MIAMI, Estados Unidos. – Antes de vivir en libertad, la ciudad de París fue, por muchos años, la quimera de mis estudios de Historia del Arte en la Universidad de La Habana.

Algún que otro artista o intelectual conocido que viajaba a la mítica urbe, invitado por instituciones solidarias con el castrismo, nos contaba sus aventuras extraordinarias cual “Marco Polo” de utilería.

Alejo Carpentier apoyó furibundamente a la Revolución Cubana desde París y luego visitaba La Habana, brevemente, para alguna celebración de su literatura y pronunciaba discursos con aquel insufrible acento francés, antes de retornar presuroso a Europa, donde valía la pena ser comunista.

París también acogió a Wifredo Lam, a quien el régimen cubano le encomendó algunas tareas que cumplió a cabalidad desde el encanto de la llamada “Ciudad Luz”, como la de llevar a La Habana en 1967 el XXIII Salón de Mayo, un evento cultural de altos quilates para dar lustre a la dictadura.

La terrorista Caridad Mercader, madre del asesino de Trotsky, Ramón Mercader, fue contratada por el músico y embajador cubano en París Harold Gramatges para que trabajara en la legación diplomática cubana entre los años 1960 y 1967.

Se cuenta que el cineasta Humberto Solás fue buscado personalmente por Alfredo Guevara cuando trató de asilarse temprano en la capital francesa.

Para mi generación, sin embargo, París fue una suerte de añoranza sobre todo por su cine, donde se testimoniaba aquella antigua, fabulosa y funcional sociedad de Occidente, en contraste con la cubana castrista, atormentada por el adoctrinamiento y la represión de una ideología vulgar, ajena a nuestra idiosincrasia.

He vuelto a París y sus paisajes urbanos, como salidos de la filmografía que los hace magnos, encandilaron otra vez mi imaginación y nostalgia.

En la legendaria Cinemateca, situada en un edificio de Frank Gehry, pude disfrutar la exposición “¡Viva Varda!”, sobre la directora de ―al menos― dos películas que perduran por siempre en mi educación sentimental: Cleo de 5 a 7 (1962) y La felicidad (1965).

Todo tipo de material audiovisual da fe de una obra capital de la cinematografía mundial en los más diversos géneros que solo la muerte pudo detener en el 2019.

Fue desagradable durante el recorrido por la muestra tropezar, inesperadamente, con una foto que Agnes Varda tomara del dictador cubano titulada “Fidel Castro con aliados de piedra”. El texto que justifica esta alianza reza: “Como muchos artistas e intelectuales de la época Varda acogió el impulso de libertad socialista que se extendió por el mundo. Salut les Cubains (1963) testimonió la Revolución a través de los detalles de la vida cubana con el innovador formato de fotografías animadas y comentadas”.

Por suerte, Agnes Varda no se volvió a dejar engatusar con la “esperanzadora” Revolución de 1959.

En la propia Cinemateca funciona el Museo dedicado al mago George Méliès, a quien se le atribuye el cine de ficción con efectos especiales.

Objetos alucinantes, viejos instrumentos ópticos, cámaras, fotos e imágenes, suscriben una creatividad sin fronteras, que buscaba el entretenimiento y el asombro a toda costa.

Artista incansable que dejó para la posteridad una colección icónica de cortos donde figura el clásico Viaje a la luna (1902), basado en la literatura de Julio Verne y H.G. Welles, que antecede cuanto cine de anticipación se haya realizado después.

No obstante, la vastedad artística de El Louvre, desde que entras, hay señalizaciones como de tráfico para llegar al encuentro de una dama que ostenta la indiscutible categoría de celebrity, La Gioconda, aquel pequeño cuadro con el cual Leonardo cargó hasta el final de sus días.

La Mona Lisa ha terminado encumbrada por una fama sorprendente y quienes concurren al recinto donde se exhibe y es celosamente protegida, caen en éxtasis inexplicable ante su presencia. Las fotos y los selfis se agolpan por miles.

El Museo d’Orsay, tal vez uno de los más hermosos del mundo, también resiste enormes colas de curiosos y fanáticos para ver los últimos cuadros que pintó Van Gogh, pocos meses antes de suicidarse en Auvers-sur-Oise en 1890.

Este es otro de los artistas que recibe el tratamiento de celebridad cada vez que los curadores proponen una nueva faceta de su influyente estética.

Tener el privilegio de estar frente a su último cuadro, Racine d’arbres (Raíces de árbol), pintado el mismo día de su suicidio, el 27 de julio de 1890, es una experiencia emocionante, sin paralelo.

Simula un primer plano casi cinematográfico de raíces entretejidas. “Mi vida ―escribió Van Gogh unos días antes― también está siendo atacada en su propia raíz”.

París es infinitiva en su cultura. Allí se trabaja 24 horas para restaurar la catedral de Notre Dame y en el verdor que alguna vez fue campo de juego para el niño Marcel Proust, ahora se erige la Fundación Louis Vuitton en un edificio de Frank Gehry, que parece flotar como nave mágica sobre la vegetación del parque, con una retrospectiva extraordinaria del pintor Rothko.

Desde la cercanía del Sena, en la legendaria librería Shakespeare and Company, fundada en 1951 en homenaje a su homóloga de 1919 ―desmontada por los nazis en 1941―, me vi rodeado de libros y serenidad, disfrutando de la libertad que espero algún día bendiga a mi castigado país.

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QOSHE - Andar París - Alejandro Ríos
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Andar París

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19.12.2023

MIAMI, Estados Unidos. – Antes de vivir en libertad, la ciudad de París fue, por muchos años, la quimera de mis estudios de Historia del Arte en la Universidad de La Habana.

Algún que otro artista o intelectual conocido que viajaba a la mítica urbe, invitado por instituciones solidarias con el castrismo, nos contaba sus aventuras extraordinarias cual “Marco Polo” de utilería.

Alejo Carpentier apoyó furibundamente a la Revolución Cubana desde París y luego visitaba La Habana, brevemente, para alguna celebración de su literatura y pronunciaba discursos con aquel insufrible acento francés, antes de retornar presuroso a Europa, donde valía la pena ser comunista.

París también acogió a Wifredo Lam, a quien el régimen cubano le encomendó algunas tareas que cumplió a cabalidad desde el encanto de la llamada “Ciudad Luz”, como la de llevar a La Habana en 1967 el XXIII Salón de Mayo, un evento cultural de altos quilates para dar lustre a la dictadura.

La terrorista Caridad Mercader, madre del asesino de Trotsky, Ramón Mercader, fue contratada por el músico y embajador cubano en París Harold Gramatges para que trabajara en la legación diplomática cubana entre los años 1960 y 1967.

Se cuenta que el cineasta Humberto Solás fue buscado personalmente por Alfredo Guevara cuando trató de asilarse temprano en la capital francesa.

Para mi generación, sin embargo, París fue........

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