LA HABANA, Cuba. – En varias de las conversaciones con el oficial encubierto del FBI que lo contactara en noviembre de 2022, Víctor Manuel Rocha dejó claro que él era un viejo agente entrenado por y para los servicios de Inteligencia del régimen cubano, que continuaba en activo y dispuesto a seguir cumpliendo órdenes de la “dirección” y de sus “compañeros” en La Habana, pero sobre todo que era consciente de la magnitud de los daños causados por él no solo en lo que respecta a la seguridad interna de Estados Unidos sino a los esfuerzos de miles de cubanos dentro y fuera de la Isla por derrocar la dictadura comunista para así iniciar un necesario proceso de democratización.

“Para mí ―reconoció Rocha al hablar de su propia labor de espionaje― lo que se ha hecho ha fortalecido a la Revolución. La ha fortalecido inmensamente. No podemos poner eso en peligro. Soy muy celoso con lo que hemos hecho y con lo que tengo que proteger”.

Palabras que, aunque en apariencias exageradas, para muchos hubieran sido suficientes para condenarlo, sin embargo, por sí solas no constituyeron pruebas físicas de contactos concretos del agente Rocha con sus jefes en Cuba, por lo que apenas pudo ser condenado a 15 años de prisión por actuar como agente extranjero no registrado y no por el delito de espionaje.

Más allá de su confesión, de su declaración como culpable, de la promesa de estar dispuesto a reparar los daños ocasionados —a pesar de haber transferido previamente a su esposa algunas de sus propiedades, y a pesar de que aún no se cuenta con una evaluación exhaustiva de la magnitud de estos— no existen pruebas físicas más allá de los testimonios revelados durante el juicio en Miami, como tampoco se ha emitido desde La Habana alguna declaración oficial que hubiera servido como confesión de partes para demostrar que Víctor Manuel Rocha trabajaba para la dictadura al mismo tiempo que ocupaba diversos cargos en el Departamento de Estado, el Consejo de Seguridad Nacional e incluso se desempeñaba asesor del Comando Sur de Estados Unidos (entre 2006 y 2012), luego de que aquel escándalo conocido como “El Rochazo”, que sin dudas impulsó al cocalero Evo Morales a la presidencia de Bolivia, lo obligara en 2002 a abandonar definitivamente su carrera en el servicio exterior.

Igual por los elementos aportados al caso por el FBI, se sabe que pudo haber sido contactado y reclutado por la Dirección General de Inteligencia (DGI) cubana en algún momento del año 1973 cuando se encontraba en Chile, pero sobre todo cuando la presencia de agentes y oficiales cubanos vinculados a la DGI y a otras estructuras de seguridad, articuladas con los servicios de protección a Salvador Allende (manejados desde Cuba por el propio Fidel Castro), se hizo más fuerte y numerosa, en tanto las informaciones sobre la posibilidad de un golpe de Estado habían comenzado a recibirse poco más de dos años antes del 11 de septiembre de 1973, de acuerdo con los testimonios del entonces joven oficial de la Inteligencia cubana Pedro Aníbal Riera Escalante, quien fuera asignado en marzo de 1972 al monitoreo de la Estación de la CIA en Santiago de Chile, así como a todas las actividades de ciudadanos estadounidenses en territorio chileno.

Aníbal Escalante y la jugada chilena de Fidel Castro

Bajo la fachada de correo diplomático, pero teniendo el centro de operaciones en la Embajada de Cuba en Santiago, con apenas 21 años, llegó Aníbal Riera Escalante a Chile con varias misiones: transportar armas camufladas en valijas diplomáticas que luego se almacenaban en los sótanos de la propia embajada (a la espera del golpe de Estado al cual Salvador Allende no quiso dar crédito, a pesar de las varias alertas recibidas por parte del DGI), monitorear las actividades de la Embajada de Estados Unidos y de norteamericanos en general pero, además, establecer la mayor cantidad de contactos y reclutamientos sobre todo con jóvenes estudiantes, en especial estadounidenses, simpatizantes del gobierno de Allende, los partidos y movimientos de izquierda que lo apoyaban y del Partido Comunista.

Las posibilidades de que el joven oficial del DGI tuviera éxito con la última de las misiones eran bien altas en tanto Fidel Castro para arreglar sus desencuentros con el Partido Comunista chileno había jugado la carta de liberar a Aníbal Escalante, tío de Aníbal Riera Escalante, a quien había encarcelado a raíz de la purga política conocida como el “Caso de la Microfracción”, acontecido en el seno del Partido Comunista cubano entre 1966 y 1968.

Aníbal Escalante y sus seguidores, acusados de “contrarrevolución” y de ser agentes de la CIA y de los servicios secretos soviéticos y chinos, en realidad habían sido enjuiciados por sus posturas abiertamente críticas a Fidel Castro, al que señalaban como un dictador.

