Comienzo con una confesión: hace mucho que no me sucede lo que con este artículo, que queriendo escribir sobre lo que está pasando en Oriente Próximo, he llevado un tiempo no sabiendo cómo empezar. Así ha sido porque fluyen en mí y se entremezclan, agolpándose, muchos pensamientos y sentimientos, preguntas y respuestas. Todo ello desde el intento de racionalizar sobre lo que es inhumano y conjugarlo con la ira, la compasión, el dolor que no cesa.

Acaso en todo eso influya el haber pisado en cuatro ocasiones esos lugares sagrados que parecen malditos. Una desgracia sucedida en un lugar que uno ha visitado una vez, afecta. Pero si han sido varias veces... Golpe fuerte. El haber sentido sobre esa tierra lo que significa de historia, de hermosura y de tragedia la visión de los olivos, las partes desérticas y áridas, el muro infame de hormigón, los dátiles de Jericó, el valle de Josafat, la pared que quedó del templo de Salomón convertida en lugar de lamentaciones, la Jerusalén apropiada, la Belén de Judea donde nació un revolucionario de la justicia y cuyos sucesores convirtieron su mensaje radical en una doctrina, la Mezquita desde donde Mahoma subió al cielo en un equino… Muchas evocaciones. Y esto es más importante para mí incluso que el haber tenido la oportunidad de reunirme con varios dirigentes históricos de la región, como Mahmud Abbas, Simón Peres, el rey Abdalá o Hosni Mubarak.

Pero hay también un lugar donde lloré a borbotones en Jerusalén y donde siempre he vuelto: el Museo del Holocausto. Sobre él escribiría hace ahora quince años y allí me sentí profundamente judío y solidario con ese pueblo que sufrió un genocidio atroz. Pero también me pregunté cómo los hebreos eran capaces a su vez de infligir tanta crueldad a la población palestina. Me parecía ya tremendo entonces. En aquella crisis de 2008-2009 murieron 1.600 palestinos en Gaza. En la actual, van ya 25.000 personas asesinadas.

Ahora no puede ser sino espantoso lo que está sucediendo: un verdadero exterminio del pueblo palestino. Nada ni nadie detiene a unos dirigentes israelíes y a un pueblo que, desde un nacionalismo extremo y un supremacismo lleno de prepotencia y carácter excluyente, llaman con falsedad “derecho de defensa” a lo que no es otra cosa que aniquilación. ¡Y desde el Occidente “civilizado” se les aplaude!

Debe recordarse que, en 1947, antes de la creación de Israel como Estado, prácticamente casi todo el territorio estaba ocupado por pequeños poblados palestinos. La visión de los mapas permite comprobar la evolución desde entonces y cuando el fracaso colectivo llamado ONU hizo la partición del territorio, otorgando el 55% al nuevo Estado. Lo que queda ahora para un pueblo que ya estaba ahí, aunque no tiene aún el carácter de Estado, es casi nada.

Desde la Nakba se ha tejido el gran desastre que está suponiendo la desaparición de un pueblo. Todo empezó de modo intenso, privándoles de su derecho a vivir en unas tierras donde llevaban siglos. Ahí fueron llegando de modo planificado colonos judíos desde todo el mundo que expulsarían a los pacíficos pobladores palestinos. Entonces fueron 700.000. Hay una nota que Roald Dahl apunta a modo de pincelada en su autobiografía, Volando solo, como piloto británico de un país que ejercía un protectorado sobre la zona. Aterrizada su avioneta junto a un campo de maíz, se le acercaron unos niños alborozados a los que preguntó quiénes eran y si era esa su tierra. El aviador recibió la respuesta, eran refugiados judíos y esa esa tierra “aún no era suya”. Era 1941.

Uno de los mejores poetas árabes de la historia, Mahmud Darwish, publicó antes de morir hace casi quince años uno de los más bellos libros que he leído y releo y que he regalado con frecuencia. En Presencia de la ausencia narra con una prosa preciosa su historia y sus sentimientos. De niño fue obligado a salir de su casa y su tierra, Palestina. Solo se llevó un cuadro que iba colocando en las paredes de los lugares adonde le llevaba su exilio eterno, porque ningún palestino despojado de su casa y expulsado de la que siempre fue su tierra tiene derecho alguno al retorno.

Desde el sionismo, que puso las raíces de ese Estado invasivo y excluyente, al que el mundo occidental, conmovido por la tragedia del Holocausto, ha venido permitiendo constantes excesos, llegamos a la actualidad, con una extrema derecha corrupta que lleva años golpeando la democracia interna, pero en la lucha armada todos los demás partidos, incluso los opositores, han hecho piña en esta locura criminal contra otro pueblo, el palestino.

El hipernacionalismo contiene una sustancia muy tóxica, el fanatismo y, en el caso de Israel, tiene un potencial armamentístico enorme

El hipernacionalismo, sea el catalán, el español o cualquiera, siempre me ha parecido muy peligroso. Contiene una sustancia muy tóxica que se llama fanatismo y que, en el caso de Israel, además tiene unas claves ancestrales bíblicas y un potencial armamentístico enorme. A eso se le suma el apoyo de Estados Unidos, la nación donde el imperialismo invasor es una constante y donde se produce una blasfemia atroz escribiendo el nombre de Dios en cada billete. El apoyo sin fisuras del octogenario Biden abre aún más las puertas a los republicanos en noviembre pues, aunque sean minoritarios, cada vez hay más votantes demócratas a los que no les gusta lo que sucede. Ya a Hilary Clinton en las presidenciales del 2016 le pasó factura en forma de abstención la gran ayuda del muy poderoso lobby judío.

