17.01.24

Movido por la casi imperiosa recomendación de Gonzalo Torné, emprendo hoy mismo la lectura de Fragua, de Ali Smith (Nordica), y me encuentro, sólo abrir la novela, a modo de epígrafe (precedido de otros tres: uno de Milosz, otro de Pasolini, otro más de Dylan Thomas), esta cita de Marilynne Robinson: “Me indigna hasta lo más profundo del alma que la tierra esté destrozada mientras a todos nosotros nos pasman supuestos monumentos de valía e intelecto, panteones de falsas riquezas culturales. Siento menoscabado el valor de mi propia existencia por los tediosos años que he pasado adquiriendo competencias en los secretos del ingenio mediocre, como una de esas personas que lo saben absolutamente todo sobre un difunto héroe de cómic o una serie de televisión. El dolor que han sufrido otros mientras yo y los de mi clase estábamos así ocupados pesa en mi conciencia como un crimen”.

18.01.24

Un gracioso me chiva que hoy mismo se ha constituido la Asociación Ignacio Echevarría. Constato enseguida que la broma contiene un error: la asociación se llama en realidad Ignacio Echeverría, con e, nombre exacto de quien es conocido comúnmente como “el héroe del monopatín”, el joven que sacrificó su vida saliendo al paso de tres yihadistas cuando el 3 de junio de 2017 apuñalaban a una joven turista en el Puente de Londres. Parece inevitable que muchos confundan Echeverría con Echevarría. Hago una búsqueda en Google y veo que, en efecto, así ocurre con frecuencia. Ya expuesto a los equívocos que muy eventualmente pudiera suscitar esta confusión, qué mejor que ser tomado por algún despistado, siquiera sea por unos instantes, por un héroe en camino de ser canonizado.

Mucho más difíciles de sobrellevar deben de ser las confusiones a que dan lugar los parecidos físicos

Mucho más difíciles de sobrellevar deben de ser las confusiones a que dan lugar los parecidos físicos. Al reparar en ellos siempre recuerdo entre risas una estupenda entrada del “Diario de la beca” incluido en La novela luminosa (2005), del escritor uruguayo Mario Levrero. Me refiero a la entrada del 26 de abril de 2001, donde se lee: “Según el estado de mi barba, a veces, cuando estoy preparándome para lavarme los dientes antes de irme a dormir, veo en el espejo un rostro muy parecido al de Salman Rushdie (autor que no leí ni pienso leer). Es muy probable que este parecido sea una ilusión óptica, y de todos modos hay diferencias notorias: mucho menos pelo, más edad, la mirada no tan astuta ni tan satisfecha de sí misma. Pero, por las dudas: aviso a todos los musulmanes que Rushdie no está en Montevideo. Repito: Salman Rushdie no está en Montevideo. Se ruega comprobar prolijamente la identidad antes de actuar”. No soy capaz de explicarme bien por qué me hace tanta gracia este disparate.

Enterarme de que se ha emprendido el proceso de canonización de Ignacio Echeverría me mueve a considerar las tradicionales representaciones de santos y santas cristianos. Dado que de la mayoría (empezando por los profetas y los apóstoles) no se conoce su aspecto, su representación, siempre arbitraria, suele incluir un emblema que permite identificar al santo en cuestión. El emblema alude en muchos casos al agente de su martirio. ¿Que se trata de san Pablo? Pues una espada (con la que fue decapitado). ¿De san Andrés? Una cruz en aspa (como aquella en que fue crucificado). ¿Que se trata de santa Águeda? Sus propios pechos en bandeja, que le fueron amputados (¡qué espanto!). ¿De san Lorenzo? La parrilla en que fue braseado… Otros emblemas son menos truculentos: las llaves para san Pedro, un instrumento musical para santa Cecilia, un cerdo para san Antonio… Para quienes recibimos formación cristiana, es un entretenimiento y a veces toda una competición identificar a los santos representados en cuadros, retablos, portaladas… Se me ocurre pensar que, alcanzada cierta edad –la misma, por lo general en que uno empieza a asumir su carácter y su destino, da igual cuál de los dos haya determinado al otro–, constituye una tarea recomendable –toda una invitación al autoconocimiento y, llegado el caso, la autoaceptación– imaginar cuál sería el propio emblema. En el caso de Ignacio Echeverría, llegue o no a santo, no caben dudas: un monopatín. En el mío propio… tampoco me caben dudas: un reloj. El reloj del Conejo Blanco de Alicia, siempre apurado con el tiempo.