Fue Manuel Piñeiro, conocido como el “Comandante Barbarroja”, en aquel entonces al frente de la DGI quien se encargó de grabar las reuniones secretas con oficiales de Inteligencia soviéticos y más tarde presentarlas como pruebas en el juicio donde finalmente Aníbal Escalante fue sentenciado a 15 años de prisión (la pena más alta entre los acusados). Igualmente fue Manuel Piñeiro quien encomendó a Aníbal Riera Escalante, por orden de Fidel Castro, asumir las misiones en Chile, después que en 1971 su tío fuese puesto en libertad a pedido de los comunistas chilenos y como gesto de reconciliación del dictador con estos, luego de haberlos acusado de traidores al rechazar la lucha armada como método para alcanzar el poder político en América Latina.

Fidel no podía llegar a Chile sin haber liberado antes a Aníbal Escalante. Tampoco perdería la oportunidad de usar al sobrino de este en los asuntos chilenos, aprovechando las simpatías que despertaba a raíz del Caso de la Microfracción. Este detalle le abriría muchas puertas y, por tanto, le facilitaría sus labores de recabar información y de reclutamiento.

Víctor Manuel Rocha, Aníbal Riera Escalante y otras coincidencias

En tal sentido es muy probable que el otrora joven Víctor Manuel Rocha, con varios de los requisitos para ser vigilado y captado (aunque solo se hizo ciudadano estadounidense en 1978), estuviera entre los primeros contactos de Aníbal Riera Escalante y de otro oficial cubano en Santiago, nombrado Guillermo Espino, “El Guille”, que se mantuvo en activo como oficial del MININT hasta su fallecimiento en diciembre de 2023, coincidiendo con el momento de la detención de Rocha.

Pero es Aníbal Riera quien ha ofrecido públicamente en artículos y entrevistas abundantes detalles de sus actividades en Santiago como para confirmar la posibilidad pero, además, algunas de sus misiones y movimientos posteriores en el continente, como oficial de la DGI, muestran coincidencias con los movimientos y misiones de Víctor Manuel Rocha como funcionario del Gobierno de Estados Unidos, una carrera que inició en 1981.

En febrero de 1972, Aníbal Riera Escalante fue asignado a la sección MQ (Contrainteligencia Exterior) de la DGI y, a su vez, en el grupo “Contrarrevolución” del Buró de Información y Análisis Q4, encargado de la evaluación y confección de la información obtenida principalmente de Miami. Según ha reconocido el propio Aníbal, su primera tarea fue elaborar el informe sobre la estructura y funcionamiento de la Estación de la CIA en Santiago de Chile, con informaciones que provenían básicamente del exoficial de la CIA Philip Agee, quien trabajó para los servicios de Inteligencia cubanos por 40 años, en una relación que duró hasta su muerte en 2008.

También en Chile comenzaría Aníbal Riera a trabajar en el reclutamiento de Kathleen Blevins, una de las principales agentes de informes de la CIA en Santiago, una misión que solo concluiría 18 años más tarde en Ciudad de México, coincidiendo con el período (1989-1991) en que Víctor Manuel Rocha se desempeñaba como Primer Secretario de la Embajada de Estados Unidos en México. De modo que las misiones de Aníbal, Kathleen y Rocha confluyeron una vez más, y esta vez teniendo por resultado otra gran adquisición.

En Chile, durante los años de servicios de Aníbal Riera (que terminaron con su encarcelamiento en Cuba a inicios de los 90), operaban además de la DGI, otras varias estructuras de la Inteligencia cubana: la DGLN (Dirección General de Liberación Nacional), ya en 1973 bajo la jefatura del comandante Manuel Piñeiro, además de numerosos oficiales de la que años más tarde sería conocida como “Dirección General de Operaciones Especiales y Tropas Especiales”, de la cual formaban parte los jóvenes Antonio de la Guardia (condenado y fusilado junto al general Arnaldo Ochoa en 1989, acusados de narcotráfico) y Patricio de la Guardia, quienes coincidieron en los mismos espacio, tiempo y misión no solo con Aníbal Riera, Guillermo Espino y Víctor Manuel Rocha, sino también con Max Marambio, “El Guatón”, quien con entrenamiento militar en Cuba fuera jefe del GAP (Grupo de Amigos del Presidente) encargado de la protección de Salvador Allende y que años más tarde, convertido en empresario, protagonizara uno de los grandes escándalos de corrupción que han dejado al descubierto la verdadera cara de la dictadura cubana.

Bajo la perspectiva de estas y otras coincidencias (entre las que están el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate, los asesinatos de Oswaldo Payá y Harold Cepero, entre otras) es posible hacernos una idea de la magnitud de los daños causados por Víctor Manuel Rocha como agente al servicio de la dictadura cubana. Sin embargo, no ha sido el único.

Entre los casos de otros funcionarios del gobierno de Estados Unidos que han sido captados por la Inteligencia cubana están los de Marta Rita Velázquez, agente “Bárbara”, exfuncionaria del Departamento de Estado, acusada del reclutamiento de Ana Belén Montes, la conocida oficial de la Agencia de Inteligencia de la Defensa.

