MIAMI, Estados Unidos.- La designación de un funcionario del Ministerio de Cultura con un amplio historial como comisario político y represor al frente de la presidencia del ICAIC es una pésima noticia para la administración de las instituciones en Cuba. Para el cine cubano, en cambio, se trata de una nota marginal.

Alexis Triana no es el primer presidente del ICAIC sin vínculos con el cine. Su asunción del cargo es una más de las decisiones de la burocracia cultural cubana que, en los últimos 20 años, han confirmado la pérdida de autoridad de una institución cuya singularidad y relativa autonomía, al menos en sus primeros 30 años de existencia, descansó en el fuerte vínculo de su dirección con el poder político en Cuba. Gracias a esa sintonía, el Instituto de Cine pudo sobrevivir mejor a las purgas que sufrieran campos como el literario o el teatral. También gracias a ello, pudo sostener una relativa soberanía en la que coexistieron discurso político y experimentación artística con ejercicios de disenso.

Pero el ICAIC es hoy solo un espectro de lo que fue. A través de la crisis de 1990 en Cuba, su modelo de producción sufrió un deterioro irreversible. Y a partir del nuevo siglo, la emergencia del modo de creación pos analógico lo colocó ante el dilema de transformarse, como la mayoría de las instituciones de cine del mundo con funciones similares, en plataforma para facilitar la producción, promoción, difusión del cine nacional, para preservar su patrimonio y apoyar a sus creadores. Todo lo anterior lo hace hoy el instituto a medias. Casi sin recursos, sostener una estructura centralizada con una alta dependencia tecnológica es imposible. Y el frecuente ejercicio de la censura sobre obras y creadores limita hasta dónde se puede encargar de representar al cine nacional.

Si bien algunos cineastas que hablan del ICAIC como si se tratara de una religión reclaman como suyo al Instituto, con razones de sobra, lo cierto es que nunca lo ha sido ni lo fue. Como parte del sistema institucional oficial, las designaciones de funcionarios allí pasan por canales que no incluyen a los creadores. Es de notar que la reciente remoción del cargo de su quinto presidente, Ramón Samada, dio lugar a una declaración de desacuerdo de once Premios Nacionales de Cine.

En ella, se apuntan dos ideas medulares: “Somos herederos de una tradición y no vamos a renunciar a ella, porque es eso lo que queremos trasmitir a otras generaciones. (…) El primer punto de esa tradición es luchar por una cultura cinematográfica alejada del dogmatismo y asentada en las realidades de Cuba y América Latina. Un cine de voluntad artística, enriquecedor de nuestra vida nacional, que no ignore las complejidades del momento; incisivo, profundo, que analice a fondo la realidad para no quedarse en la epidermis”.

Esta declaración sobrevuela un asunto que no se menciona: ¿por qué la designación de los presidentes del ICAIC no toma en cuenta la opinión del gremio? ¿Porque así lo indica la “política cultural”? Y luego: ¿puede el administrador del departamento de relaciones públicas de un ministerio dirigir un instituto con aspiraciones como las mencionadas por sus figuras de renombre?

Triana es conocido por sus exabruptos groseros en público, por un matonismo matizado con una teatralidad que alguna gente encuentra seductora. Como director de Cultura en Holguín, se hizo célebre por maltratar en público a sus subalternos y por ir sobrado en lisonjas con sus superiores.

Su mal disimulada irritabilidad y ansia de protagonismo hoy se exhibe en las redes sociales, donde es capaz de usar calificativos como “rata de alcantarilla” contra el artivista Luis Manuel Otero Alcántara (a quien amenazó en 2020 con recibir castigos físicos); o en tildar al músico Descemer Bueno como “ebrio”, “drogado”, “basura” y “plasta de mierda”. Todo desde su cargo de director de comunicación del Ministerio de Cultura. Pese a lo anterior, en su perfil de X se autocalifica como “periodista y promotor: mi trabajo es contar todo lo bello, encender el entusiasmo por todo lo noble, admirar y hacer admirar todo lo grande”.

Se entiende que propósito confeso y ejecutoria no coincidan. El aparato oficial de la cultura hoy vigente en Cuba es el más represivo que se conozca, con un ministro que agrede físicamente a periodistas y lidera, junto a agentes de civil de la policía política, una cacería violenta contra artistas y activistas; un viceministro que cuestiona a creadores “incómodos” bajo seudónimo y luego invita a sus críticos en redes a caerse a trompadas en un parque; un sistema que promueve el represivo Decreto 349, repudiado por un número no desdeñable de miembros de la comunidad intelectual. Es comprensible que entre semejante gentuza la promoción de un sujeto de esta naturaleza luzca como una decisión correcta.

