El 1 de mayo en Estados Unidos no es el Día del Trabajo. No: según los calendarios oficiales, lo que toca celebrar esa fecha es Loyalty Day, designado expresamente, primero en 1921 y definitivamente desde 1957, para “reafirmar la lealtad a Estados Unidos”. Así, mientras el resto del mundo conmemora a los mártires del Haymarket –los siete obreros falsamente condenados por arrojar una bomba durante una manifestación sindical en Chicago, en mayo de 1886, a favor de la jornada de 8 horas– la nación industrializada más rica del mundo se esfuerza en cubrir la historia de sus propias luchas obreras con un tupido velo patriótico.

Una de las personas que más activamente resistió este silenciamiento fue Lucy Parsons (1851-1942), la anarquista afroamericana cuyo marido, Albert, era uno de cuatro hombres ahorcados en 1887 por su supuesta complicidad en el atentado. “Debió de haber sido extraordinario ver a Lucy predicar … el anarquismo ante salas llenas de bulliciosos obreros blancos”, escribe la periodista Kim Kelly en Fight Like Hell: The Untold History of American Labor (Luchar como podamos. La historia no contada del mundo obrero estadounidense, 2022). Parsons, que había nacido como persona esclavizada, pero que de adulta solía pasar por blanca, “juró vengar la muerte de su marido y dedicó el resto de su vida a mantener viva la memoria de Albert y los mártires del Haymarket, avanzando su causa compartida: la revolución obrera”, escribe Kelly. No por ello dejó de ser una figura contradictoria: “El hecho de que se pasó la vida entera sin querer reconocer su negritud seguramente le facilitara el éxito en espacios predominantemente blancos, pero también la separó de sus raíces, de sus recuerdos dolorosos de la esclavitud y lo que pudo haber sido una comunidad más expansiva”.

Lucy Parsons es una de varias docenas de figuras clave de la historia sindical del país cuya memoria Kelly pretende rescatar. Su libro combina reportajes a ras de suelo sobre las huelgas y campañas de sindicalización de los últimos años con viñetas históricas que nos presentan a personajes y episodios casi olvidados. La historia que acaba narrando Kelly es tan poco usual como diversa: además de colectivos sindicales más conocidos (mineros, estibadores, obreros del automóvil), incluye a mujeres, inmigrantes, personas de color, colectivos LGTBQ y trabajadores del sexo. También dedica un capítulo entero al colectivo laboral quizá más abiertamente explotado de todo el país: los obreros encarcelados.

“Espero que este libro pueda educar a una nueva generación de obreros sobre sus derechos, su historia y los sacrificios que tantas y tantos han hecho para que estemos donde estamos”, escribe en su epílogo. “Espero que … te inspire a tomar acción si encuentras que tus derechos están siendo pisoteados por élites poderosas, por titanes empresariales o, simplemente, por el mal jefe de turno … Si tienes a un par de amigos dispuestos a luchar como puedan, todo es posible”.

Kim Kelly (Chatsworth, Nueva Jersey, 1988) es una periodista freelance que lleva casi diez años cubriendo el mundo del trabajo para medios como Teen Vogue, VICE, The Nation y el New York Times. Hablamos a mediados de marzo.

Cuando daba el toque final a su libro, a finales de 2021, se cerraba un año extraordinario para el mundo laboral de este país, lleno de movilizaciones, huelgas y victorias. Desde entonces, la ola no ha cesado.

Es más, llevo casi diez años cubriendo el tema y durante ese periodo las cosas solo han ido para mejor. Estamos viviendo un momento histórico inaudito.

¿Se está tocando techo?

No lo creo. Me parece que el entusiasmo solo va a seguir en aumento. Estoy convencida de que en los años que vienen vamos a ver todavía más militancia y más creatividad. Sin ir más lejos, lo que ha venido haciendo Shawn Fain, el nuevo presidente de los trabajadores del automóvil (UAW), ha sido extraordinario. Tendrá un impacto masivo. Su forma de pronunciarse públicamente en términos contundentemente políticos, sin miedo, es exactamente lo que esperan del movimiento sindical los colectivos de obreros más jóvenes y más diversos, como lo son los empleados de empresas como Starbucks, a quienes les solía costar verse como parte del movimiento sindical tradicional. Hoy, en cambio, lo que estamos presenciando es una profunda transformación de la imagen de los sindicatos y la idea del típico obrero sindicalizado. Trabajes donde trabajes, en tecnología o en videojuegos, en periodismo o como bailarín de estriptis, hay un sindicato para ti.

