PUERTO PADRE, Cuba.- Añoranza es nostalgia, pero también meditación. Y diáspora es éxodo, pero además significa disgregación, que es sinónimo de descomposición, de corrupción, se sabe. Pero la descomposición de la sociedad cubana que la ha llevado al éxodo y la corrupción nacional, y el amago tardío de control gubernamental —huera revisión a esta cota de lo podrido—, está resumida, más que con palabras, en una antigua pero elegante casona que de escuela pasó a ser Contraloría, entiéndase, veedor general del Estado. Rara catarsis.

Agradezco a la Redacción de CubaNet y en especial a la colega Ana León, por el artículo “La mansión de 23 y B: de centro de estudios a dependencia del Estado”, por espolearme esta meditación, evadida ya hace más de cinco años, cuando por última vez estuve allí, y, es que si hay textos que tienen la virtud de transportarnos al pasado con sus recuerdos, alegres o tristes, y todavía más cuando están unidos a nuestros seres queridos, este pasaje de la escuela transformada en cuartel general de los contralores del Estado tiene fuerza de tornado.

Digo que en lo personal para mí tiene fuerza de tornado este artículo de Ana, porque, haciéndome retroceder en el tiempo hasta el principio de la década de los años 80, época en que yo era un jovencísimo padre, y según me lo permitían mis ocupaciones laborales o académicas, llevaba o traía a mi primer hijo a la mansión de 23 y B, entonces escuela primaria “Guido Fuentes” o, tras largos meses de ausencia iba a encontrarme con él, cargado de equipaje y añoranza, razón por la que cuando leí la historia de cómo la escuela terminó en contraloría, como una avispa me dio un aguijonazo.

El artículo me hizo volver a aquellos días, como hace más de 40 años, cuando fueron tantas las alegrías de mi primogénito y mías, como aquellas, las de irnos de la escuela a Coppelia, al Cochinito, al Jalisco Park o a cualquier lugar, a jugar y divertirnos, o las tristezas, porque muchísimas veces sin saber cuándo ni cómo regresaría, fui a despedirme de mi hijo en esa casona que vemos en la fotografía que ilustra la reseña, y que tanto representa para mi hijo mayor y para mí, porque fue donde Jean, personaje de la novela Bucaneros, aprendió a leer, a escribir y donde él y yo, además de padre e hijo, fuimos “cómplices” de travesuras, al punto que, siempre que estoy en La Habana, voy allí, y doy una vuelta por la acera de 23 y otra por la de la calle B.

Tal es la añoranza, la tristeza por la diáspora de mis seres queridos, que cuando voy allí me parece ver a los niños correteando por el patio y, entre ellos, a mi hijo, que es ciudadano americano por naturalización desde hace años, y sus hijos, mis nietos, que son ciudadanos estadounidenses por nacimiento, y así, incluso lo percibí cuando allí estuve allá por 2018, pero en lugar de la algarabía de “la Guido”, como llamaban los muchachos a su escuela, me encontré con la hermosa cancela cerrada cual reja de calabozo, y sobre ella campeando una placa de bronce, abrillantada, anunciando, Contraloría General de la República, como diciendo, aquí ya no habrá más risas ni juegos. Somos los contralores. ¡Se acabó el relajo en Cuba!

¿Sí? ¿Se verdad se acabó la corrupción administrativa en Cuba con la instauración de la Contraloría General de la República…?

Para comenzar habría que decir que, paradójica e inexplicablemente, los encargados de velar por la integridad de la administración del Estado y de la sociedad cubana, cometieron la herejía de hacer de una escuela primaria su cuartel general. Es, sólo este hecho, pues, la síntesis de la deslealtad para con la nación del régimen castrista, que dijo convertir los cuarteles en escuelas y hoy las deshace. Pero no es raro. Tras ingerir por más de medio siglo continuos revulsivos etiquetados como aquel llamado “Rectificación de Errores y Tendencias Negativas”, todos, inocuos contra circunspectos dirigentes comunistas corruptos, vividores en un sistema socioeconómico donde lo verdaderamente importante no es el saneamiento de la administración pública y sí los intereses políticos que mantienen al régimen totalitario.

Esa flaqueza fiscal y no sólo contra los delitos de malversaciones sino también contra las prebendas institucionales, por las que más flaca ya no puede estar la nación cubana, ha hecho que a fuerza de incubar parásitos que han crecido cuales serpientes en las barrigas de los burócratas castrocomunistas, enquistándoles las tripas y envenenándoles la sangre, ya no den espacios a los ciudadanos cubanos, esos que no integran ningún comisariado y tratan de vivir por su cuenta, robando entre sí mismos, incluso mediante el asesinato, o robando al Estado en complicidad con las administraciones estatales, o yéndose de Cuba, como los vemos partir por miríadas.

No. Ya ni con la Contraloría General de la República siguiéndoles los pasos a los funcionarios inmorales días y noches, podrá sanearse la administración del Estado comunista, cuyo primer crimen fue quebrar la familia mediante disímiles procederes, todos, infractores de derechos, como el de negar la libertad de expresión, la propiedad privada, y a los padres el derecho de escoger la educación que han de dar a sus hijos. Ese es el origen de la sociedad cubana enferma, dolida. De tal suerte, en realidad, poco importa si la mansión de 23 y B es escuela estatal o dependencia del Estado, ambos, las escuelas y las dependencias del Estado, en Cuba son lo mismo, monopolios, campos de cultivo estériles. Ese es el precio que tiene que pagar el régimen, por totalitario, y los cubanos por sumisos.

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QOSHE - La mansión de 23 y B, el precio de la dictadura  - Alberto Méndez Castelló
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La mansión de 23 y B, el precio de la dictadura 

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24.11.2023

PUERTO PADRE, Cuba.- Añoranza es nostalgia, pero también meditación. Y diáspora es éxodo, pero además significa disgregación, que es sinónimo de descomposición, de corrupción, se sabe. Pero la descomposición de la sociedad cubana que la ha llevado al éxodo y la corrupción nacional, y el amago tardío de control gubernamental —huera revisión a esta cota de lo podrido—, está resumida, más que con palabras, en una antigua pero elegante casona que de escuela pasó a ser Contraloría, entiéndase, veedor general del Estado. Rara catarsis.

Agradezco a la Redacción de CubaNet y en especial a la colega Ana León, por el artículo “La mansión de 23 y B: de centro de estudios a dependencia del Estado”, por espolearme esta meditación, evadida ya hace más de cinco años, cuando por última vez estuve allí, y, es que si hay textos que tienen la virtud de transportarnos al pasado con sus recuerdos, alegres o tristes, y todavía más cuando están unidos a nuestros seres queridos, este pasaje de la escuela transformada en cuartel general de los contralores del Estado tiene fuerza de tornado.

Digo que en lo personal para mí tiene fuerza de tornado este artículo de Ana, porque, haciéndome retroceder en el tiempo hasta el principio de la década de los años 80, época en que yo era un jovencísimo padre, y según me lo permitían mis ocupaciones laborales o académicas, llevaba o traía a mi primer hijo a la mansión de 23 y B, entonces escuela primaria “Guido........

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