20.01.24

“No fueron las ideas, sino las palabras, las que pusieron su vida en peligro” (Laurence Sterne, Tristram Shandy, II, 2).

21.01.24

Centenario de Lenin. Leo en El Salto un artículo firmado por Pablo Martínez Sánchez que lleva un título intrigante: “Cien años de la muerte de Lenin: la revolución en el interior de la vivienda”. Me quedo desconcertado por la candidez del autor, sobre todo cuando, después de describir las condiciones de hacinamiento en que vivía buena parte de los moscovitas que ocupaban las grandes viviendas expropiadas a la nobleza y la gran burguesía, escribe: “El individuo lucha por sobrevivir y nada más levantarse se encuentra con unos baños compartidos que le recuerdan la nueva forma de vida orquestada por los comunistas. Ya no existe la privacidad en el hogar, eso es algo del futuro, cuando las masas y el gobierno estén preparados para pasar del modelo socialista al comunista”.

¿De verdad piensa que los moscovitas ubicados en las inmensas mansiones de la plutocracia recién derribada “ansiaban” la intimidad y “la privacidad”?

Las nuevas casas comunales (las Kommunalka) eran, en efecto, “grandes moradas con muchas habitaciones donde los nuevos inquilinos poseían una habitación para cada familia, compartiendo un mismo baño, una misma cocina y una nueva vida en común. En una planta podían concentrarse treinta familias de todas las nacionalidades de la Unión Soviética conviviendo en habitaciones de nueve metros cuadrados para cuatro personas”. En estas condiciones, dice Pablo Martínez, “la privacidad del individuo no existía, solamente en sus paseos solitarios para relajarse de la ajetreada vida en la Kommunalka. Pero, ¿cómo encontrar la paz y la ansiada intimidad con temperaturas tan gélidas?”.

¿Se da cuenta Martínez de lo que está diciendo? ¿Se hace una idea de lo que eran las condiciones de vida de la mayor parte de la población rusa antes de la revolución? ¿De verdad piensa que los moscovitas ubicados en las inmensas mansiones de la plutocracia recién derribada “ansiaban” la intimidad y “la privacidad”? ¿Que se deprimían por las mañanas por tener que compartir baño y una misma cocina? ¿Piensa acaso que las viviendas de los trabajadores y trabajadoras rusas de comienzos de siglo tenían baño y cocina y, ya puestos, saloncito y comedor? ¿Que a esos trabajadores y trabajadoras les preocupaba su vida interior, y que por ese motivo salían a pasear desafiando el frío?

El artículo de Pablo Martínez me mueve a recordar un hermoso pasaje del Diario de Moscú de Walter Benjamin. Se encuentra al comienzo de la entrada correspondiente al 25 de enero de 1927. Dice así: “La escasez de viviendas tiene aquí un efecto curioso: cuando uno va de noche por la calle, a diferencia de lo que sucede en otras ciudades, ve, tanto en las casas grandes como las pequeñas, casi todas las ventanas iluminadas. De no ser porque la luz que sale de estas ventanas es de distinta intensidad, se podría pensar en una iluminación decorativa”. Lejos de la previsible oscuridad a que la condenaban la carestía y los recortes del alumbrado público, la Moscú de los años 20, con su parque de viviendas colectivizado y aprovechado al máximo, era por las noches –así lo dibuja la mirada de Benjamin– una ciudad iluminada casi al completo por una abarrotada cuadrícula de luces tenues y temblorosas, ninguna ventana sin su resplandor.