Estamos presenciando una profunda transformación de la imagen de los sindicatos y la idea del típico obrero sindicalizado

Comparando a nuevos líderes sindicales como Shawn Fain o Sara Nelson –la presidenta del sindicato de azafatas que escribió el prólogo a su libro– con sus antecesores, parece que se han quitado un peso de encima. Están como liberados. ¿Qué limitaba a las cúpulas sindicales de antes? ¿El legado de la Guerra Fría?

Si estaban a la defensiva, era por muchos factores combinados: el gran bajón que vivió el movimiento a partir de los años de Ronald Reagan; el hecho de que la sindicalización solo parecía ser una opción para un sector muy restringido del mundo laboral; décadas de propaganda antisindical, que hicieron que el mismo concepto de union sonara a palabra sucia…

Hablando de propaganda, en el libro cuenta cómo la legislación actual permite que una empresa como Amazon someta a sus empleados a sesiones de “información” obligadas que demonizan a los sindicatos. En la cultura mainstream no me parece que haya amainado demasiado la propaganda antisindical.

Es verdad, pero fíjate que esa propaganda se transmite a través de medios que simplemente no llegan a las generaciones más jóvenes. Quienes hoy están considerando sindicalizarse no ven Fox News, ni siquiera leen el New York Times. Además, trabajan en industrias que hace 30 o 40 años apenas existían. Gran parte de la actividad organizadora que estamos viendo estos días, y que está revitalizando al movimiento, ocurre precisamente en esos sectores no tradicionales, desde el periodismo digital a los gig workers de Uber o Lyft. Los sindicatos, por su parte, han empezado a comprender que les conviene ser más listos, más expansivos en la visión de su militancia, para poder crecer y recobrar relevancia. En las últimas décadas, los trabajadores del automóvil (UAW) han sindicalizado a decenas de miles de empleados universitarios. El sindicato de los trabajadores de la comunicación (CWA) ha sido pionero en la sindicalización del mundo del videojuego. Y el sindicato de actores de teatro (AEA) ha sindicalizado a dos clubes de estriptis en la Costa Oeste del país. Uno de los que más quiero, el sindicato de los mineros (UNWA) –un sindicato de viejo cuño, si los hay, que se fundó en 1890– ha estado organizando a enfermeras en el estado de West Virginia. Solo los sindicatos que están dispuestos a expandir sus definiciones de sí mismos serán los que sobrevivan y logren mantenerse relevantes. Hay que abandonar la vieja actitud gremial.

Gran parte de la actividad organizadora que está revitalizando al movimiento es en sectores no tradicionales, desde el periodismo digital a los gig workers de Uber o Lyft

¿Actitud gremial?

Es una pelea que he tenido en mi propio sindicato. Yo pertenezco al Gremio de Escritores de América del Este (WGAE), en cuyo consejo serví por seis años. Tuvimos un debate intenso sobre qué significa ser escritor. Aunque el nuestro tradicionalmente ha sido un sindicato de guionistas, en años recientes hemos incorporado a muchos trabajadores de medios digitales, incluido el medio en que yo trabajaba, VICE. Los que se oponían a esa expansión alegaban que el sindicato debía representar a un sector profesional específico. A mí me parece, en cambio, que es más importante ser creativos, expandir nuestra visión, aspirar a ser más relevantes.

En conversaciones que tuve con Karen Nussbaum y Steven Greenhouse, lamentaban la fragmentación del mundo sindical en Estados Unidos, debido en parte a la ausencia de una federación poderosa.

Estoy de acuerdo. Mi perspectiva, de hecho, es bastante radical: yo soy una fan a muerte de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW), los Wobblies, que siempre han luchado por reunir a todas y todos los trabajadores en un gran sindicato general. Mi propia experiencia ha reforzado la idea de que privilegiar la protección de un gremio particular o de una militancia determinada es contraproducente.

¿Qué impresión le produce la mayor federación sindical del país, la AFL-CIO?

