MIAMI, Estados Unidos. – Treinta años después de haberse estrenado el cortometraje Madagascar, cine abiertamente contestatario del invencible Fernando Pérez, “muchas de las inquietudes de la película siguen vigentes”, apunta el director en entrevista para Diario de Cuba.

Madagascar dilucida un país quebrado en esencia. La joven Laurita se niega, rotundamente, a ser como su mamá y prefiere escapar, simbólicamente, a la mencionada isla africana del título.

La frustración de la madre con la rebeldía de su hija y el caos social que ayudó a erigir le produce tal enajenación que en cierto momento reflexiona sobre la posibilidad de hacer estallar una bomba para desaparecer a colegas desesperanzados, quienes leen anodinos titulares de periódicos o le refieren los éxitos de quienes escaparon a otros países.

Fernando es una suerte de monje austero, inquebrantable, rodeado de tracatanes improductivos y el régimen lo ha dejado por incorregible. El resto de los colegas de su edad tomó el camino del exilio o entró en contubernio con la dictadura.

No ha perdido la fe en el mejoramiento de sus coterráneos “porque el pensamiento es libre y nada puede silenciarlo”.

Sin embargo, ya los comisarios culturales como Miguel Barnet no pueden vanagloriarse de que alguna editorial internacional de importancia se ocupe de su obra, recordada por haberse encontrado el esclavo Esteban Montejo, quien le contó Biografía de un cimarrón.

Ahora Nancy Morejón se agencia su próximo viaje a territorio enemigo, prolijamente atendiendo a Alice Walker durante su nueva y deplorable estancia en Cuba, auspiciada por el castrismo, que ella considera el “sueño” de una generación intelectual estadounidense.

Lo cierto es que la cultura cubana solo reverdece en libertad. A pocos días de las inquietantes declaraciones de Fernando Pérez, tres músicos notables, otrora separados por sus criterios referentes a la dictadura, finalmente liman asperezas y celebran medio siglo del mítico grupo Irakere en Miami.

Karime Bourzac, fundadora y directora de Ediciones Furtivas, dueña de un catálogo exquisito de autores principalmente cubanos, en la llamada “capital del exilio”, conversa con el escritor Sergio Andricain durante un evento público en Artefactus Cultural Project. Allí deja saber su arte poética editorial donde figuran libros y autores distantes físicamente de la Isla, pero cercanos a las necesidades espirituales de la nación maltrecha.

En la sede principal de la más importante librería independiente de la ciudad, Books & Books, se presenta, en un salón colmado de fieles lectores, el más popular y exitoso de los escritores cubanos en el competitivo mercado estadounidense: Armando Correa con su nueva novela El silencio en sus ojos.

Su colega y amiga, la periodista y escritora Mirta Ojito sostuvo una conversación desenfadada con el autor que le permitió al público presente conocer no pocos de sus registros personales y creativos.

Según Correa, en su obra publicada hasta ahora la cubanidad se manifiesta de modo subrepticio, aunque anunció que uno de sus tantos proyectos incluye finalmente el argumento que se desarrolla en la Isla, toda una disquisición familiar sobre el turbulento siglo XX.

Ojito elogió la capacidad de su amigo para escribir en las más inconvenientes y poco privadas circunstancias de la vida.

Su nueva novela se distancia de la literatura histórica que había cultivado hasta ahora para adentrarse en la intriga de un thriller psicológico. Para Correa, sin embargo, el género es un término de mercadeo, así que nunca especula sus ficciones para que sean encasilladas. El autor adelantó que los complejos trámites contractuales para que su best-seller La niña alemana fuera adaptada a una serie televisiva ya era un hecho. También insistió en la necesidad del editor para garantizar el éxito literario en estos tiempos, así como del apoyo de un agente.

Se sintió afortunado de que sus libros estuvieran bajo el cuidado de una de las cinco corporaciones editoriales más importantes del mundo y aprovechó, otra vez, la oportunidad para subrayar que era un escritor cubano, en ningún caso cubanoamericano, no obstante, la devoción que siente por este país donde nacieron sus hijos y vive el resto de la familia.

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Esplendor de la cultura cubana en libertad

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27.02.2024

MIAMI, Estados Unidos. – Treinta años después de haberse estrenado el cortometraje Madagascar, cine abiertamente contestatario del invencible Fernando Pérez, “muchas de las inquietudes de la película siguen vigentes”, apunta el director en entrevista para Diario de Cuba.

Madagascar dilucida un país quebrado en esencia. La joven Laurita se niega, rotundamente, a ser como su mamá y prefiere escapar, simbólicamente, a la mencionada isla africana del título.

La frustración de la madre con la rebeldía de su hija y el caos social que ayudó a erigir le produce tal enajenación que en cierto momento reflexiona sobre la posibilidad de hacer estallar una bomba para desaparecer a colegas desesperanzados, quienes leen anodinos titulares de periódicos o le refieren los éxitos de quienes escaparon a otros países.

Fernando es una suerte de monje austero, inquebrantable, rodeado de tracatanes improductivos y el régimen lo ha dejado por incorregible. El resto de los colegas de su edad tomó el camino del exilio o entró en contubernio con la dictadura.

No ha perdido la fe en el mejoramiento de sus coterráneos “porque el........

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