Pero no puede olvidarse el contexto para evaluar la decisión del MINCULT. El funcionario designado llega cuando la Asamblea de Cineastas, elegida por cientos de integrantes del gremio, está planteando un desafío democrático para un régimen opaco y autoritario. Si bien en la superficie de las demandas de los cineastas está el cine, en su fondo se asienta la exigencia por el respeto a la libertad de expresión y el cese de la censura de carácter político. Documentos de la Asamblea que fundamentan esos reclamos llevan semanas en la oficina de Miguel Díaz-Canel, aún sin respuesta. Asimismo, una demanda judicial por la violación de los derechos de autor de Juan Pin Vilar avanza en instancias legales. ¿Será el presidente designado el apagafuegos de esa revuelta? ¿Es él la respuesta que eligió dar el Gobierno?

En este panorama debe entenderse además que la mayoría de los cineastas en Cuba hoy no dependen del ICAIC para hacer su cine. Si bien en una de sus oficinas se otorgan los permisos de rodaje para producciones de cierta complejidad, se tramitan las coproducciones, se otorga la nacionalidad de las películas, ¿qué tiene eso que ver con el cine nacional de hoy?

Hace rato que existe en Cuba un cine de encargo público (El Mayor, Inocencia) y otro que vuela bajo el radar, que se hace a base de persistencia e imaginación. Los cineastas cubanos han tenido 20 años para aprender a hacer un cine transnacional desde el punto de vista productivo y nacional desde lo expresivo. Hoy eso que llamamos cine cubano se origina en La Habana, Miami, Madrid, Sao Paulo, o a caballo entre geografías diversas, sin una sola institución que lo predetermine. Luego, a un número irrisorio de esa producción el MINCULT le ofrece dos o tres cines del Vedado para exhibirse durante unos días. El ICAIC no puede ni podrá hacer mucho para remediar una situación tan crítica.

¿Y a los cineastas? ¿Podrá ofrecerles algo el ICAIC de ahora y de mañana? ¿Va el presidente designado a reunirse con la Asamblea o va a llamar a dedo, a elegir, a dividir? Hay que desearle suerte si en lo segundo aspiran a descansar sus resultados de trabajo. Alguien debió advertirle que el gremio del cine es el más vital y unido del campo de la creación artística en Cuba, el más vinculado a demandas del resto de la sociedad, el más inmune a matones que, como él, habiendo sido siquitrillados por Fidel Castro, se convirtieron en pobres imitaciones del caudillo para acabar rehabilitados por el mismo aparato que una vez criticaron.

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Adiós al ICAIC

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14.11.2023

MIAMI, Estados Unidos.- La designación de un funcionario del Ministerio de Cultura con un amplio historial como comisario político y represor al frente de la presidencia del ICAIC es una pésima noticia para la administración de las instituciones en Cuba. Para el cine cubano, en cambio, se trata de una nota marginal.

Alexis Triana no es el primer presidente del ICAIC sin vínculos con el cine. Su asunción del cargo es una más de las decisiones de la burocracia cultural cubana que, en los últimos 20 años, han confirmado la pérdida de autoridad de una institución cuya singularidad y relativa autonomía, al menos en sus primeros 30 años de existencia, descansó en el fuerte vínculo de su dirección con el poder político en Cuba. Gracias a esa sintonía, el Instituto de Cine pudo sobrevivir mejor a las purgas que sufrieran campos como el literario o el teatral. También gracias a ello, pudo sostener una relativa soberanía en la que coexistieron discurso político y experimentación artística con ejercicios de disenso.

Pero el ICAIC es hoy solo un espectro de lo que fue. A través de la crisis de 1990 en Cuba, su modelo de producción sufrió un deterioro irreversible. Y a partir del nuevo siglo, la emergencia del modo de creación pos analógico lo colocó ante el dilema de transformarse, como la mayoría de las instituciones de cine del mundo con funciones similares, en plataforma para facilitar la producción, promoción, difusión del cine nacional, para preservar su patrimonio y apoyar a sus creadores. Todo lo anterior lo hace hoy el instituto a medias. Casi sin recursos, sostener una estructura centralizada con una alta dependencia tecnológica es imposible. Y el frecuente ejercicio de la censura sobre obras y creadores limita hasta dónde se puede encargar de representar al cine nacional.

Si bien algunos cineastas que hablan del ICAIC como si se tratara de una religión reclaman como suyo al Instituto, con razones de sobra, lo cierto es que nunca lo ha........

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