PUERTO PADRE, Cuba.- “Su señoría, estoy de acuerdo”, leo que dijo Víctor Manuel Rocha, ex embajador de los Estados Unidos, a la jueza Beth Bloom.

Entre otros cargos y declarándose no culpable, a Rocha se le acusa por un eufemismo tierno, empapelando el delito de espionaje: “Violar la Ley de Registro de Agentes extranjeros”; pero, preguntado el pasado jueves si deseaba cambiar su declaración, dijo, “estoy de acuerdo”.

Al respecto cabe preguntar: ¿Basta un do ut des, donde Víctor Manuel Rocha admita que sí, que fue admirador y espía del mismísimo Fidel Castro, personalmente haciendo de oficial operativo…?

¿Basta que el ex embajador confiese cómo desde por allá, 1981, por más de 40 años, siendo un empleado del gobierno de los Estados Unidos en escala ascendente, juró lealtad al castrocomunismo, un régimen totalitario, satélite de Moscú…?

¿Basta que el letrado Rocha diga cómo para ser mejor espía se esforzó hasta ocupar el cargo de embajador, posición que luego de su retiro, lo llevó a obtener importantes contratos, incluso, como contratista en las fuerzas armadas de su país, como asesor del jefe del Comando Sur…?

¿Basta que Manuel Rocha confiese a sus interrogadores, a los fiscales y a la jueza Bloom que, al mismo tiempo que juró lealtad a Estados Unidos, sirvió como agente de penetración de la entonces tristemente célebre Dirección General de Inteligencia (DGI) de Cuba, de la que fue asesor el no menos celebérrimo Markus Wolf, jefe de Inteligencia de la Stasi, o, como dijo en su autobiografía, “el mayor jefe de espías del mundo”, inspirador de John Le Carré…? ¿Habrá sentido Manuel Rocha admiración por Mischa Wolf…?

Si así fuera, no, no basta la admiración, la confesión ni el arrepentimiento para la atenuación extraordinaria de la sanción. En el artículo Caso Víctor Manuel Rocha: precisiones técnico-operativas (I), publicado en este sitio el pasado 14 de diciembre, acerca del ahora “confeso” Rocha expresamos: “… hoy para el gobierno de los Estados Unidos no significa el valor de un espía con enlace suspendido, sino la evaluación de daños provocados por ese agente durante todos sus años activos y el diagrama de vínculos, que, quizás, revele objetivos estratégicos vulnerados y agentes activos todavía más importantes que el colaborador descifrado”.

Dicho de modo más claro: las autoridades de Estados Unidos, día por día, mes por mes y año por año, mediante un diagrama de investigación criminal simple, donde aparezcan lugares, empleos, aficiones, gustos u ocios, de relaciones personales, profesionales y hasta fortuitas, seguirán los pasos del ex embajador, retrocediendo 40 años, hasta llegar al mismo día que Rocha fue reclutado, o incluso más, hasta los días en que la DGI, finalizando los años 70 o principios de los 80, inició el proceso de estudio y comprobación del candidato a agente, donde quizás, ya le impartieron tareas o encargos.

Tratándose de una sola persona, esa investigación que parece monumental es relativamente breve; grosso modo, los servicios secretos corroborarán en qué incidentes se vio implicado este individuo, cómo actuó en ellos, qué información manejó en relación con su cargo o qué informaciones pudo obtener a través de sus relaciones profesionales o personales. Ello revelará a las autoridades estadounidenses, a priori, una evaluación no sólo de los daños que causó este espía, sino, y lo que no es menos importante, los daños que todavía hoy se están produciendo para Estados Unidos, como consecuencia de su actuación.

En esa interacción Rocha-Washington, es muy posible que por altas conveniencias de seguridad nacional, los fiscales, el acusado y sus abogados, llegaran a un do ut des a cambio de una rebaja de condena sustancial, que a juzgar por los cargos imputados, y no obstante a la condena de muchos años de privación de libertad de los que en principio se dijo, ahora tal vez no exceda de cuarenta meses de cárcel. Risible, pero cierto, porque metafóricamente, sería como un mes de prisión por año de espionaje.