Es una organización curiosa, tan extrañamente burocrática... Mucha gente, militantes sindicales incluidos, no tiene una idea muy clara de qué hace la AFL-CIO, lo que no deja de ser significativo. Hay una clara desconexión con las y los militantes de a pie. Me consta que durante la última década ha escaseado el pensamiento progresista entre sus líderes. Personalmente, me parece que la federación se ha acercado demasiado al Partido Demócrata. Se lleva demasiado bien con la clase dirigente. Parece haber olvidado que todo lo que el movimiento ha ganado hasta la fecha ha sido peleándose con los gobiernos de turno. No es casual que la AFL-CIO aún no se haya atrevido a exigir un alto el fuego en Gaza, a pesar de la presión de la militancia. Ocurrió algo similar hace un par de años, cuando estuve muy involucrada en un intento porque la federación expulsara a los sindicatos policiales. Contábamos con apoyos importantes entre la militancia, pero la cúpula lo cortó de raíz.

La mayor federación sindical del país, la AFL-CIO, se ha acercado demasiado al Partido Demócrata

¿Por qué la cúpula de la federación no quiere arriesgar su buena relación con el Partido Demócrata? ¿Tiene algo que perder?

Supongo que les conviene tener canales directos con la Casa Blanca y con las personas más poderosas del Congreso. La AFL-CIO lleva muchos años intentando pasar una reforma integral de la legislación laboral, que quitaría muchos de los obstáculos que existen hoy para los sindicatos. Es posible que esa sea la razón por la que no quieren enajenar a los demócratas. También es verdad que en la cúpula hay una gran identificación con el Partido Demócrata, por más que muchos militantes nos consideramos más radicales.

Según Steven Greenhouse, Biden es el presidente más prosindical de la historia del país.

No deja de tener razón, pero eso mismo demuestra lo poco que se ha hecho en el pasado. Es verdad que con Biden las cosas han mejorado. Pero como anarquista que soy, tengo mis discrepancias con él y su partido.

¿Anarquista? ¿De la línea de David Graeber?

Sí, de la línea de Graeber, que en paz descanse. O de la de Lucy Parsons, según el día. La verdad es que yo acabé en este mundo leyendo a Emma Goldman, Sasha Berkman y los demás anarquistas del siglo XX. Pero me cuido mucho de lo que digo y de portarme bien, porque los anarquistas aún tenemos muy mala fama en este país.

Nunca ha convenido que los trabajadores vean lo que pueden conseguir organizándose o que reconozcan el potencial de su fuerza colectiva

Hablando de mala fama, se me ocurrió que su libro, Fight Like Hell, es un trabajo de memoria histórica en el sentido de que pretende renarrar la historia del movimiento para resaltar el protagonismo de mucha gente marginada, empezando con el hecho de que la primera huelga de verdad la organizaron unas cien mujeres jóvenes en una fábrica de textil en Rhode Island, en 1824. Escribe usted: “Aunque no hay un lugar o evento que podamos identificar con la fundación del movimiento sindical estadounidense, lo cierto es que tiene una deuda enorme con las mujeres”. El relato hegemónico que su libro busca matizar resulta bastante soso y superficial, cuando en realidad la historia es fascinante. Me descubrí preguntándome por qué no hay más documentales sobre el tema o, qué sé yo, películas de Hollywood.

¡Y además darían para unas biopics de puta madre! ¿Te imaginas una sobre Lucy Parsons? También serviría para iluminar algunas de las complejidades de toda esta historia. ¿Por qué no existen? Sin querer meterme en teorías de la conspiración, creo que la respuesta es bastante sencilla: porque no ha interesado a quienes tendrían el dinero para financiar y distribuir este tipo de proyecto. Lo que, por otra parte, no es nada nuevo. Esas mismas mujeres en Rhode Island acabaron absolutamente calumniadas en la prensa de la época. Otro ejemplo: la sublevación obrera más grande en la historia del país, la Batalla de Blair Mountain, ocurrió en el estado de West Virginia en 1921, cuando unos diez mil mineros armados se enfrentaron con unos tres mil esquiroles. Pues bien, la industria del carbón juntó fuerzas para asegurar que ese episodio no entrara en los temarios de las escuelas públicas del Estado. Nunca ha convenido que los trabajadores vean lo que pueden conseguir organizándose o que reconozcan el potencial de su fuerza colectiva.

Con todas sus dudas sobre el Partido Demócrata, ¿cómo ve las elecciones presidenciales de noviembre?

