Mi vida en el norte de Gaza desde el 7 de octubre ha sido una pesadilla interminable. El miedo, la ansiedad, el hambre, la sed y el frío se han convertido en mis compañeros diarios. Soy incapaz de comprender la gravedad de nuestra situación, ni de asumir las pérdidas. Nuestras vidas aquí no pueden entenderse ni explicarse de ninguna manera racional.

Casi 150 días de guerra brutal me han privado de todo lo que tenía. Literalmente, lo he perdido todo: no sólo mi hogar y mis pertenencias, sino también mi identidad, mi espíritu, mi mente, mis sueños, mis aspiraciones. Y eso me ha cambiado para siempre. Me ha hecho egoísta; sólo pienso en la supervivencia de mi propia familia. Me ha provocado gran resentimiento con el mundo árabe y musulmán, cuyo silencio parece indicar que ignora nuestra difícil situación.

Mis pensamientos se consumen en la misma pregunta: cuándo terminará la guerra. ¿Cuándo dejará Israel de cometer crímenes de guerra y decidirá respetar y defender los derechos humanos más básicos? ¿Cuándo alcanzarán Israel y Hamás un acuerdo para poner fin a nuestro sufrimiento, que no soportan los dirigentes de Hamás en el extranjero, sino todos nosotros en Gaza? ¿Y por qué –me pregunto constantemente– estoy soportando todo este dolor?

Hace unas semanas conseguí ponerme en contacto con mi amigo Ahmed, que vive en Irlanda. Durante meses, internet aquí fue demasiado débil para que pudiera llamarle, pero esta vez la suerte estuvo de mi lado. “Hermano mío, vete de Gaza”, me dijo Ahmed enseguida. “Intenta salir a toda costa. No te preocupes por lo que puedas perder. Una vez fuera, estarás a salvo y en el buen camino”. “Y no me hables de tu carrera; serás capaz de manejarlo todo fuera de Gaza”, continuó. “Eres un joven altamente cualificado, profesional, inteligente y trabajador. Te has mantenido firme frente a todos los desafíos. Pero todo lo que construiste allí ha sido destruido. Te aconsejo encarecidamente que explores oportunidades fuera de la Franja por el bien y la seguridad de tu familia”.

“Todo lo que construiste allí ha sido destruido. Te aconsejo encarecidamente que explores oportunidades fuera de la Franja”

Aquella llamada, que terminó en lágrimas, tuvo un profundo impacto en mí. Agotado por las penurias que me rodean, no puedo soportarlo más: he decidido intentar abandonar la Franja de Gaza. Comprendí que la única solución es preservar tu alma y escapar de esta oscura injusticia. No importa lo que puedas perder o lo que arriesgues al marcharte; lo que de verdad importa es la preservación de tu yo interior. Ya no queda nada que perder.

La lucha por sobrevivir

Estoy atrapado en Shuja'iya, al este de la ciudad de Gaza, desde que huí de mi casa en Tal el-Hawa, más al oeste, cuando Israel lanzó su invasión terrestre a finales de octubre. He llegado a captar la esencia de Gaza a través de la mirada de los vecinos de este barrio. Lo que más me pesa es la falta de preocupación y de voluntad de los demás para sacrificarse por los que estamos en el norte asediado. En ocasiones me encuentro deseando no haberme quedado aquí.

Todos los días ansío poder volver a casa, pero es demasiado peligroso. Lo único que quiero es llevarme un recuerdo o recuperar algunos objetos personales

Todos los días ansío poder volver a casa, pero es demasiado peligroso: los tanques israelíes están apostados en la zona, y mi edificio sufrió graves daños en un bombardeo. Lo único que quiero es llevarme un recuerdo o recuperar algunos objetos personales. Quiero mi ropa de invierno, sobre todo la chaqueta que compré con mi amigo Youssef Dawas, que murió trágicamente en un ataque aéreo israelí el 14 de octubre, a los pocos días de empezar la guerra.

La mayor indignidad es la lucha diaria para alimentarnos. Es imposible describir nuestros esfuerzos para poner comida en la mesa en el norte de Gaza. He perdido 17 kilos desde que empezó la guerra debido a la escasez de alimentos.

Siento opresión y humillación cada vez que tengo que esperar mi turno para conseguir un litro de agua a un precio desorbitado

Siento opresión y humillación cada vez que tengo que esperar mi turno para conseguir un litro de agua a un precio desorbitado de quienquiera que tenga su propio suministro de un pozo. Me desprecio a mí mismo cada vez que busco a alguien que venda harina a un precio razonable y trato de hacer trueques con comerciantes embusteros que han monopolizado el suministro.

Nuestra principal fuente de sustento es el pan seco de cebada, que ni nutre nuestro cuerpo ni satisface nuestro paladar. Nos vemos obligados a comer piensos. Pero, como siempre dice mi abuelo: “Todo lo que entra por la boca es sustento”, tenemos que comer lo que haya, independientemente de nuestras preferencias. El objetivo primordial es seguir vivos.