Por otra parte, es patético que Alemania, una nación que en su historia “luce” el mayor exterminio del siglo XX, para hacerse perdonar lo que sus antecesores nazis hicieron y toda la población consintió mirando para otro lado, apoye sin fisuras a los genocidas de hoy. Porque si tienen aún que lavar su conciencia por exterminar a unos, no puede ser que apoyen a los que buscan y están consiguiendo lo mismo: aniquilar a todo un pueblo. La rapidísima visita de la presidenta alemana de la UE, Von der Leyen, a Tel Aviv como muestra de apoyo absoluto a Netanyahu para su respuesta militar nos repugnó a muchos europeos. Estoy seguro de que incluso a Josep Borrell.

Tras los atentados terroristas de Hamás del 7 de octubre, algunos pensamos que la reacción, que supuestamente buscaba acabar con Hamás, verdaderamente pretendía acabar con Gaza, bien matando a la población, bien dejándoles en unas condiciones penosas. Ya han generado más de un millón de desplazados internos sin posibilidad de retornar, pues muchas de las casas e instalaciones de servicios han quedado destrozadas. Han dejado una tierra técnicamente inhabitable. Hay que recordar cómo, en un principio, los atacantes israelíes pidieron a la población del norte de la Franja que se fuese al sur. Una vez allí, bombardearon sin piedad esa zona. Mientras, también se han ido sucediendo ataques y muertes en Cisjordania, y el conflicto con Hezbolá en Líbano azota el avispero que es esa región. ¡Es todo de infame crueldad!

En todo caso, resulta muy injusto y manipulador que a quienes respetamos a Israel, pero somos críticos con esas barbaridades que está cometiendo su Gobierno, se nos califique como antisemitas. Es una falsedad más. Ellos, sus autoridades, sí que son una máquina de crear antisemitismo. Nosotros somos, como dice la canción de Jorge Drexler, “un moro judío que vive con los cristianos”, aunque estos estén en trance de extinción total de esa tierra santa y blasfema a la vez e incluso en la ciudad de Jerusalén, de gran significación histórica.

Un último apunte. He releído en esta etapa un librito muy potente de Susan Sontag donde hace sugerentes reflexiones sobre cómo reaccionamos Ante el dolor de los demás. Tanta miseria, que más allá de la visión del horror no es capaz de reaccionar, aunque sea rebelándose internamente sin esperar a que los políticos o incluso intelectuales digan y hagan algo sin hipocresía, es inhumanidad.

QOSHE - El exterminio del siglo XXI - Jesús López-Medel
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

El exterminio del siglo XXI

12 39
16.01.2024

Comienzo con una confesión: hace mucho que no me sucede lo que con este artículo, que queriendo escribir sobre lo que está pasando en Oriente Próximo, he llevado un tiempo no sabiendo cómo empezar. Así ha sido porque fluyen en mí y se entremezclan, agolpándose, muchos pensamientos y sentimientos, preguntas y respuestas. Todo ello desde el intento de racionalizar sobre lo que es inhumano y conjugarlo con la ira, la compasión, el dolor que no cesa.

Acaso en todo eso influya el haber pisado en cuatro ocasiones esos lugares sagrados que parecen malditos. Una desgracia sucedida en un lugar que uno ha visitado una vez, afecta. Pero si han sido varias veces... Golpe fuerte. El haber sentido sobre esa tierra lo que significa de historia, de hermosura y de tragedia la visión de los olivos, las partes desérticas y áridas, el muro infame de hormigón, los dátiles de Jericó, el valle de Josafat, la pared que quedó del templo de Salomón convertida en lugar de lamentaciones, la Jerusalén apropiada, la Belén de Judea donde nació un revolucionario de la justicia y cuyos sucesores convirtieron su mensaje radical en una doctrina, la Mezquita desde donde Mahoma subió al cielo en un equino… Muchas evocaciones. Y esto es más importante para mí incluso que el haber tenido la oportunidad de reunirme con varios dirigentes históricos de la región, como Mahmud Abbas, Simón Peres, el rey Abdalá o Hosni Mubarak.

Pero hay también un lugar donde lloré a borbotones en Jerusalén y donde siempre he vuelto: el Museo del Holocausto. Sobre él escribiría hace ahora quince años y allí me sentí profundamente judío y solidario con ese pueblo que sufrió un genocidio atroz. Pero también me pregunté cómo los hebreos eran capaces a su vez de infligir tanta crueldad a la población palestina. Me parecía ya tremendo entonces. En aquella crisis de 2008-2009 murieron 1.600 palestinos en Gaza. En la actual, van ya 25.000 personas asesinadas.

Ahora no puede ser sino espantoso lo que está sucediendo: un verdadero exterminio del........

© CTXT


Get it on Google Play