PUERTO PADRE, Cuba.- El señor José Graziano da Silva, que fuera director de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por siglas en inglés) entre 2012 y 2019, de visita en La Habana, recién ha dicho a medios internacionales que el gobierno cubano debe “hacer más para enfrentarse a la situación de hambre en Cuba”. ¡Vamos…! ¡Cómo ha cambiado de opinión José Graziano!

Allá por 2013, el por entonces recién estrenado director general de la FAO, encomió el “esfuerzo” realizado por el régimen totalitario castrocomunista para garantizar la seguridad alimentaria de la población y, en marzo de 2014, la FAO entregó a Cuba un reconocimiento por sus “logros” en la lucha contra el hambre.

José Graziano da Silva, en su primera visita a Cuba, afirmó: “Cuba es uno de los 16 países del mundo que ya alcanzaron la meta de la Cumbre Mundial de la Alimentación de reducir a la mitad el número absoluto de personas con hambre. Eso ha sido posible gracias a la prioridad que el Gobierno ha otorgado a garantizar el derecho a la alimentación y a las políticas que ha implementado”.

Mentía el director de la FAO, tergiversando los hechos. También mentía y tergiversaba la realidad socioeconómica, sociopolítica y jurídica de un país sometido a las reglas clásicas del totalitarismo, el representante regional de la FAO Raúl Benítez, cuando afirmó que, “la experiencia cubana es un repositorio valioso para los demás países de la región y para el resto del mundo, no sólo debido al saber técnico y político que implica, sino por algo más fundamental: demuestra que el hambre sí puede ser superada si un pueblo entero, una nación, sus ciudadanos y el Gobierno deciden decir no más hambre”.

No se trata de decir “no más hambre”, sino de hacer realidad mediante políticas públicas ciertas (no fingidas, teatralmente representadas), derechos políticos, económicos y sociales, para todas las personas, todos por igual sin marginaciones por credos políticos, religiosos o cualquier otra opinión, como debe ser un sistema gobernado por la buena fe y dispuesto a la producción de alimentos de forma amigable con el medio ambiente, económicamente rentable, con producciones comercializadas en un mercado libre.

Pero en Cuba no existen mercados libres, donde no tengan cabida los monopolios privados ni estatales ni la usura, sino las leyes universales de su majestad, el Mercado, donde son las ofertas y las demandas quienes gobiernan y establecen precios según variedad, calidad y cantidad. Y cuando digo un sistema gobernado por la buena fe, no es retórica, sino la confianza exigida a los efectos del nacimiento de un derecho pleno.

Y es que en Cuba reina la desconfianza, su majestad no es el mercado, sino el monopolio del Estado y el de usureros con patente de corso del Estado. No existe confianza exigida ni real a los efectos de ningún derecho, y esa deslegitimación que tal vez esté penada en las leyes, es un sofisma que viene como un alud sobre aquel que paga, el consumidor, rueda dentada principalísima de la economía.

Incluso las mujeres y hombres que con muchísimos esfuerzos hacen producir una parte ínfima de la tierra cubana -porque la mayoría de los suelos arables o de pasto están cubiertos de matorrales y espinos, improductivos-, esa población rural económicamente activa, no es dueña de su destino.

No lo es porque la concreción de la propiedad se hace tangible, por ejemplo, cuando el ganadero decide qué raza de animales criar y a quién y a qué precio vender sus producciones. Pero en Cuba eso no es posible.

Es el Estado totalitario el comprador monopolista de leche. Y es el comprador monopolista de ganado de carne. Tal monopolio creó una clase social lamentable: el ladrón de ganado, que ya cruzó fronteras y vemos sus resultados nada menos que en Miami, donde precisamente, no faltan alimentos en los mercados.

Lo hemos dicho en otras ocasiones y no dejaremos de reiterarlo mientras esas circunstancias de oprobiosa esclavitud se mantengan inamovibles o con falsas apariencias de cambio: Cuba está sometida por un régimen totalitario que ha destruido no sólo la economía, sino también los valores del cubano, de lo cubano.

Y uno de los seis pilares que sostienen a un régimen totalitario comunista es el control y la dirección centralizada de toda la economía, mediante el control burocrático de todas las empresas, sean estatales o de capital “privado”, que deja de serlo en el mismo instante en que se someten a un partido único, entiéndase dictatorial.

Al fin y al cabo, la persona humana y su entorno han sido y son para los regímenes totalitarios comunistas meras herramientas; las prioridades del régimen totalitario, aunque blasone de lo contrario en su discurso, no son el sostenimiento perdurable de los recursos naturales de la nación, entre los que están sus bosques, aguas y tierras labrantías y de pasto, sobre los que debía junto con la industria, estar dirigida toda la actividad económica nacional.

