La Revolución cubana surgió en 1959 como una opción política pura y liberadora que podría resolver las contradicciones del capitalismo en Nuestra América con una visión desde los humildes, por los humildes y para los humildes. Obviamente que los poderes más primitivos han procurado desde entonces todo lo posible para que fracase. Pero se ha demostrado que una verdadera revolución popular puede sobrevivir hasta sus propios errores si su protagonista, que es la mayoría del pueblo, se siente libre. Un proceso constitucional 60 años después, en 2019, pleno de democracia participativa y que desembocó en una aprobación por alrededor del 85 % de la población, es demostrativo.

Una de las acciones que se tomaron para la supervivencia en los primeros años de la Revolución fue la separación entre la moneda que tenía libre cambio y la local. Se entronizó a la “divisa” y no al peso cubano como la moneda de referencia. Al principio fue una necesidad para mantener cierta estabilidad interna. Para peor, entonces se conoció que ese sistema de un dinero que vale solo para las transacciones nacionales era aparentemente exitoso en las economías controladas centralmente de los países que tenían a la URSS como paradigma.

Así, siguiendo aquéllas “buenas” experiencias, nuestro país mantuvo una virtual doble circulación monetaria entre 1961 y 1993. Pero la divisa estaba prohibida para las transacciones internas y su posesión estaba penada por la ley a toda entidad o persona no autorizada. Esto tuvo muchas consecuencias, difíciles de calificar solo como positivas o negativas. Ciertamente coartó la utilidad del dinero cubano como elemento de medición y control económico objetivo con respecto al mercado internacional real. Permitió, asimismo, usar con cierta efectividad a la moneda nacional como tal en la gestión centralizada de la economía dentro de las fronteras. En esto son seguramente los especialistas los que nos pueden brindar conclusiones certeras de pros y contras. De cualquier forma, el escenario estaba determinado por las relaciones económicas preferenciales que tenían el azúcar y el petróleo con la URSS.

Esta situación con el dinero y sus contradicciones se hizo insostenible en el propio 1993, tiempo después de que habían desaparecido las condiciones de su estabilización con la disolución de aquel país. Se había llegado hasta el punto de que la circulación ilegal interna de la divisa era entonces tan cuantiosa que superaba la que permitiría a la economía del país mantenerse con el petróleo importado. En el mes de julio de ese año se tomó la sabia y también valiente decisión de liberalizar la circulación del dinero. Se adoptó parcialmente al dólar de EE.UU. como moneda legal para transacciones en el mercado interno minorista y mayorista. En poco tiempo se implementó también un esquema de libre tasa flotante en casas de cambio oficiales (Cadecas). Obviamente, la moneda nacional quedaba muy por debajo de la deseable y primigenia paridad con el dólar, pero lograba así un valor de cambio universal para ella misma, aún devaluada. Los salarios reales, todos, se deprimieron también proporcionalmente al igual que las cuentas de ahorro y a plazo fijo en los bancos. Pero esto sostuvo y echó a andar la economía cubana en las peores condiciones externas posibles logrando detener su caída libre en 1994, y con cuentas creíbles.

Aparentes mejoramientos del entorno internacional para nuestra patria nos condujeron más tarde por otros caminos. Así llegamos a 2020 con dos monedas nacionales que tenían una paridad fija entre ellas: el CUP y el CUC. Esa paridad era también ambigua, pues para los que crean valor “en la calle” era de 1:24, pero para la administración de las empresas era de 1:1. La ventaja de que al menos una fuera dinero real se había eliminado desde años atrás. Ambas estaban controladas administrativamente de diversas formas en su valor de cambio y capacidad liberatoria. En estas condiciones nadie podía saber con confiabilidad si cualquier gestión económica era o no favorable. Las dos monedas cubanas habían dejado de servir de nuevo para planificar, medir, invertir y ampliar la producción de valor. Esto se convertía en un obstáculo insalvable para la confiabilidad de toda gestión económica y el progreso real del país.

Se tomó entonces en 2021 la decisión de aplicar un ordenamiento monetario que implicó, entre otras cosas, unificar la moneda nacional en el peso cubano, cosa claramente imprescindible. Sin embargo, contrariamente a 1993, no se le dio el necesario valor de cambio universal que hubiera aprovechado la nueva devaluación que de hecho se decretaba.

La escasez de “divisas” parece haber sido el argumento para no abrir ese mercado y su validez es obvia. Pero también lo es que un mercado es por definición bidireccional y se ajusta a sí mismo. Solo cuando se estabiliza en su valor, aunque no sea el deseable, puede empezarse a controlarlo por diversos medios.

En pocas palabras: ahora mismo los dólares deben estar entrando al país mayormente en efectivo. Esto hace imposible cualquier control previo dadas las restricciones bancarias internacionales de todo tipo mayormente causadas por el bloqueo de los EE.UU. contra los cubanos. Si nuestros bancos tienen pocos para vender, deberán estar caros para el que los quiera comprar en pesos cubanos. También, el precio de venta legal del peso debe ser atractivo, para estimular a que los clientes los compren en dólares que así ingresarían a los bancos de propiedad popular. Es exactamente lo mismo que hacen hoy los cambistas irregulares “en la calle”. Lamentablemente, la economía del Estado, que representa los intereses de todo el pueblo, no saca hoy provecho alguno de este mercado libre existente e invisible. De alguna forma, esos intereses del pueblo aparecen como los grandes perjudicados.