22.01.24

Continuando con lo de ayer: en su ensayo sobre El surrealismo (1929), Walter Benjamin escribe: “Vivir en una casa de cristal es la virtud revolucionaria par excellence. Es una ebriedad, un exhibicionismo moral que necesitamos mucho. La discreción en los asuntos de la propia existencia ha pasado de virtud aristocrática a ser cada vez más cuestión de pequeños burgueses arribistas”. En más de una ocasión he dado vueltas a este pasaje, sin llegar nunca a conclusiones muy sólidas.

23.01.24

¡Fernando Savater cesado en El País!

24.01.24

Declara Félix Bolaños, saliendo al paso de quienes dicen que la nueva ley de amnistía pretende amparar a terroristas: “Seamos serios, ¿de verdad alguien cree que es comparable el proceso independentista con el terrorismo que sufrió España durante décadas? ¿De verdad alguien lo cree?”. Trato de responder esta pregunta y tengo mis dudas. Pero no deja de tratarse de una pregunta retórica. Ningún político como Bolaños ignora que la sinceridad –ese “de verdad” que él invoca– nada tiene que ver con lo suyo. Que, al contrario de lo que presupone la cultura democrática, las palabras, en boca de los agentes de la democracia representativa y comercial, son consignas, mantras, objetos arrojadizos, nunca una herramienta del entendimiento ni mucho menos de la verdad.

Al contrario de lo que presupone la cultura democrática, las palabras, en boca de los agentes de la democracia representativa y comercial, son consignas, mantras, objetos arrojadizos

25.01.24

Al hilo de la entrada de ayer. Un caracterizado representante del “extremo centro” como Daniel Gascón sugiere que “gracias a la creatividad del Gobierno de progreso, España será un país pionero en distinguir entre el terrorismo bueno y el malo (como el colesterol), el blando y el duro (como el turrón), el cuqui y el desagradable”. La cuestión es no apearse en ningún momento del término terrorismo, que el columnista emplea como el hondero su piedra. Y eso que él mismo matiza chistosamente el concepto de varias maneras, delatando con ello, sin pretenderlo, la necesidad de acudir a otros distintos que contribuyan a cartografiar con más precisión su resbaladizo campo semántico.

“Es una de las cosas más emocionantes del lenguaje que la gramática sea tan flexible como la verde rama viva de un árbol. Porque si las palabras están vivas para nosotros, entonces el significado también está vivo, y si la gramática está viva, entonces la conexión que hay en ella, en lugar de las divisiones que hay entre nosotros, lo llenará todo de energía, de un modo u otro. Significa que una persona individual puede ser individual y plural al mismo tiempo. Y siempre he creído que hay verdadero espacio para acoger lo indeterminado” (Ali Smith, Fragua).

25.01.24

Sergio del Molino, autor de Alfaguara, ha obtenido el premio Alfaguara por decisión unánime de un jurado integrado por cinco escritores, los cinco de Alfaguara –Rosa Montero, Juan José Millás, Sergio Ramírez, Laura Restrepo y Manuel Rivas–, y por la directora de la propia editorial Alfaguara. La sola enumeración de estos datos, rigurosamente fieles a la realidad, lo dice todo acerca de qué cosa son, en la actualidad, los premios literarios concedidos por editoriales. Hace ya mucho que carece de sentido escandalizarse por la flagrante parcialidad y los más que presuntos cambalaches de estos premios. Y ya nadie, como no sean cuatro despistados, se deja confundir acerca de su función ni de su valor como indicadores de calidad literaria. Ni siquiera vale la pena señalar acusatoriamente a los jurados como alegres e irresponsables comparsas de una práctica a todas luces fraudulenta, dicho sea sin acompañar esta palabra con ningún desgarramiento de vestiduras. En el transcurso del último medio siglo, los premios literarios comerciales han ido cambiando subrepticiamente su papel. Comenzaron siendo, bajo el franquismo, herramienta de construcción de un nuevo canon y de un público sustraídos de las consignas de la cultura oficial. Se convirtieron luego, durante la Transición y más allá, en escenario de un voluntarioso pero improbable idilio entre la literatura de prestigio y la comercial, que había de obrar la fusión –y la confusión– entre las categorías cada vez más lábiles de público y mercado. Para terminar siendo, de un tiempo a esta parte, una cruda y por lo general deprimente estrategia de marketing y publicidad, que sirve para promocionar a autores más o menos emergentes, más o menos consagrados, casi siempre del propio sello o grupo editorial que concede el premio, y ya de paso para establecer, en connivencia con las agencias literarias, el rango de anticipos a que pueden aspirar.