Si Biden es listo, pasará estos ocho meses que vienen resaltando todo lo que ha hecho para los trabajadores de este país. Sería lo más pragmático. Me gustó lo que dijo Shawn Fain de la UAW. “Mirad”, dijo, “no hace falta que os guste el hombre. Lo que tenemos que considerar es quién es mejor para nuestros miembros, para la clase obrera”. Y ahí la elección es obvia. Si quienes dirigen la campaña de Biden tienen dos dedos de frente, harán que dé discursos en sedes sindicales por todo el país. Los sindicatos representan una fuerza enorme: son muchas personas que podrían ir de puerta en puerta para hablar con los votantes, como lo hizo UNITE HERE, el sindicato de los trabajadores en hoteles y restaurantes, durante las elecciones pasadas. Lo peor que puede hacer Biden es dar ese apoyo sindical por supuesto. Nuestra posición debe ser clara: ¿quieres nuestros votos, nuestros recursos, nuestra energía? Pues tendrás que ganártelos. You better fucking earn it.

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“Hoy, trabajes donde trabajes, en periodismo o como bailarín de estriptis, hay un sindicato”

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25.03.2024

El 1 de mayo en Estados Unidos no es el Día del Trabajo. No: según los calendarios oficiales, lo que toca celebrar esa fecha es Loyalty Day, designado expresamente, primero en 1921 y definitivamente desde 1957, para “reafirmar la lealtad a Estados Unidos”. Así, mientras el resto del mundo conmemora a los mártires del Haymarket –los siete obreros falsamente condenados por arrojar una bomba durante una manifestación sindical en Chicago, en mayo de 1886, a favor de la jornada de 8 horas– la nación industrializada más rica del mundo se esfuerza en cubrir la historia de sus propias luchas obreras con un tupido velo patriótico.

Una de las personas que más activamente resistió este silenciamiento fue Lucy Parsons (1851-1942), la anarquista afroamericana cuyo marido, Albert, era uno de cuatro hombres ahorcados en 1887 por su supuesta complicidad en el atentado. “Debió de haber sido extraordinario ver a Lucy predicar … el anarquismo ante salas llenas de bulliciosos obreros blancos”, escribe la periodista Kim Kelly en Fight Like Hell: The Untold History of American Labor (Luchar como podamos. La historia no contada del mundo obrero estadounidense, 2022). Parsons, que había nacido como persona esclavizada, pero que de adulta solía pasar por blanca, “juró vengar la muerte de su marido y dedicó el resto de su vida a mantener viva la memoria de Albert y los mártires del Haymarket, avanzando su causa compartida: la revolución obrera”, escribe Kelly. No por ello dejó de ser una figura contradictoria: “El hecho de que se pasó la vida entera sin querer reconocer su negritud seguramente le facilitara el éxito en espacios predominantemente blancos, pero también la separó de sus raíces, de sus recuerdos dolorosos de la esclavitud y lo que pudo haber sido una comunidad más expansiva”.

Lucy Parsons es una de varias docenas de figuras clave de la historia sindical del país cuya memoria Kelly pretende rescatar. Su libro combina reportajes a ras de suelo sobre las huelgas y campañas de sindicalización de los últimos años con viñetas históricas que nos presentan a personajes y episodios casi olvidados. La historia que acaba narrando Kelly es tan poco usual como diversa: además de colectivos sindicales más conocidos (mineros, estibadores, obreros del automóvil), incluye a mujeres, inmigrantes, personas de color, colectivos LGTBQ y trabajadores del sexo. También dedica un capítulo entero al colectivo laboral quizá más abiertamente explotado de todo el país: los obreros encarcelados.

“Espero que este libro pueda educar a una nueva generación de obreros sobre sus derechos, su historia y los sacrificios que tantas y tantos han hecho para que estemos donde estamos”, escribe en su epílogo. “Espero que … te inspire a tomar acción si encuentras que tus derechos están siendo pisoteados por élites poderosas, por titanes empresariales o, simplemente, por el mal jefe de turno … Si tienes a un par de amigos dispuestos a luchar como puedan, todo es posible”.

Kim Kelly (Chatsworth, Nueva Jersey, 1988) es una periodista freelance que lleva casi diez años cubriendo el mundo del trabajo para medios como Teen Vogue, VICE, The Nation y el New York Times. Hablamos a mediados de marzo.

Cuando daba el toque final a su libro, a finales de 2021, se cerraba un año extraordinario para el mundo laboral de este país, lleno de movilizaciones, huelgas y victorias. Desde entonces, la ola no ha cesado.

Es más, llevo casi diez años cubriendo el tema y durante ese periodo las cosas solo han ido para mejor. Estamos........

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