MIAMI, Estados Unidos. – Recientemente, un grupo de conocidos celebró en los medios sociales el cumpleaños de dos personas que pertenecieron al club exclusivo de lo que fuera el ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos) en sus tiempos de gloria: un director de cine populista, sin mayores méritos, y el atildado presentador de televisión y funcionario que contaba con todo el beneplácito de la jerarquía institucional en cuanto a viajes y otros privilegios vedados a sus coterráneos. Ambos ya fallecidos.

El director aludido no sentía simpatía por mi apego al cine americano durante aquellos años de compromiso revolucionario y me lo hizo saber en varias ocasiones.

El comentarista de televisión, por su parte, no intervino para reparar el infortunio que sufrimos un grupo de críticos de cine, entre los cuales figuraba el patriarca ideológico Mario Rodríguez Alemán, al ser ominosamente expulsados de una presentación para el mercado internacional de El hombre de hierro (1981), durante el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

Recuerdo al tracatán que entró a la pequeña sala de un edificio colindante a la sede del ICAIC, colmada de otros críticos y compradores internacionales, para disfrutar al Wajda que se desmarcaba del socialismo con su tributo cinematográfico al Sindicato Solidaridad. Este nos hizo saber, sin un ápice de vergüenza, que los cubanos debían abandonar el lugar. Por supuesto: no recibimos ni un intento de solidaridad, valga la redundancia, de los extranjeros allí presentes, a los cuales les pareció normal tamaña sinrazón.

Al salir humillados de la sala de proyecciones, nos encontramos con el presentador de televisión, quien a la sazón era también funcionario de alto rango en el ICAIC. Rodríguez Alemán se quejó duramente como militante; el burócrata aparentó estar contrariado, pero no hizo ni un mínimo gesto para enmendar tal ultraje. Prometió desagravios que nunca cumplió.

Otros realizadores de cine cubano exiliados que he tenido la suerte de conocer en Miami, algunos ya lamentablemente fallecidos, me aseguraron que tanto el director de marras, como el “divo” televisivo eran colaboradores de la policía política, miembros honorarios del G2.

Mis compatriotas en los medios sociales insisten en encomiar las virtudes culturales de quienes en los atribulados años 70 y 80 cimentaban la ferocidad represiva ulterior de la dictadura contra notables críticos de cine como Gustavo Arcos o directores probados en la arena internacional como Carlos Lechuga.

Aquellos cómplices de entonces, sinuosos, aprovechados, disfrutando privilegios del primer mundo en el muladar castrista, tal pareciera que siguen impartiendo lecciones de entendimiento cultural revolucionario desde el más allá.

Tales trepadores de la delación, transfigurados en artistas o líderes oficiales de opinión, indiferentes a los padecimientos sufridos por creadores de la talla de René Ariza o Reinaldo Arenas, en cárceles a pocas cuadras de sus infames sedes ideológicas, se disipan y solo sobreviven en el recuerdo de quienes insisten en olvidar que el castrismo fue, es y sigue siendo una insoportable dictadura con sus impresentables adalides.

En el estremecedor documental Beyond Utopia, de la realizadora Madeleine Gavin, que ahora mismo transmite PBS en sus canales de televisión y fuera el Premio de Popularidad en el Festival de Cine de Sundance, una familia y muchas otras personas de modo individual tratan de escaparse del infierno de Corea del Norte, con la ayuda de quienes disfrutan la libertad.

Hay una travesía nocturna estremecedora por las selvas de varios países asiáticos con niños y ancianos que recuerdan las tribulaciones recientes de cubanos por la incertidumbre del Darién.

Un muchacho es capturado en su intento de fuga organizado por la madre desesperada desde Corea del Sur y es sometido a las más crueles torturas, en remotos gulags de la dictadura. Los niños encarcelados de la rebelión del 11J en Cuba no padecen menos sufrimientos.

Los mamertos fidelistas que siguen agobiando al pueblo cubano veneran las mañas del líder supremo Kim Jong-Un, en un país donde los excrementos de la población se recogen obligatoriamente por el régimen como abono para una inoperante agricultura, según da cuenta Beyond Utopia.

Ser director de cine, funcionario o celebridad de televisión, que colaboró, ignoró o aún descarta, exprofeso, los desmanes de la dictadura que representa, tiene que mellar la nostalgia del recuerdo o incluso la celebración de un aniversario.

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No, no hay dulce para los comisarios culturales

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28.01.2024

MIAMI, Estados Unidos. – Recientemente, un grupo de conocidos celebró en los medios sociales el cumpleaños de dos personas que pertenecieron al club exclusivo de lo que fuera el ICAIC (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos) en sus tiempos de gloria: un director de cine populista, sin mayores méritos, y el atildado presentador de televisión y funcionario que contaba con todo el beneplácito de la jerarquía institucional en cuanto a viajes y otros privilegios vedados a sus coterráneos. Ambos ya fallecidos.

El director aludido no sentía simpatía por mi apego al cine americano durante aquellos años de compromiso revolucionario y me lo hizo saber en varias ocasiones.

El comentarista de televisión, por su parte, no intervino para reparar el infortunio que sufrimos un grupo de críticos de cine, entre los cuales figuraba el patriarca ideológico Mario Rodríguez Alemán, al ser ominosamente expulsados de una presentación para el mercado internacional de El hombre de hierro (1981), durante el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana.

Recuerdo al tracatán que entró a la pequeña sala de un edificio colindante a la sede del ICAIC, colmada de otros críticos y compradores internacionales, para........

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