Do ut des es la frase latina que significa “doy para que des”. Se ha americanizado con otra locución también latina, quid pro quo, que se pronuncia [kuíd pro kuó], y que aunque significa “qué en lugar de qué”, en expresión jurídica, diplomática o política en Estados Unidos equivale a “toma y dame” o “doy para que des”.

En ese quid pro quo, ¿qué dará Víctor Manuel Rocha al Gobierno de los Estados Unidos…? Sin lugar a dudas hablará de nombres de personas, de hechos sucedidos, de acciones cometidas y que quizás hoy también se estén ejecutando. Hablará, quizás, de personas responsables de delitos, de personas muertas, ametrallados unos, fusilados otros, encarcelados otros, y, como es humana y animalmente lógico, tratará de huir de esos sucesos, de evadir él la responsabilidad penal, su responsabilidad criminal y civil por daños y perjuicios, físicos y emocionales, que no pagarán jamás los abonos por lucro cesante de los que partieron para no regresar.

Rocha, durante algo así como 40 años, ha estado en zonas de conflictos o donde se ventilaron conflagraciones: Nueva York, Washington, La Habana, Tegucigalpa, La Paz…, y si según el mismo dice ha sido agente de la “Dirección”, entiéndase de la DGI, Rocha “tiene el judío dentro del cuerpo”, esto es, miedo. Y como se dice en cubano, “se cura en salud” (en alusión al que “antes de salir el tumor se pone el emplasto”), es lo que Rocha ha hecho en días recientes, traspasando propiedades millonarias a nombre de su esposa.

Y si Víctor Manuel Rocha recuerda a potenciales demandantes, como pueden ser los familiares de los pilotos de Hermanos al Rescate muertos, o como ahora mismo es la viuda de Oswaldo Payá, y contra ellos ya comenzó defendiéndose, recordando y resguardando sus bienes, justo es que ningún culpable quede sin castigo ni ninguna de las víctimas, que lo dieron todo a cambio de nada, sea olvidada, aunque Washington forcejee con Rocha un quid pro quo por seguridad nacional.

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QOSHE - Quid pro quo Rocha-Washington: ¿Y las víctimas, serán olvidadas…? - Alberto Méndez Castelló
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Quid pro quo Rocha-Washington: ¿Y las víctimas, serán olvidadas…?

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05.03.2024

PUERTO PADRE, Cuba.- “Su señoría, estoy de acuerdo”, leo que dijo Víctor Manuel Rocha, ex embajador de los Estados Unidos, a la jueza Beth Bloom.

Entre otros cargos y declarándose no culpable, a Rocha se le acusa por un eufemismo tierno, empapelando el delito de espionaje: “Violar la Ley de Registro de Agentes extranjeros”; pero, preguntado el pasado jueves si deseaba cambiar su declaración, dijo, “estoy de acuerdo”.

Al respecto cabe preguntar: ¿Basta un do ut des, donde Víctor Manuel Rocha admita que sí, que fue admirador y espía del mismísimo Fidel Castro, personalmente haciendo de oficial operativo…?

¿Basta que el ex embajador confiese cómo desde por allá, 1981, por más de 40 años, siendo un empleado del gobierno de los Estados Unidos en escala ascendente, juró lealtad al castrocomunismo, un régimen totalitario, satélite de Moscú…?

¿Basta que el letrado Rocha diga cómo para ser mejor espía se esforzó hasta ocupar el cargo de embajador, posición que luego de su retiro, lo llevó a obtener importantes contratos, incluso, como contratista en las fuerzas armadas de su país, como asesor del jefe del Comando Sur…?

¿Basta que Manuel Rocha confiese a sus interrogadores, a los fiscales y a la jueza Bloom que, al mismo tiempo que juró lealtad a Estados Unidos, sirvió como agente de penetración de la entonces tristemente célebre Dirección General de Inteligencia (DGI) de Cuba, de la que fue asesor el no menos celebérrimo Markus Wolf, jefe de Inteligencia de la........

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