Velázquez había entrado a la Agencia de Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) del Departamento de Estado en 1989 y además ocupó cargos en las embajadas estadounidenses en Nicaragua y Guatemala. En junio de 2002 (coincidiendo con la salida de Rocha del Departamento de Estado), Velázquez igual renunció a la USAID, precisamente cuando comenzaron a aparecer reportes de prensa sobre la captura de Ana Belén Montes.

Montes había atendido los asuntos cubanos en la Agencia de Inteligencia de la Defensa, y desde 1984 hasta septiembre de 2001 trabajó proporcionando información secreta a la DGI, el mismo año en que cinco espías cubanos fueron condenados en el Distrito Sur de Florida.

Agentes del FBI explicaron al juez federal que en algunos casos se trataba de la entrega de secretos tan sensibles que ni siquiera podía mencionarse el asunto a que estaban referidos.

Otros agentes reclutados por la DGI dentro del Departamento de Estado fueron el matrimonio de Walter y Gwendolyn Myers, capturados en 2009 y condenados por espionaje. El 17 de julio de 2010, de acuerdo con los reportes de prensa, los Myers fueron condenados. Él, con 73 años (la misma edad de Víctor Manuel Rocha al ser detenido en 2023), cumpliría cadena perpetua por espiar para Cuba durante casi 30 años.

En 1995 los Myers volaron secretamente a Cuba vía México para recibir las medallas ganadas por sus servicios al régimen y para conocer personalmente a Fidel Castro. Ese mismo año, Víctor Manuel Rocha había terminado sus funciones como director de asuntos Interamericanos del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, con especial responsabilidad en el tema Cuba. Y ese mismo año, 1995, en julio, había comenzado sus servicios en la Sección de Intereses en La Habana. Al año siguiente, en febrero de 1996, el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate dejaría cuatro patriotas fallecidos y varias familias cubanas enlutadas.

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Los “compañeros” de Rocha en La Habana (y en Chile)

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25.04.2024

LA HABANA, Cuba. – En varias de las conversaciones con el oficial encubierto del FBI que lo contactara en noviembre de 2022, Víctor Manuel Rocha dejó claro que él era un viejo agente entrenado por y para los servicios de Inteligencia del régimen cubano, que continuaba en activo y dispuesto a seguir cumpliendo órdenes de la “dirección” y de sus “compañeros” en La Habana, pero sobre todo que era consciente de la magnitud de los daños causados por él no solo en lo que respecta a la seguridad interna de Estados Unidos sino a los esfuerzos de miles de cubanos dentro y fuera de la Isla por derrocar la dictadura comunista para así iniciar un necesario proceso de democratización.

“Para mí ―reconoció Rocha al hablar de su propia labor de espionaje― lo que se ha hecho ha fortalecido a la Revolución. La ha fortalecido inmensamente. No podemos poner eso en peligro. Soy muy celoso con lo que hemos hecho y con lo que tengo que proteger”.

Palabras que, aunque en apariencias exageradas, para muchos hubieran sido suficientes para condenarlo, sin embargo, por sí solas no constituyeron pruebas físicas de contactos concretos del agente Rocha con sus jefes en Cuba, por lo que apenas pudo ser condenado a 15 años de prisión por actuar como agente extranjero no registrado y no por el delito de espionaje.

Más allá de su confesión, de su declaración como culpable, de la promesa de estar dispuesto a reparar los daños ocasionados —a pesar de haber transferido previamente a su esposa algunas de sus propiedades, y a pesar de que aún no se cuenta con una evaluación exhaustiva de la magnitud de estos— no existen pruebas físicas más allá de los testimonios revelados durante el juicio en Miami, como tampoco se ha emitido desde La Habana alguna declaración oficial que hubiera servido como confesión de partes para demostrar que Víctor Manuel Rocha trabajaba para la dictadura al mismo tiempo que ocupaba diversos cargos en el Departamento de Estado, el Consejo de Seguridad Nacional e incluso se desempeñaba asesor del Comando Sur de Estados Unidos (entre 2006 y 2012), luego de que aquel escándalo conocido como “El Rochazo”, que sin dudas impulsó al cocalero Evo Morales a la presidencia de Bolivia, lo obligara en 2002 a abandonar definitivamente su carrera en el servicio exterior.

Igual por los elementos aportados al caso por el FBI, se sabe que pudo haber sido contactado y reclutado por la Dirección General de Inteligencia (DGI) cubana en algún momento del año 1973 cuando se encontraba en Chile, pero sobre todo cuando la presencia de agentes y oficiales cubanos vinculados a la DGI y a otras estructuras de seguridad, articuladas con los servicios de protección a Salvador Allende (manejados desde Cuba por el propio Fidel Castro), se hizo más fuerte y numerosa, en tanto las informaciones sobre la posibilidad de un golpe de Estado habían comenzado a recibirse poco más de dos años antes del 11 de septiembre de 1973, de acuerdo con los testimonios del entonces joven........

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