Hace ya mucho que carece de sentido escandalizarse por la flagrante parcialidad y los más que presuntos cambalaches de estos premios

26.01.24

El centenario de Kafka, que se celebra este año, es una buena ocasión para explorar la dimensión política de su pensamiento y de su actitud frente al mundo. Hace ya cinco años dediqué una de mis columnas para El Cultural a esbozar el marco en que cabría proponer una lectura política de Kafka. Copio a continuación parte de lo que en ella decía.

Se han hecho múltiples lecturas políticas de Kafka, la mayor parte de ellas con la mirada puesta en sus dos novelas más famosas –El proceso y El castillo–, así como en determinados relatos, en particular “En la colonia penitenciaria”. Es sabido, por otro lado, que en sus años de juventud Kafka manifestó simpatías por el socialismo y por el anarquismo, sucesivamente, y que tanto en sus cartas y diarios como en los numerosos testimonios acerca de su personalidad y de sus opiniones, quedan rastros inequívocos de su hostilidad hacia los poderosos y de su solidaridad –su compasión, más bien, dicho sea en el más estricto sentido– con los más débiles. Sería sin duda abusivo –e improcedente– presentar a Kafka como un escritor “de izquierdas”, pero, como escribe su biógrafo, Reiner Stach, lo cierto es que “mantuvo durante toda su vida una simpatía clara y sin prejuicios para con las motivaciones humanas de la izquierda política”. Quien frecuenta a Kafka no puede dejar de sentirse interpelado por su modo unas veces irónico e incluso cáustico, otras desesperanzado, pero siempre lúcido e inconforme –cuando no resueltamente combativo– de considerar el progreso del mundo y sus tensiones. Júzguese si no:

“Para justificarse ante el oprimido, el privilegiado aduce sus preocupaciones. Pero lo único que le preocupa es mantener sus privilegios”.

“Puedes echarte atrás ante los sufrimientos del mundo, eres libre de hacerlo y de hecho es lo que corresponde a tu naturaleza, pero quizá precisamente ese echarte atrás es el único sufrimiento que podrías evitar”.

“Creer en el progreso significa no creer que ya se ha producido un progreso. Eso no sería fe”.

“El momento decisivo de la evolución humana es perenne. Por eso tienen razón los movimientos intelectuales revolucionarios que reniegan de todo lo anterior, ya que todavía no ha pasado nada”.

“Nos crearon para vivir en el Paraíso, el Paraíso estaba destinado a servirnos. Nuestro destino cambió, pero nadie ha dicho que también haya cambiado el destino del Paraíso”.

Resisto la tentación de glosar estos y otros apuntes, que se prestan mal al tipo de invocaciones que en política se suelen hacer más frecuentemente de Kafka y de “lo kafkiano”, entendido casi como sinónimo de impotencia y absurdo.

De la lectura atenta de Kafka se desprende un interés constante de su parte por la “cuestión social”. Lo dice Reiner Stach: “El pensamiento referido a conceptos sociológicos, políticos y macroeconómicos le fue ajeno a Kafka toda su vida, pero se abrió muy pronto a una moral con fundamento social, y agudizó así su conciencia de la injusticia realmente existente. Por supuesto, todo aquello iba dirigido, sobre todo, contra su padre... Pero precisamente ese origen de sus inclinaciones antiautoritarias, la delimitación y el posicionamiento respecto a su propio padre, terminó por permitir a Kafka opiniones mucho más definidas respecto a la esencia del poder de lo que la mera política de partido suele ofrecer”.