Las prioridades del régimen totalitario son mantener en el poder al Partido Comunista, mediante el sistema de terror sostenido por la policía política y los ejércitos de tierra, mar y aire (que cuestan miles de millones de dólares), el comisariado de agitación y propaganda y los medios masivos de comunicación.

Y, si sociopolíticamente entendemos por hambre la condición en que las personas no tienen la capacidad física o financiera que les permita obtener alimentos suficientes para satisfacer las necesidades básicas de nutrición, durante un período sostenido, ciertamente, tenemos en Cuba una situación de hambre.

Dicho de otro modo: hambre no es el mero apetito entre comidas, sino la condición de mal nutrición extendida, esa que daña la salud, que puede provocar la muerte por inanición, teniendo el hambre así comprendida tres etapas: malnutrición, desnutrición y hambruna.

Las dos primeras etapas de hambre, la malnutrición y la desnutrición, en situación agravada la venimos padeciendo en Cuba desde la caída de la Unión Soviética y los regímenes comunistas de Europa Oriental, cuando el régimen castrocomunista sin subsidios, mercados preferentes y multimillonarias ayudas, se vio sin dinero para importar los alimentos que Cuba no produce (como el trigo, por razones de clima), o los dejó de producir desde temprano en los años 59 y 60, cuando más del 70% de la propiedad agropecuaria y forestal pasó a manos del Estado.

Pero cuando el 12 de marzo de 1962 el régimen promulgó la Ley No. 1015 poniendo en vigor la cartilla de racionamiento, sencillamente, lo hizo por una razón política: estaba evitando una situación de hambruna en Cuba. De paso, controlaba las fuerzas productivas, que pasaron de propietarios a empleados del Estado.

Eso no quiere decir que desde hace más de 65 años, los cubanos no estemos sufriendo malnutrición y desnutrición, verbigracia, por falta de proteínas de origen animal, como pescado, carne de res, leche y quesos, o de origen vegetal, como frijoles y otros granos.

Ahora millones de cubanos están a punto de padecer una hambruna, y entiéndase esta, por “la condición en que las personas no tienen la capacidad física o financiera que les permita obtener alimentos suficientes”. Y no se culpe por la falta de suministros para abastecer la cartilla de racionamiento, sino por la política criminal del régimen totalitario que por más de medio siglo maniató o castró las fuerzas productivas de la nación, hasta hacerla lo que son hoy, inoperantes.

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QOSHE - El hambre en Cuba, la FAO y el régimen totalitario - Alberto Méndez Castelló
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El hambre en Cuba, la FAO y el régimen totalitario

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22.02.2024

PUERTO PADRE, Cuba.- El señor José Graziano da Silva, que fuera director de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por siglas en inglés) entre 2012 y 2019, de visita en La Habana, recién ha dicho a medios internacionales que el gobierno cubano debe “hacer más para enfrentarse a la situación de hambre en Cuba”. ¡Vamos…! ¡Cómo ha cambiado de opinión José Graziano!

Allá por 2013, el por entonces recién estrenado director general de la FAO, encomió el “esfuerzo” realizado por el régimen totalitario castrocomunista para garantizar la seguridad alimentaria de la población y, en marzo de 2014, la FAO entregó a Cuba un reconocimiento por sus “logros” en la lucha contra el hambre.

José Graziano da Silva, en su primera visita a Cuba, afirmó: “Cuba es uno de los 16 países del mundo que ya alcanzaron la meta de la Cumbre Mundial de la Alimentación de reducir a la mitad el número absoluto de personas con hambre. Eso ha sido posible gracias a la prioridad que el Gobierno ha otorgado a garantizar el derecho a la alimentación y a las políticas que ha implementado”.

Mentía el director de la FAO, tergiversando los hechos. También mentía y tergiversaba la realidad socioeconómica, sociopolítica y jurídica de un país sometido a las reglas clásicas del totalitarismo, el representante regional de la FAO Raúl Benítez, cuando afirmó que, “la experiencia cubana es un repositorio valioso para los demás países de la región y para el resto del mundo, no sólo debido al saber técnico y político que implica, sino por algo más fundamental: demuestra que el hambre sí puede ser superada si un pueblo entero, una nación, sus ciudadanos y el Gobierno deciden decir no más hambre”.

No se trata de decir “no más hambre”, sino de hacer realidad mediante políticas públicas ciertas (no fingidas, teatralmente........

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