La sociedad chimpancé es extraordinariamente violenta, al punto que la violencia ordena a los machos de cada grupo que, gracias a su fuerza y a sus choques, saben en todo momento no solo quién es el líder, sino qué lugar y qué número ocupa cada individuo en su sociedad. Pero la violencia chimpancé es algo más intenso y extenso. Ya en los años 70 del siglo XX, la primatóloga Jane Goodall detectó en Gombe, Tanzania, una conducta chimpancé que solo podía recibir el nombre de guerra. Guerras organizadas, con batallas, con objetivos, con tácticas. Y feroces y terribles. Tanto que se puso en duda, por años, la existencia de esas guerras, hasta que los científicos constataron, y grabaron en el siglo XXI, una segunda guerra, en Ngogo, Uganda. Y, pocos años después de esa guerra, otra guerra, en este caso civil, en el seno de un solo grupo de chimpancés. Tras el conflicto, aquel grupo en verdad numeroso de chimpancés dio lugar a tres grupos y tres territorios diferentes, enfrentados a muerte de manera constante. En total, en Ngogo se han observado cuatro guerras. Extraordinariamente devastadoras y crueles. Pero estas líneas las he empezado a escribir para hablar de otro hecho protagonizado por chimpancés, violento hasta el estupor, si bien más básico y con menos participantes que una guerra. Pero, por ello mismo, algo aún más depurado y sobrecogedor.

El suceso fue captado por las cámaras de los científicos en Ngogo. No es un suceso aislado o poco frecuente, sino que es algo habitual, incluso cotidiano. Consiste en que, cuando el macho alfa lleva tiempo sin oportunidades para exhibir su fuerza y su violencia ante el grupo, hace una suerte de demostración y recordatorio de todo ello. Sus cabellos se erizan, de manera que el macho alfa multiplica el volumen de su cuerpo, sus músculos se enervan, y por su garganta salen gritos estremecedores. El macho alfa parece entrar en trance. Su propia fuerza le domina y, copado por ella, corre a toda velocidad por un pequeño espacio. Rompe ramas y arbustos. Salta, sube unos pocos metros por un árbol para bajar inmediatamente. Mientras eso sucede, el grupo le observa y aúlla y grita, aterrado. Hasta que se produce el clímax, el momento en verdad turbador que precede al fin de toda esta coreografía. El macho alfa rompe una rama. Y la empuña con la mano. Y avanza con ella unos metros, como si fuera a golpear a alguien, que no existe. Uno ve a ese macho, con esa arma en la mano, y comprende que no solo es imparable, sino que también es invencible. Pero también comprende que lo que lleva en la mano no es un arma. Los chimpancés no utilizan los palos como garrotes. Por lo que el macho alfa nunca, en ningún momento en su ¿danza?, ha empuñado garrote alguno. ¿Qué ha pasado y por qué ha provocado en su grupo tanto miedo, terror, incluso, que no es más que el miedo desbocado y sin sendero

¿Por qué es tan aterrador un chimpancé empuñando un garrote, esa arma que desconoce y que no sabe utilizar? ¿Por qué el grupo se conmueve y deja de comprenderlo todo, en ese momento, para entregarse a la vivencia extrema y al griterío más agudo del miedo? Porque, de alguna manera, el chimpancé, sin saberlo, sin comprenderlo, ha dejado, por tan solo unos segundos, de ser él mismo y su propia violencia, para pasar a ser algo inesperado e incalculable. Otro ser y otra violencia. Un humano. Una violencia tan ajena y lejana a él que el chimpancé no sabe utilizar, como así en verdad sucede.

El terror que el chimpancé ocasiona con ello quizás solo es comparable a cuando un humano, en otra acción violenta, acomete movimientos y acciones terribles, modula de pronto otra mirada, y deja de pertenecer, por un tiempo, a su especie. Salta en trance hacia otra especie. Y con él, con ese salto, aparece, como si fuera su sombra, el terror, el miedo desbocado y sin sendero.

QOSHE - Sobre la guerra - Guillem Martínez
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Sobre la guerra

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05.02.2024

La sociedad chimpancé es extraordinariamente violenta, al punto que la violencia ordena a los machos de cada grupo que, gracias a su fuerza y a sus choques, saben en todo momento no solo quién es el líder, sino qué lugar y qué número ocupa cada individuo en su sociedad. Pero la violencia chimpancé es algo más intenso y extenso. Ya en los años 70 del siglo XX, la primatóloga Jane Goodall detectó en Gombe, Tanzania, una conducta chimpancé que solo podía recibir el nombre de guerra. Guerras organizadas, con batallas, con objetivos, con tácticas. Y feroces y terribles. Tanto que se puso en duda, por años, la existencia de esas guerras, hasta que los científicos constataron, y grabaron en el siglo XXI, una segunda guerra, en Ngogo, Uganda. Y, pocos años después de esa guerra, otra guerra, en este caso civil, en el seno de un solo grupo de chimpancés. Tras el conflicto, aquel grupo en verdad numeroso de chimpancés dio lugar a tres grupos y tres........

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