28.01.24

Una de mis hermanas me llama a carcajadas para decirme que está oyendo en la radio la crónica en directo de la manifestación del PP en la Plaza de España de Madrid y que lo que suena a toda pastilla por los altavoces es la canción People have the power cantada por Patti Smith. ¡Fabuloso! Qué moderna y qué punk es la derechona española. ¡El poder es del pueblo! ¡Guau! Me conecto a la emisión en directo y certifico entre risas que, en efecto, suena esa canción. Ay, Patti. Al poco rato, oigo a Almeida proclamar una y otra vez que el pueblo español ha emprendido, a despecho del sanchismo, el camino a la libertad y a la igualdad. ¡Bien! Hay que reconocer que la inversión del vocabulario y de las consignas, en los veinte últimos años, ha sido completa, de 180 grados. Quién iba a decirlo: dos siglos y medio después de la Revolución francesa, su lema es hoy una pancarta de la derecha nacionalista y neoliberal, ayusovoxista. Bueno, no todo: queda ese término, el de “fraternidad”, que, cualquiera sabe por qué, nunca sale a colación. Libres, sí, desde luego; lo de iguales, vale, siempre que se refiera a que hablamos todos español; pero de hermanos, nada. Hasta aquí podíamos llegar. Qué iban a pensarse ese moro, esa gitana o ese negrata. Y sin embargo, de los tres términos que aún hoy sigue ostentando el lema oficial de la République française, el único que tiene un pedigree netamente cristiano es el de “fraternidad”. Tan católica y tan cristiana que se reclama la derecha española, y cuando se trata del Evangelio –con su llamamiento a la humildad, al perdón y a la fraternidad– mira hacia otro lado o se pone a rezar el rosario o simplemente a chillar. La izquierda haría bien en hacerse fuerte en ese concepto obviado, el de “fraternidad”, y emprender desde allí su propio camino, sorteando –a menos que sea capaz de resignificarla, o de reinventarla– tanta terminología que la derecha ha convertido en chatarrería verbal con la que atronar sus caceroladas. ¡Tantas hermosas palabras que han terminado por no significar nada, cuando no lo contrario de lo que querían decir!

29.01.24

¡Félix de Azúa abandona El País en solidaridad con Fernando Savater!

29.01.24

Leo en La Vanguardia que en Italia acaba de ser absuelto un hombre tras pasar 33 años en la cárcel. Así ha ocurrido después de que varios testimonios demostrasen que la investigación, en el momento de los hechos, fue manipulada por un agente de policía. Se trata del error más grave consignado en la historia judicial del país. Según la web Errorigiudiziari.com, archivo italiano de errores judiciales y detenciones injustas, “en los últimos 32 años las víctimas de errores judiciales y detención injusta han sido en total 30.778. Cada día en Italia terminan en prisión tres personas inocentes, una cada ocho horas. Y para compensarlas, el Estado ya ha gastado 933 millones de euros, a un ritmo de 55 euros por minuto”. Aterrador. Summum ius summa iniuria: ‘Excesivo derecho, excesiva injusticia’.

“Como me explicó el jefe de policía jubilado de una importante ciudad del sur de Estados Unidos, se requieren menos horas de formación para entrar en el cuerpo de policía que para ser peluquero”

30.01.24

“Como me explicó el jefe de policía jubilado de una importante ciudad del sur de Estados Unidos, se requieren menos horas de formación para entrar en el cuerpo de policía de su estado que para ser peluquero. Sí, ha leído bien. En algunos estados es más difícil obtener una licencia para lavar, cortar y secar el pelo que para hacer cumplir la ley con un arma letal” (Susan Neiman, Izquierda woke, Debate, 2024, p. 51).

