iniesta poder demostrar con Irene Montero a la cabeza que la correlación de fuerzas entre morados y yolandistas no es la de un Sumar esplendoroso y un Podemos moribundo, como repite cada día la prensa progresista. Y sucede que, para llegar a junio en condiciones de dar esa batalla, desde Podemos saben que su única carta de presentación ante la ciudadanía es la del partido que no tolerará un solo recorte social por parte de la coalición del buen rollismo y la mimetización PSOE-Sumar. Esa apuesta morada tiene sus riesgos. El mayor de ellos es aparecer en el vídeo marcador del hemiciclo de la mano de PP y Vox. Como decía ayer el portavoz de Bildu Oskar Matute, uno puede equivocarse en muchas cosas en política, pero nunca se debería equivocar de bando. Sucede que haber llevado a Podemos a ese espacio tan estrecho de maniobra ha sido consecuencia de una serie de vetos y aislamientos que calculaban erróneamente que el partido que logró patear el tablero del bipartidismo consiguiendo la mayor movilización de la izquierda en democracia y alcanzando el Gobierno, aceptaría su condena a una lenta asfixia sin más. Sucede que Podemos, de nuevo, arriesgó más de lo esperado quedándose solo frente a todos y que sólo el juicio final, fechado el 9 de junio, le dará o le quitará la razón en su apuesta.

Uno, que tiene amigos hasta en el infierno –entendiéndose en este momento por infierno ambas orillas en esta batalla–, sabe bien que las crónicas de hoy, como las de cada día, son crónicas de parte y escritas sin disimulo. Ayer mismo, fuentes de Sumar confirmaban en privado que habían intentado hasta el último minuto –siendo el último minuto también el primero de la negociación– convencer a Podemos de que no cometiese la locura, pero que Podemos no es más que un partido de amigos llenos de odio y rencor dispuestos a dinamitar lo que haga falta, incluyendo derechos de los trabajadores. “Viven en una revancha esquizofrénica en la que sólo ven enemigos”. Este es uno de los argumentos inamovibles a ese lado del charco. En privado, desde Podemos aseguran haber sido, una vez más, maltratados por los que supuestamente eran sus compañeros: “Pedimos unas primarias y nos las negaron, pero a pesar de eso nos metimos en una coalición en la que se nos vetó y humilló sistemáticamente, lo hicimos por el bien común, igual que votamos sí a un Gobierno del que se nos iba a fulminar: hoy queríamos poder votar sí al decreto y que se aceptara el mínimo cambio que pedíamos porque lo que no pueden pedirnos en este momento es aceptar trágalas en forma de recortes”. El odio personal se respira a uno y otro lado. La cosa viene de lejos. Unos señalan en el diván el origen de este trauma no resuelto en los feos de Iglesias a Díaz durante la tramitación de la reforma laboral o su nombramiento a dedo con formas de macho alfa. Otros no olvidan que, mientras presidentes latinoamericanos apoyaban públicamente a Iglesias tras conocerse los audios de Ferreras, guinda del pastel de la persecución política y personal que sufrieron en sus carnes los líderes de Podemos, Yolanda Díaz guardaba un silencio atroz. El desagravio a un lado y otro es inamovible y, con las nubes negras asomando, todo apunta a que lo seguirá siendo. Lo de ayer tiene fácil solución, ya que el decreto rechazado en el Parlamento por la negativa de Podemos podría modificarse y ser aprobado antes del mes de junio, fecha en la que entrarían en vigor las ayudas sociales que ayer fueron rechazadas.

Lo que no parece tener solución es la inmensa lista de reproches políticos y personales dentro de una generación de líderes de la izquierda que acaban de tomar el relevo de la anterior para liderar la justicia social de las próximas décadas en España. Eso es lo que está en el aire. Y eso, al contrario que el decreto rechazado ayer, no parece tener una solución viable.

QOSHE - Sumar-Podemos, crónica de guerra - Gerardo Tecé
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Sumar-Podemos, crónica de guerra

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13.01.2024

No debe de haber en la literatura política muchos episodios de compañeros de espacio que, pocos meses después de lograr el Gobierno, se lancen a una guerra abierta. En España, siempre a la vanguardia del surrealismo, hoy estamos en ello. Seguramente sea inexacto decir que la guerra empezó ayer, cuando se produjo la primera gran explosión en forma de fracaso parlamentario con consecuencias sociales. Ya había escaramuzas cuando, de la mano, los de Yolanda Díaz y los de Ione Belarra se presentaron juntos a las elecciones con la alegría del que se presenta a una triple endodoncia. Meses después, con las caretas quitadas, no hay ya espacio para el disimulo. Si ha venido usted a la celebración de este divorcio, tendrá a estas alturas clarísimo cuál es el reparto de culpas. Como no puede ser de otra forma, su visión de lo sucedido dependerá de si ha sido invitado al banquete caníbal por un bando o por otro. Y nada ni nadie va a moverle un centímetro de su posición, como es lógico. Y es que, ¿qué sería de las guerras si las partes implicadas estuvieran dispuestas a ceder ese centímetro? Ayer nadie lo hizo y el espacio de la izquierda que representa los intereses de la clase trabajadora saltó por los aires de forma institucional, tirando por la borda una serie de ayudas dirigidas a esa clase trabajadora. ¿Se imaginan a PP y Vox solucionando sus tensiones permitiendo una subida de impuestos a la banca porque no se ponían de acuerdo en la ayuda a la tauromaquia? Yo tampoco. Y es justo eso, en sentido inverso, lo que ayer ocurrió.

En toda guerra, lo más fácil para el periodismo es empotrarse en uno de los bandos y narrar la propaganda de parte. Sin embargo, la realidad es más fea e incómoda que las cómodas versiones de parte. Por un lado, la versión oficial de Sumar y sus numerosos medios afines dicen que los de Podemos son un grupo de amiguetes suicidas cuyos graves problemas con la mandanga del narcisismo los lleva a la locura. En el lado morado, la versión indiscutible es que Yolanda Díaz se levanta por las mañanas, revisa en el mail las órdenes de Ferreras y se toma un par de cafés dispuesta a contentar al........

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