MIAMI, Estados Unidos. – Fue por los años 60 que tuve el privilegio de acceder a las grabaciones de radionovelas en La Habana gracias al esposo de una tía, quien se ocupaba de esos menesteres técnicos en los vetustos y legendarios estudios de Radio Progreso.

Inolvidable el dominio de los actores ―entre los cuales recuerdo a Raúl Selis―, que habían cruzado la barrera de 1959, para seguir deleitando a sus oyentes en un género, sumamente popular, de escritores y artistas nacionales, que luego se fuera transmutando por la brutal ideologización de los medios de comunicación.

En aquellos estudios, había una suerte de aire conspirativo entre sobrevivientes que se resistían, gentilmente, a ser doblegados.

Los actores tradicionales de radio y televisión, en la República que se disipaba, formaron parte de una elite cultural distinguida, obliterada por los ideólogos del ICAIC, quienes se creyeron militantes de una casta más culta, oportunista y afín a la épica castrista que ya proyectaban sus documentalistas.

En ese contexto enrarecido y dividido, José Antonio Coro, empeñado en cultivar cuantas modalidades de la actuación se le presentaran, comenzó a participar en programas humorísticos de Radio Progreso.

El contador público, nacido en Consolación del Sur, provincia de Pinar del Río, había decidido con la misma temeridad que caracterizó el resto de su vida, dedicarse a la actuación.

“Desde chiquito me colaba en los circos para bailar con la mulata y con el gallego, personajes del vernáculo cubano… Siempre me gusto el artistaje, como se dice en buen argot popular. Pero como éramos una familia pobre ―mi padre guagüero y mi madre ama de casa―, debía estudiar una carrera que diera dinero raudo y veloz”, reza en su autobiografía.

Ya a finales de los turbulentos años 60 había hecho pininos en la televisión, que nunca dejó de ser su medio de expresión ideal, donde alcanzaría la fama deparada a quienes crean personajes que luego integran el imaginario popular de la nación.

Tuvo que ir salvando obstáculos de toda laya para alcanzar la gloria y se le dio fácil encandilar al público infantil con sus personajes e histrionismo, lo cual lo mantuvo distante de reverencias revolucionarias que antagonizaba en secreto.

Solitario, Corito luchó a brazo partido contra desentendimientos familiares y sociales desde que afrontó la realidad de ser distinto.

Mi esposa es su única sobrina y recuerdo nuestras visitas a su apartamento en La Pequeña Habana cuando disfrutaba hacer catarsis del pasado. “Tomé el camino de la soledad”, se lamentó con frecuencia, y cierta vez lloró al contarnos lo difícil que había sido ser rechazado por algunos de sus seres queridos.

Supo, sin embargo, afrontar aquellos demonios, circunstancia que acrecentó su creatividad. El papel de víctima no era afín a su idea de hacerse respetar y nunca se detuvo ante la duda o lo barrera para dejar prefigurada una carrera de éxitos.

Hizo del sentido del humor y la tozudez sus bastiones de resistencia. Telenovelas, teatro, cine y, sobre todo, el arte dedicado a los pequeños acrecentó su popularidad. Su marioneta El Viejo Jotavich es un personaje icónico de probada capacidad expresiva.

Como sucedió con tantos otros artistas, la vida en Cuba se le hizo intolerable. Ya expresaba inconvenientemente en público su frustración y aprovechó una oportunidad que se le presentó para viajar a México. No lo pensó dos veces: comenzó de cero con más de 50 años y logró marcar pauta otra vez, pero ahora en la competitiva economía de mercado.

Jotavich lo acompañó en la aventura y en ocasiones hizo las delicias de otros niños con el mismo sentido del humor, deslumbrados por la magia antigua del titiritero.

En México lo recuerdan hasta hoy por el sacerdote que anunciaba el Agua Santamaría. Desde entonces, el universo lucrativo de los comerciales no le resultó ajeno.

No fue el pariente ideal. Aprendió desde temprano a emprender sus cruzadas como ermitaño, distante de cualquier distracción.

Estuvo al lado de su madre años antes de que falleciera y cuando hubo que rescatar al hermano, la cuñada y el sobrino, del abyecto castrismo, dio el paso al frente sin pensarlo. Luego los encaminó a la añorada libertad en Estados Unidos.

El altruismo fue su esquiva manera de querer. Luego siguió el camino de su única familia y en Miami era reconocido por coterráneos, asombrados y felices de tenerlo cerca.

Otra vez hizo comerciales e incursionó en el teatro vernáculo de la ciudad, así como en algunas telenovelas.

Achaques provocados por el cigarro y la edad lo fueron arrinconando. No aceptó recomendaciones médicas ni de nosotros para que dejara el vicio. Nos decía que ya era un poco tarde. Corito era indomable.

Debido a la escasa visión, un mal paso le provocó el accidente que lo llevó al hospital, donde sus dañados pulmones no lo ayudaron a sobrevivir. En los últimos días de duermevela parecía fajarse con sus demonios. La enfermera caribeña que lo atendía y no tenía idea de la estatura artística de aquel hombre, me dijo en un rapto de esperanza: “He’s a fighter” (Él es un luchador).

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Corito, El Viejo Jotavich y los demonios

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04.03.2024

MIAMI, Estados Unidos. – Fue por los años 60 que tuve el privilegio de acceder a las grabaciones de radionovelas en La Habana gracias al esposo de una tía, quien se ocupaba de esos menesteres técnicos en los vetustos y legendarios estudios de Radio Progreso.

Inolvidable el dominio de los actores ―entre los cuales recuerdo a Raúl Selis―, que habían cruzado la barrera de 1959, para seguir deleitando a sus oyentes en un género, sumamente popular, de escritores y artistas nacionales, que luego se fuera transmutando por la brutal ideologización de los medios de comunicación.

En aquellos estudios, había una suerte de aire conspirativo entre sobrevivientes que se resistían, gentilmente, a ser doblegados.

Los actores tradicionales de radio y televisión, en la República que se disipaba, formaron parte de una elite cultural distinguida, obliterada por los ideólogos del ICAIC, quienes se creyeron militantes de una casta más culta, oportunista y afín a la épica castrista que ya proyectaban sus documentalistas.

En ese contexto enrarecido y dividido, José Antonio Coro, empeñado en cultivar cuantas modalidades de la actuación se le presentaran, comenzó a participar en programas humorísticos de Radio Progreso.

El contador público, nacido en Consolación del Sur, provincia de Pinar del Río, había decidido con la misma........

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