De la misma Neiman, en el mismo libro: “No existe un mejor ejemplo de política identitaria, acompañada del recurso al victimismo pasado, que el nacionalismo judío de políticos israelíes como el ministro de Seguridad actual y el terrorista convicto Iitama Ben-Gvr. Al principio, el Estado de Israel se fundó con esperanza de que los judíos, por primera vez, no serían las víctimas de la historia. Sin embargo, como Anthony Lerman y otros han demostrado con cierto detalle, el giro hacia la derecha de la política israelí llevó al Estado a adoptar una política deliberada de instrumentalización de la memoria del Holocausto para desviar toda crítica a la ocupación. Esencializar el victimismo no es un camino que la izquierda deba seguir” (p. 40).

01.02.24

Esta misma mañana, circulando por Barcelona en motocicleta, como suelo, me he visto interceptado por toda una cola de limusinas que hacían sonar los cláxones. ¡Una manifestación de limusinas! ¡Lo juro! Al parecer, la cosa viene de lejos –ya hubo otra, me entero, en marzo de 2015–, y de lo que se quejan es del vacío legal conforme al cual las limusinas comparten la misma regulación que los coches de alquiler con conductor, pese a que ofrecen –dicen– otro tipo de servicio. Como fuere, el efecto de la concentración de limusinas y su ruidosa protesta no podía ser más chocante. “¿Cómo le explicas a un americano o a un inglés que no hay limusinas legales en esta ciudad porque no nos dan autorización?”, clamaba uno de los chóferes. “Si las multas continúan, las limusinas desaparecerán de las calles de Barcelona”. Escalofriante perspectiva. También yo me puse a pitar.

“Si las multas continúan, las limusinas desaparecerán de las calles de Barcelona”. Escalofriante perspectiva. También yo me puse a pitar.

03.02.24

“Un viento de imbecilidad y de locura sopla hoy sobre el mundo” (Gustave Flaubert a George Sand, carta del 5 de julio de 1869).

05.02.24

Jesús Carrasco, autor de tres libros, los tres publicados por Seix Barral, ha obtenido el Premio Biblioteca Breve, que concede la editorial Seix Barral. En el jurado, junto a los de Rafael Arias y Lola Pons, los nombres de Pere Gimferrer, asesor literario de Seix Barral; Rosario Villajos, autora de Seix Barral, y Elena Ramírez, directora literaria de Seix Barral. Véase la entrada del 25 de enero.

09.02.24

Fui a ver La zona de interés, impecable y muy eficaz propuesta cinematográfica de Jonathan Glatzer que adapta libremente –muy libremente– la novela homónima de Martin Amis. Lo hace para abordar dos cuestiones que desde hace décadas vienen corroyendo la conciencia europea, y no solo alemana: el horror del Holocausto y su imposible representación (imposibilidad que conlleva casi necesariamente la de su superación). Parece evidente que la única estrategia viable, al amagar esa representación, es lo que se entiende por “fuera de campo”. Así lo asumió Claude Lanzmann al concebir su estremecedora Shoah (1985). La película de Lanzmann acecha con implacable insistencia aquello que no se puede saber, pues nadie sobrevivió a las cámaras de gas. Por el contrario, Glatzer cuenta en todo momento con aquello que el espectador sabe. En su película –gélida, estática, toda ella construida a fuerza de planos generales– es eso que sabe el espectador lo que la llena de espanto. A este efecto, Glatzer propone una especie de instalación artística –ese idílico jardín confrontado al muro del campo de exterminio– en la que desempeña un papel principalísimo la aterradora banda sonora, sutilísima y genial hazaña de la británica Mica Levi.