El resultado de que el mercado cambiario esté en alguna medida en manos privadas y opacas al fisco ha sido el esperable. Se ha desarrollado un cada vez más poderoso tráfico informal de toda mercancía o servicio, libre de todo control estatal al no ser plenamente reconocido. Ahí se resuelve todo y también se puede corromper todo, porque no sigue otra regla que la de la selva.

La adopción del libre cambio con tasas flotantes por los bancos legales puede tener impactos a corto plazo más o menos inflacionarios para la moneda nacional. Pero a la larga la evalúa y respalda. Se hace entonces viable para todo, incluyendo su capacidad de darnos información realista de cómo se planifica, desenvuelve y gobierna la economía. Irónicamente, en el actual escenario es la economía estatal la que tiene la misión de mantener funcionando la energía del país y todos sus servicios sociales más preciados estando en clara desventaja para ello frente a actores económicos desapercibidos. ¿Es eso sostenible? ¿No nos encontramos en una situación parecida a la de 1993 cuando la dirección de la Revolución tomó las medidas antes descritas y tuvo éxito en reflotarnos?

Si repasamos los principios del neoliberalismo descritos en la anterior entrega de este trabajo, se ve claramente que una gestión económica razonable de los bienes de la sociedad nada tiene que ver con los intereses de las minorías privilegiadas que diseñaron esas políticas. El neoliberalismo se define a partir de quienes son los últimos beneficiarios de cualquier acción económica y no necesariamente por el contenido de esa acción.

Si el libre cambio del dinero se establece en condiciones que favorece el enriquecimiento de una minoría privilegiada poseedora de las riquezas principales de un país, entonces se convierte en una medida neoliberal indeseable. Pero si favorece el crecimiento de la economía de todos los cubanos y teniendo especial cuidado de los más vulnerables, es una acción bienvenida. Las etiquetas formales que se le ponga a una u otra acción económica no pueden ser determinantes que puedan afectar a las mayorías allí donde gobiernen efectivamente esas mayorías, como la Revolución cubana ha escrito en su Constitución.

Las consideraciones expuestas en estos artículos sobre los ordenamientos monetarios y el neoliberalismo responden obligatoriamente a una perspectiva desde la lógica de las ciencias naturales debido a la formación del autor. Pero hay verdades que trascienden la ciencia que las estudia, como es el hecho de que para poder medir algo es necesaria una unidad de referencia con un valor fijo.

Esta lógica obliga a la proposición de que la primera medida que debe tomarse para salvar y permitir que avance nuestra economía es la de devolverle al dinero cubano su capacidad liberatoria ilimitada y al cambio con otras divisas para todos los actores económicos. Esto es prioritario sobre todo para las empresas públicas, las que son propiedad de todo el pueblo de Cuba. En las condiciones actuales, es el mercado informal el que disfruta exclusivamente de esta ventaja. También debilita indefinidamente su cambio para los creadores de valor, que somos las personas naturales protagonistas de la economía. Por ello, una eventual devaluación subsiguiente a esa medida no debe ser obstáculo, porque esa ya ha ocurrido, ocurre y seguiría ocurriendo, pero a espaldas de los intereses de la nación. Ojalá que los especialistas coincidan con esta apreciación.

QOSHE - Los ordenamientos y el neoliberalismo: La economía real (III y final) - Luis A. Montero Cabrera
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Los ordenamientos y el neoliberalismo: La economía real (III y final)

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05.03.2024

La Revolución cubana surgió en 1959 como una opción política pura y liberadora que podría resolver las contradicciones del capitalismo en Nuestra América con una visión desde los humildes, por los humildes y para los humildes. Obviamente que los poderes más primitivos han procurado desde entonces todo lo posible para que fracase. Pero se ha demostrado que una verdadera revolución popular puede sobrevivir hasta sus propios errores si su protagonista, que es la mayoría del pueblo, se siente libre. Un proceso constitucional 60 años después, en 2019, pleno de democracia participativa y que desembocó en una aprobación por alrededor del 85 % de la población, es demostrativo.

Una de las acciones que se tomaron para la supervivencia en los primeros años de la Revolución fue la separación entre la moneda que tenía libre cambio y la local. Se entronizó a la “divisa” y no al peso cubano como la moneda de referencia. Al principio fue una necesidad para mantener cierta estabilidad interna. Para peor, entonces se conoció que ese sistema de un dinero que vale solo para las transacciones nacionales era aparentemente exitoso en las economías controladas centralmente de los países que tenían a la URSS como paradigma.

Así, siguiendo aquéllas “buenas” experiencias, nuestro país mantuvo una virtual doble circulación monetaria entre 1961 y 1993. Pero la divisa estaba prohibida para las transacciones internas y su posesión estaba penada por la ley a toda entidad o persona no autorizada. Esto tuvo muchas consecuencias, difíciles de calificar solo como positivas o negativas. Ciertamente coartó la utilidad del dinero cubano como elemento de medición y control económico objetivo con respecto al mercado internacional real. Permitió, asimismo, usar con cierta efectividad a la moneda nacional como tal en la gestión centralizada de la economía dentro de las fronteras. En esto son seguramente los especialistas los que nos pueden brindar conclusiones certeras de pros y contras. De cualquier forma, el escenario estaba determinado por las relaciones económicas preferenciales que tenían el azúcar y el petróleo con la URSS.

Esta situación con el dinero y sus contradicciones se hizo insostenible en el propio 1993, tiempo después de que habían desaparecido las condiciones de su estabilización con la........

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