Escribir entre lágrimas y temblores

Como periodista, me enfrento a un sinfín de desafíos. Por un lado, está el peso de mis responsabilidades personales: la búsqueda de sustento y agua; permanecer firme junto a mi familia; y esforzarme por proporcionar comodidad y seguridad a mis padres, a mi sobrina Sila, de cuatro años, y a mi sobrino Wadie, de dos años. Al mismo tiempo, tengo el deber profesional de informar.

Dado que no se permite la entrada de reporteros internacionales en la Franja, nuestro papel es crucial para arrojar luz sobre la situación

Dado que no se permite la entrada de reporteros internacionales en la Franja, nuestro papel es crucial para arrojar luz sobre la difícil situación del norte de Gaza. Tenemos el deber de compartir historias del sufrimiento de la gente, los gritos desgarradores de niños y mujeres. Trabajamos a pesar de nuestra propia hambre y sed para entrevistar a niños que no pueden encontrar comida, para que el mundo pueda comprender nuestra difícil situación.

Persisten las dudas sobre mi futuro como periodista. Seguir escribiendo significa exponerme a mí y a mi familia a peligros: recorrer grandes distancias para llegar a los lugares de los bombardeos o conseguir un punto de observación lo suficientemente alto –en lugares totalmente expuestos a los ataques israelíes– para poder acceder a internet mediante tarjetas SIM. En esencia, no hay tregua para los esfuerzos periodísticos. Ni siquiera el Sindicato de Periodistas de Gaza ofrece ayuda alguna para nuestro trabajo o para mantenernos a salvo.

Desde aquel fatídico sábado de octubre, he sido testigo del derrumbe de mi vida y mis aspiraciones. El sentimiento de impotencia y opresión es indescriptible; no hay palabras que puedan captar adecuadamente las emociones que experimento mientras escribo: lágrimas, temblores y el intento de asimilar mis circunstancias. Estas palabras están escritas con hambre, y la energía para seguir aguantando disminuye.

A pesar de ser ambicioso y persistente por naturaleza, me encuentro en este oscuro rincón de la tierra donde la búsqueda de un futuro seguro debe pasar a un segundo plano ante la cruda realidad de la vida en la asediada Franja de Gaza. El esfuerzo que hice para graduarme en la universidad hace dos años y embarcarme en una vida digna se siente ahora como tiempo perdido. Los líderes políticos hablan de paciencia y resistencia, pero esta guerra ha hecho añicos todos nuestros sueños.

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Este artículo se publicó originalmente en +972 Magazine.

Ha sido traducido con la ayuda de Deepl y editado por los miembros de la redacción.

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Estas palabras están escritas con hambre. Ya no tengo fuerzas para seguir

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01.03.2024

Mi vida en el norte de Gaza desde el 7 de octubre ha sido una pesadilla interminable. El miedo, la ansiedad, el hambre, la sed y el frío se han convertido en mis compañeros diarios. Soy incapaz de comprender la gravedad de nuestra situación, ni de asumir las pérdidas. Nuestras vidas aquí no pueden entenderse ni explicarse de ninguna manera racional.

Casi 150 días de guerra brutal me han privado de todo lo que tenía. Literalmente, lo he perdido todo: no sólo mi hogar y mis pertenencias, sino también mi identidad, mi espíritu, mi mente, mis sueños, mis aspiraciones. Y eso me ha cambiado para siempre. Me ha hecho egoísta; sólo pienso en la supervivencia de mi propia familia. Me ha provocado gran resentimiento con el mundo árabe y musulmán, cuyo silencio parece indicar que ignora nuestra difícil situación.

Mis pensamientos se consumen en la misma pregunta: cuándo terminará la guerra. ¿Cuándo dejará Israel de cometer crímenes de guerra y decidirá respetar y defender los derechos humanos más básicos? ¿Cuándo alcanzarán Israel y Hamás un acuerdo para poner fin a nuestro sufrimiento, que no soportan los dirigentes de Hamás en el extranjero, sino todos nosotros en Gaza? ¿Y por qué –me pregunto constantemente– estoy soportando todo este dolor?

Hace unas semanas conseguí ponerme en contacto con mi amigo Ahmed, que vive en Irlanda. Durante meses, internet aquí fue demasiado débil para que pudiera llamarle, pero esta vez la suerte estuvo de mi lado. “Hermano mío, vete de Gaza”, me dijo Ahmed enseguida. “Intenta salir a toda costa. No te preocupes por lo que puedas perder. Una vez fuera, estarás a salvo y en el buen camino”. “Y no me hables de tu carrera; serás capaz de manejarlo todo fuera de Gaza”, continuó. “Eres un joven altamente cualificado, profesional, inteligente y trabajador. Te has mantenido........

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