13.02.24

Constantino Bértolo me puso en la pista de una formidable serie de artículos que en La Vanguardia viene dedicando Josep Maria Ruiz Simon a “El joven Castellet”. Llevamos cuatro, y de momento documentan con implacable rigor cómo la imagen pública de Josep Maria Castellet en la década de los años 50 y 60 era indisociable de su papel hoy casi olvidado como director de la sección de literatura del Instituto de Estudios Norteamericanos. “El Instituto, fundado en 1951, tenía entonces, en el periodo crucial iniciado con las negociaciones sobre las bases militares en 1951 y los pactos bilaterales de 1953, una función clave en la estrategia propagandística de diplomacia de los EE.UU. para incrementar su poder blando en España. Y, en el campo de batalla bipolar de la guerra fría, el joven Castellet se dedicaba a presentar, a través de ciclos de conferencias, artículos o montajes teatrales, una imagen seductoramente moderna de la cultura americana útil para crear un ambiente favorable a los intereses de los EE.UU. y para contrarrestar la atracción de los intelectuales y los universitarios locales por los cantos de sirena del comunismo soviético”. Josep Maria Ruiz Simon es una rara avis en el periodismo cultural español, al que aporta un punto de vista muy singular, altamente politizado. No se pierdan esta sensacional serie sobre Castellet, enormemente reveladora. “En el fondo –se lee en la última entrega de la serie–, la literatura era entonces, más que un material, un arma estratégica. Y en aquel mundo de intelectuales enrolados y guerras mezcladas, el joven Castellet interpretaba, como crítico, como prologuista, como jurado de los premios Ciudad de Barcelona o asesor del Planeta y pronto también como antólogo preceptivo, el personaje de ingeniero de la industria armamentista”.

14.02.24

“¿Quién creerá que el callar me ha hecho daño, / siendo mujer? Y es cierto, / siendo mujer, que por callar me he muerto” (Pedro Calderón de la Barca, La dama duende, vv. 2946-2949).

QOSHE - Lejos del Paraíso - Ignacio Echevarría
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Lejos del Paraíso

9 13
19.02.2024

17.01.24

Movido por la casi imperiosa recomendación de Gonzalo Torné, emprendo hoy mismo la lectura de Fragua, de Ali Smith (Nordica), y me encuentro, sólo abrir la novela, a modo de epígrafe (precedido de otros tres: uno de Milosz, otro de Pasolini, otro más de Dylan Thomas), esta cita de Marilynne Robinson: “Me indigna hasta lo más profundo del alma que la tierra esté destrozada mientras a todos nosotros nos pasman supuestos monumentos de valía e intelecto, panteones de falsas riquezas culturales. Siento menoscabado el valor de mi propia existencia por los tediosos años que he pasado adquiriendo competencias en los secretos del ingenio mediocre, como una de esas personas que lo saben absolutamente todo sobre un difunto héroe de cómic o una serie de televisión. El dolor que han sufrido otros mientras yo y los de mi clase estábamos así ocupados pesa en mi conciencia como un crimen”.

18.01.24

Un gracioso me chiva que hoy mismo se ha constituido la Asociación Ignacio Echevarría. Constato enseguida que la broma contiene un error: la asociación se llama en realidad Ignacio Echeverría, con e, nombre exacto de quien es conocido comúnmente como “el héroe del monopatín”, el joven que sacrificó su vida saliendo al paso de tres yihadistas cuando el 3 de junio de 2017 apuñalaban a una joven turista en el Puente de Londres. Parece inevitable que muchos confundan Echeverría con Echevarría. Hago una búsqueda en Google y veo que, en efecto, así ocurre con frecuencia. Ya expuesto a los equívocos que muy eventualmente pudiera suscitar esta confusión, qué mejor que ser tomado por algún despistado, siquiera sea por unos instantes, por un héroe en camino de ser canonizado.

Mucho más difíciles de sobrellevar deben de ser las confusiones a que dan lugar los parecidos físicos

Mucho más difíciles de sobrellevar deben de ser las confusiones a que dan lugar los parecidos físicos. Al reparar en ellos siempre recuerdo entre risas una estupenda entrada del “Diario de la beca” incluido en La novela luminosa (2005), del escritor uruguayo Mario Levrero. Me refiero a la entrada del 26 de abril de 2001, donde se lee: “Según el estado de mi barba, a veces, cuando estoy preparándome para lavarme los dientes antes de irme a dormir, veo en el espejo un rostro muy parecido al de Salman Rushdie (autor que no leí ni pienso leer). Es muy probable que este parecido sea una ilusión óptica, y de todos modos hay diferencias notorias: mucho menos pelo, más edad, la mirada no tan astuta ni tan satisfecha de sí misma. Pero, por las dudas: aviso a todos los musulmanes que Rushdie no está en Montevideo. Repito: Salman Rushdie no está en Montevideo. Se ruega comprobar prolijamente la identidad antes de actuar”. No soy capaz de explicarme bien por qué me hace tanta gracia este disparate.

Enterarme de que se ha emprendido el proceso de canonización de Ignacio Echeverría me mueve a considerar las tradicionales representaciones de santos y santas cristianos. Dado que de la mayoría (empezando por los profetas y los apóstoles) no se conoce su aspecto, su representación, siempre arbitraria, suele incluir un emblema que permite identificar al santo en cuestión. El emblema alude en muchos casos al agente de su martirio. ¿Que se trata de san Pablo? Pues una espada (con la que fue decapitado). ¿De san Andrés? Una cruz en aspa (como aquella en que fue crucificado). ¿Que se trata de santa Águeda? Sus propios pechos en bandeja, que le fueron amputados (¡qué espanto!). ¿De san Lorenzo? La parrilla en que fue braseado… Otros emblemas son menos truculentos: las llaves para san Pedro, un instrumento musical para santa Cecilia, un cerdo para san Antonio… Para quienes recibimos formación cristiana, es un entretenimiento y a veces toda una competición identificar a los santos representados en cuadros, retablos, portaladas… Se me ocurre pensar que, alcanzada cierta edad –la misma, por lo general en que uno empieza a asumir su carácter y su destino, da igual cuál de los dos haya determinado al otro–, constituye una tarea recomendable –toda una invitación al autoconocimiento y, llegado el caso, la autoaceptación– imaginar cuál sería el propio emblema. En el caso de Ignacio Echeverría, llegue o no a santo, no caben dudas: un monopatín. En el mío propio… tampoco me caben dudas: un reloj. El reloj del Conejo Blanco de Alicia, siempre apurado con el tiempo.

20.01.24

“No fueron las ideas, sino las palabras, las que pusieron su vida en peligro” (Laurence Sterne, Tristram Shandy, II, 2).

21.01.24

Centenario de Lenin. Leo en El Salto un artículo firmado por Pablo Martínez Sánchez que lleva un título intrigante: “Cien años de la muerte de Lenin: la revolución en el interior de la vivienda”. Me quedo desconcertado por la candidez del autor, sobre todo cuando, después de describir las condiciones de hacinamiento en que vivía buena parte de los moscovitas que ocupaban las grandes viviendas expropiadas a la nobleza y la gran burguesía, escribe: “El individuo lucha por sobrevivir y nada más levantarse se encuentra con unos baños compartidos que le recuerdan la nueva forma de vida orquestada por los comunistas. Ya no existe la privacidad en el hogar, eso es algo del futuro, cuando las masas y el gobierno estén preparados para pasar del modelo socialista al comunista”.

¿De verdad piensa que los moscovitas ubicados en las inmensas mansiones de la plutocracia recién derribada “ansiaban” la intimidad y “la privacidad”?

Las nuevas casas comunales (las Kommunalka) eran, en efecto, “grandes moradas con muchas habitaciones donde los nuevos inquilinos poseían una habitación para cada familia, compartiendo un mismo baño, una misma cocina y una nueva vida en común. En una planta podían concentrarse treinta familias de todas las nacionalidades de la Unión Soviética conviviendo en habitaciones de nueve metros cuadrados para cuatro personas”. En estas condiciones, dice Pablo Martínez, “la privacidad del individuo no existía, solamente en sus paseos solitarios para relajarse de la ajetreada vida en la Kommunalka. Pero, ¿cómo encontrar la paz y la ansiada intimidad con temperaturas tan gélidas?”.

¿Se da cuenta Martínez de lo que está diciendo? ¿Se hace una idea de lo que eran las condiciones de vida de la mayor parte de la población rusa antes de la revolución? ¿De........

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